PSICOLOGíA › LA TERAPIA DE FAMILIAS ANTE CHICOS CUYOS PADRES SE DESENTIENDEN

“La suya era una voz en el vacío”

Una terapeuta de familia plantea el problema de la “generación cero”, constituida por chicos cuyos progenitores, faltos de proyectos o en estado de catástrofe, “dejan desiertas las funciones parentales”.

Por Silvia Quaglia*

Recuerdo los estériles años en que citábamos a la pareja parental y sus hijos sin percibir el poder oculto de alguna abuela materna o abuelo paterno que manejaba detrás de bambalinas cómo se “debían” hacer las cosas. Cuando llegamos a esta comprensión, los incluimos en la terapia y los avances fueron sumamente interesantes. Me estoy refiriendo a una modalidad vincular en especial: el grupo que he denominado retentivo, que sigue detentando el poder sobre sus hijos, aunque hubieran constituido sus propias familias.
La familia retentiva se orienta hacia el adentro; a su alrededor construye un sólido paredón del cual es difícil salir y también entrar. Para sus miembros, desprenderse o invertir emocionalmente fuera de la familia es muy costoso, ya que se supone que ésta debe ser la mayor fuente de satisfacción. La familia significa confianza y debe presentar un frente común ante el amenazante y siempre hostil mundo externo. Forma parte de su ideología mantener un bajo perfil, para evitar llamar la atención y así mantener la privacidad.
Las expresiones de sentimientos negativos y conflictos tienden a ser encubiertas y se realizan los mayores esfuerzos para mantener la armonía y por ende la cohesión familiar. La rebeldía u oposición son síntomas graves dentro de esta constelación, por lo cual se espera que sus miembros acepten los códigos de dominación-sumisión sin cuestionamiento.
Los padres inhiben sus impulsos hostiles hacia sus hijos, salvo que éstos intenten independizarse; las conductas adhesivas son recompensadas y estimuladas. Por ello, los niños si logran conductas autónomas, lo hacen mucho más tarde de lo esperable y a veces nunca.
Los roles y funciones dentro de este grupo son estables y casi incuestionables; se mantienen a través de las generaciones con un esquema verticalista que es aceptado por sus miembros, lo cual les provee la certeza de pertenecer.
En esta constelación de familia extensa, conformar una familia nuclear resulta muy complicado, ya que mantener a los abuelos u otros miembros significativos del entorno de pertenencia original genera culpa o sentimientos hostiles de alto voltaje por parte del cónyuge político, lo que por cierto altera la armonía del grupo y se expresaba a través de la sintomatología de los niños o adolescentes.
En cuanto a la familia expulsiva, tiene una orientación hacia el afuera, sus límites o bordes no son claros y se espera que el mundo externo sea el proveedor de las satisfacciones, más bien que el mundo familiar, poco valorado.Los conflictos y enojos son frecuentes y violentos, lo cual estimula el alejamiento de sus miembros aun cuando no estén preparados emocionalmente para ello.
Las fronteras internas son fuertes y el aislamiento de cada miembro es evidente, existiendo poco apego emocional. El control parental es ineficaz e inconsistente y la pareja conyugal es típicamente inestable, con conflictos graves en los que cada uno intenta buscar aliados para que jueguen en la escalada simétrica inevitable. De los hijos no se esperan conductas dependientes, no existe espacio para ellas, mientras que las independientes son recompensadas y estimuladas. Cuando un niño o adolescente presenta síntomas, el terapeuta no sabe a quién citar, ya que cualquier miembro de la familia muestra enfado por interrumpir sus actividades para hacerse cargo de quien debería saber cómo arreglárselas por su cuenta.
Pero hoy, además, la clínica, tanto privada como hospitalaria, nos trae una nueva constelación familiar: independientemente de los grupos de origen de los cónyuges, la pareja parental muestra características expulsivas con relación a su progenie, quien se muestra claramente abandónica tanto en los aspectos normativos como afectivos, y quienesdemandan la consulta son sus abuelos u otros miembros próximos al sistema nuclear.
Estos chicos constituyen la “generación cero”: la de los que están de algún modo sin padres porque los progenitores, preocupados por lo que a ellos mismos les está pasando, en situación de catástrofe, faltos de proyectos, dejan desiertos los roles y las funciones parentales.
Esta nueva presentación, a la que venimos dando respuesta en los últimos meses, presenta las siguientes características:
Los padres son inoperantes, abrumados por la realidad que deben afrontar, con claros síntomas del denominado “síndrome del burn-out”, por lo cual se muestran apáticos, desesperanzados y desconectados emocionalmente de sus hijos; carentes de proyectos, insensibilizados ante las demandas de hijos, padres y escuela, colocados en el lugar de víctimas del sistema social y con imposibilidad de hacer proyectos de mínimo alcance.
Rara vez acuden a la consulta porque temen pedir permiso para ausentarse de sus trabajos, si acaso los tienen, y minimizan los conflictos de sus hijos, por que ellos mismos se sienten como niños abandonados. Imposibilitados de encarar compromisos ni de confiar en que la ayuda del área “psi” resuelva su conflicto, solicitar su presencia agrega un problema más a los ya existentes.
Santiago, de 13 años, fue derivado, luego de intentar suicidarse, por la terapeuta de pareja de los padres, quien me comentó sus sentimientos de inoperancia y alarma por el vínculo que ambos cónyuges mantenían entre sí y con sus hijos. Citada la familia nuclear, advertí que los padres no podían formar parte de la terapia, ya que no podían escuchar la desolación del chico ante los cambios a que lo habían expuesto y que él no podía enfrentar: nueva vivienda, nueva escuela, nuevos compañeros. La de él era una voz en el vacío, mientras ellos se sentían absolutamente desolados por la caída en su situación económica que los había obligado a renunciar a pertenecer a una clase social privilegiada.
Mi intervención fue armar una red de acompañamiento terapéutico de 24 horas hasta que Santiago pudo formar una red lo suficientemente estable en su nueva escuela. Era un caso privado y la familia podía afrontar los honorarios del equipo que intervino (psicoterapia individual del paciente con el acompañante incluido, reuniones de equipo y las horas de acompañamiento). Pero esto viene ocurriendo también en forma cada vez más frecuente en otros casos tanto hospitalarios como privados y la red la conformamos de otro modo: con grupos terapéuticos que –formados por chicos “depositados” por sus padres en los servicios– logran funcionar como redes de contención; o bien, buscando algún familiar que de algún modo funcione como acompañante terapéutico.
Muchas de estas consultas vienen derivadas por el juzgado o por la escuela. Quienes solicitan la consulta no son los padres sino otros, y por situaciones cada vez más graves. Los profesionales deben enfrentar sus sentimientos ante estos padres con quienes no se puede contar, lo que genera cierto nivel de hostilidad que debe ser disuelto para operar adecuadamente. ¿Cómo instalar una red protectora para estos niños? Son en cierto modo huérfanos: sus padres están vivos, pero ausentes. ¿A quién convocamos? ¿Cómo resolvemos la demanda del derivador que solicita “terapia familiar”? Debemos informar a los derivadores que a veces la terapia de familia los incluye a ellos: que los necesitamos para incluirlos en una red que sostenga al niño o adolescente sintomático que no es un chico de la calle, pero casi. Y los terapeutas no estamos por fuera de esta orfandad. De este modo, las redes de contención, necesarias para los niños, lo son también para los trabajadores de la salud.

* Supervisora del equipo de familia del Sanatorio Municipal Doctor Luis Méndez. Socia fundadora de la Asociación Sistémica de Buenos Aires (Asiba). Docente en la Facultad de Psicología de la UBA.

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