PSICOLOGíA › CUANDO UN CHICO EN SITUACION DE CALLE SE PUSO A DIBUJAR

“Le tapan el pico al patito”

Un chico en situación de calle sufrió el estigma de ser diagnosticado como “deficiente mental”. Sin embargo, el examen de uno de sus dibujos señala la “discordancia entre una producción de alto nivel de organización simbólica y una vida atravesada por la tragedia y el deambular sin límites”.

 Por RUBEN EFRON *

Julito tiene 12 años y está en un hogar de tránsito del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, lugar de alojamiento voluntario para niños en situación de calle. De los datos que se pudieron organizar surge lo siguiente. El padre fue asesinado durante el embarazo de la madre. El niño nació en la ciudad de Córdoba, mellizo de una niña. Tiene tres hermanos más, pero no del mismo padre. A los dos o tres años sufrió un accidente probablemente grave que le provocó una fisura de cadera. Desde su provincia, la madre y los hijos vinieron a Buenos Aires, donde Julito hizo un recorrido que no es fácil de reconstruir.
Permanece en situación de calle durante largos períodos, que alterna con estadías en hogares o instituciones religiosas. Siempre rechaza retornar a su hogar materno, aunque tiene encuentros esporádicos con su madre y la actual familia de ella. Los informes sociales dan cuenta de la imposibilidad de la madre de contener a su hijo. Su funcionamiento en el último hogar es contradictorio: muy cariñoso y tierno con los adultos, pero con relaciones conflictivas con los pares. Tiene frecuentes desbordes impulsivos y de agresividad y, por otro lado, manifiesta un franco interés por el dibujo.
Este modo de caracterización de la vida de Julito –árido, fragmentario, con escasa continuidad entre los diferentes momentos y en exceso descriptivo– es un reflejo de la dificultad para armar una historia, su historia. La discontinuidad, los vacíos, la ininteligibilidad de largos períodos, los rechazos inasibles y las violencias constantes son las características dominantes que fundamentan la imposibilidad de reconstruir su historia como un devenir que se teje en el tiempo. Pero sin embargo aparece ahí, como un cuerpo extraño, su grafismo.
En el dibujo de Julito que acompaña esta nota, los dos patos dirigen su mirada hacia la galletita suspendida en el aire. Es evidente que esas miradas definidas y direccionadas denotan una intención en la que ambos están implicados. El de la derecha tiene el pico abierto y con su pulgar tapa el pico de su rival. Hasta aquí, bajo un modo gráfico, un relato estructurado del cual se puede inferir un final abierto. Un gráfico en movimiento que está contando una historia. Desde el punto de vista formal, hay dos personajes claramente perfilados, con una proporcionada ubicación en el espacio y en congruencia con los tiempos del relato que hemos descripto. Las miradas, el dedo pulgar en el pico del rival y la plasticidad de los cuerpos dicen de movimiento y dinámica, que se tornan más ostensible cuando se lo compara con esos dibujos convencionales de las casitas de campo o de paisajes con montañas. Tal vez la plasticidad, el movimiento y la narración implícita sean los rasgos dominantes de este gráfico.
¿Qué dice Julito de este dibujo?: “El pato de la derecha le tapa el pico al otro para que no se coma la galletita”. Una historia claramente delimitada en el tiempo, con un presente graficado, un pasado reconocible y un futuro imaginable. En cuanto al contenido, se podría interpretar, siguiendo la insuficiente línea de las identificaciones, que Julito es el astuto personaje de la derecha, que se apropia sádicamente del alimento de su rival, obviamente representante fraterno. Aunque también se podría decir lo opuesto: que Julito es la víctima de la izquierda despojado oralmente y en forma casi humillante por un hermano voraz y violento. Se podría pensar que se identifica con los dos, en un escenario multifacético de celos y agresividad entre hermanos.
¿Pero tiene algún valor significativo esta línea interpretativa o cualquier otra?
En uno de sus desbordes, Julito fue evaluado en un servicio de psicopatología y definido con el diagnóstico de “deficiencia mental”; su agresividad fue considerada como un epifenómeno de ese cuadro. Tanto en ésta como en anteriores oportunidades fue medicado con psicofármacos.
Semejante operación diagnóstica no fue sin consecuencias: la principal de estas consecuencias ha sido el desdibujamiento, hasta el oscurecimiento y la anulación total, de una contradicción que nos interroga y conmueve. Un mundo organizado alrededor del dolor, el sufrimiento, la calle, la falta de esperanza y la violencia se presenta en contradicción con una producción, ejemplificada en el dibujo de Julito, que pone en juego una subjetividad rica, con matices y con una innegable dimensión estética.
