PSICOLOGíA › ESPESORES DE LA MUERTE EN LA COMUNIDAD

Cuando el cuerpo toma cuerpo

Por Elina Matoso*

La masacre de Carmen de Patagones plantea qué lugar ocupa la vida y la muerte en la comunidad. Cada momento histórico asigna una particular significación al dolor, el placer, el sacrificio, la vida y la muerte, y estas valorizaciones, a su vez, construyen cuerpo.
La muerte tiene hoy una figurabilidad cotidiana y constante. Hay un sobreexceso de muerte en los medios de comunicación; las imágenes de muertos llegan a resultar tan reales, o tan ficcionales, como un videoclip o una publicidad. El cuerpo muerto, por exacerbado y sanguinolento que se muestre, es virtual: no difiere de las imágenes sangrientas de películas, publicidades, y resulta tan habitual como un nuevo modelo de auto.
El antropólogo David Le Breton habla de un borramiento del cuerpo, que lo mantiene en una semioscuridad ritualizada: a pesar de gestos de saludos, contactos, miradas, en el transcurrir cotidiano se entra en una anomia adaptada al encuadre de cada contexto en el que se está; se acentúa una pérdida de carnalidad, de identidad, de matices que personalicen la interacción con el otro, que dejan paso a códigos de convivencia mínimamente aceptables. El cuerpo, marcado por las marcas comerciales, es un objeto de consumo más.
El cuerpo toma cuerpo, se impone, cuando hay enfermedad o muerte; mientras tanto, es un medio de transporte de la mente. La unidad del cuerpo entero –por más que fuese una ilusión de completud– dejó de ser una preocupación social.
Entre los alumnos de la escuela secundaria, uno de los mayores desconocimientos se refiere al propio cuerpo; consideran su corporeidad como impuesta: es el lugar de los mandatos, del odio, del destino, de la provocación, de la indiferencia.
En general, el cuerpo no entra a la escuela; entra un alumno sin cuerpo, para responder a las exigencias consideradas propias del campo del saber. A pesar de la educación física o el deporte, no hay apropiación de cuerpo; hay destrezas, competencias, diversión o rechazo, nada de lo cual alcanza a contener ese extrañamiento existencial acerca de lo propio que late en cada uno. Se va creando una nueva piel, anestesiada.
En Patagones, donde ayer se mataron, hoy crean conjuros de purificación para limpiar el aula del mal y construir cuerpo entero en un abrazo simbólico, alrededor de la escuela que alojó al “asesino”.
Tal vez la revisión de ficción-simulacro, frente a la visibilidad de la imagen virtual, requiera entrar en la opacidad, el espesor, la finitud, enfrentar realidad frente a representación, para romper parámetros de homogeneidad, de buenos y malos, de jóvenes asesinos y jóvenes solidarios, Es posible construir otro cuerpo social, escuchar su polivocidad, recuperar espesor, sangre, sudor, latido, entrar dentro de la textualidad del discurso, ya que la corporeidad siempre queda afuera, es un volumen que hace tambalear acuerdos preestablecidos. Acceder a concepciones de lo humano que muestren que el cuerpo es la condición del hombre, el lugar de la identidad, ya que, según se lo oculte o se lo muestre, se modifica la carnalidad de “ser en el mundo”, al decir de Merleau-Ponty. Tal vez así, se pueda resignificar la vida y la muerte desde otro lugar social.

* Docente en la UBA. Directora del Instituto de la Máscara.

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