El diagnóstico, en su faceta patologizante, aparte de encasillar, establece una operación desubjetivante que ahorra la tarea de desciframiento y puesta en movimiento de esa contradicción. Y precisamente en los pliegues y despliegues de esta contradicción se juegan los interrogantes de la vida de Julito.
A partir de ese diagnóstico, Julito porta una nueva identidad: deficiente mental.
Una historia trágica o, mejor dicho, una historia nacida desde la tragedia y armada con violencias y con silencios, con vacíos y con calles transitadas, sufridas, vividas y dormidas, tiene ahora un nombre: la “deficiencia mental”.
Sin embargo, el gráfico de Julito muestra un elevado nivel de simbolización, que se manifiesta en una organización formal muy precisa y determinada, con una movilidad que está muy lejos del estatismo de los dibujos convencionales; con esos recursos expresa una historia que puede ser inferida aun antes de ser verbalizada.
¿Cómo entender y situar esta discordancia entre una producción de alto nivel de organización simbólica y una vida atravesada por la tragedia y un deambular sin límites? Y, desde luego, discordancia entre su producción y ese diagnóstico de “deficiencia mental”.
Dice Marisa Rodulfo: “En términos contemporáneos es estéril la contraposición entre la imagen y la palabra y resulta más abarcativo, más riguroso y más de responder a las complejidades de la clínica considerar las especificidades de lo figural y de lo verbal. Siguiendo a Derrida y como elementos diferenciales en un campo de escritura homogéneo y polimorfo donde los trazos y las puntuaciones de lo figural pertenecen por legítimo derecho a la archiescritura, tanto como los trazos y puntuaciones de la escritura fonética” (El niño del dibujo, Paidós, 1992).
Agrego yo, es estéril la confrontación entre lo figural, lo verbal y el acto. La relación entre lo figural, lo verbal y el acto configuran una verdadera trama con múltiples caminos, atajos, pliegues y anfractuosidades que el diagnóstico de “deficiencia mental” no hace más que anular.
Si una distorsión habitual en el análisis de los grafismos es su remisión lineal y mecánica a algún tipo de contexto, este gráfico demuestra en principio la imposibilidad de hacer efectiva su remisión a su trágico contexto histórico vital. ¿Qué nos dice esta figurabilidad exquisita? ¿Qué contenidos se pueden inferir de estas formas? Marisa Rodulfo dice: “Si bien es cierto que la gráfica lleva consigo elementos del pasado, la fantasmática que allí emerge es reconstruible a posteriori. No se trata de una fantasía preexistente que encuentra su expresión a través del grafismo, sino porque existió tal producción se nos hizo posible, sólo en ese instante, acceder al material. Es más, podremos ver cómo algunos dibujos son una tentativa de curación con respecto a la historia y la prehistoria, en lugar de una sujeción estática a ellas”.
Podríamos agregar incluso que el grafismo, en cierta circunstancia, crea una historia. Pero es ahí necesaria la presencia de otro que acompañe y autorice esa creación. Como contrapartida del congelamiento que determina la patologización, legitimar una historia que se va fundando requiere, en lugar de un “diagnóstico” que paraliza, un proceso que se despliegue. ¿Qué elementos del pasado portan estos patitos? No caeremos en el esquematismo de una interpretación lineal. Se trata, en primer lugar, de situar esta producción como un existir que se pone de manifiesto, un intento de construir historia. Se trata, en ese primer momento, de legitimar que el mismo Julito es quien está en esos trazos, en esa plasticidad, en esa historia tan organizada, en contraste con la desorganización de la propia. El es quien se muestra y se hace evidente: la realidad de su cuerpo hecho simbólico.
También esta posición es con consecuencias. Un otro que legitima el existir y contribuye a fundar historia a través de las producciones simbólicas asume la responsabilidad de dar curso a un despliegue lleno de interrogantes, porque no se puede detener en encasillamientos como los de la patologización.
La legitimación de un decir, en este caso bajo el modo de un gráfico, no requiere un procedimiento técnico específico para su abordaje y desarrollo: más bien solicita el cuestionar constante de las certezas.
Los Julitos que deambulan por las calles de la ciudad o se detienen un tiempo en alguno de sus refugios nos invitan a reivindicar que sus dibujos, o sus sueños, son ellos mismos.

* Profesor de clínica de niños en la Facultad de Psicología de la UBA y en la maestría de salud mental comunitaria de la Universidad de Lanús. Ex asesor de la Dirección de la Niñez del gobierno de la Ciudad. Miembro de la mesa directiva de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

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Dibujo realizado por un chico de doce años durante su permanencia en un hogar de tránsito para niños en situación de calle.
 
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