PSICOLOGíA › EL LIBERTINAJE COMO “PEDAGOGIA DE LO SEXUAL”

El aguijón de los placeres

El autor compara la función social de la sexología actual con la que en el siglo XVIII tenía la literatura libertina y destaca el papel que, para la satisfacción sexual, tiene la imaginación, pero sólo aquella imaginación que “contra los prejuicios personales nos lleva a salirnos de nuestra propia investidura”.

 Por MARTIN H. SMUD *

La nota “Asombrosa capacidad de la vagina” de León Gindin, publicada el 9 de febrero en esta sección, enseña cómo hallar y estimular las zonas erógenas específicas de la mujer. Me gustaría agregar algunos elementos, pues quizás algún desprevenido lector pudiera pensar que el multiorgasmo en una mujer depende sólo de encontrar y estimular la zona clitoriana o el punto G. Me gustaría hablar del lugar de la imaginación y de la prohibición en el goce sexual. Son tan imprescindibles como conocer las acciones pragmáticas para hallar la localización exacta del punto G.

En el siglo XVIII, Francia se convirtió para el resto de Europa en el modelo del arte de amar y de gozar, y su literatura erótica fue muy prolífica, no sólo por el llamado movimiento del libertinaje sino porque aparecieron nuevos géneros literarios como los cuentos de hadas eróticos y de genios hacedores de deseos, que aún son fuente de inspiración para el material pornográfico del siglo XX.

El libertinaje, en aquella época, era la forma de llevar adelante una pedagogía de lo sexual, preocupados como estaban por las prohibiciones que emanaban de la autoridad monárquica y el corsette de lo sexual por las creencias religiosas. Así como la pedagogía del libertinaje incluía a una virgen a la que enseñaban cómo animarse a gozar del sexo, hoy en día la sexología necesita de un hombre y una mujer, no vírgenes pero sí ignorantes de los puntos erógenos de sus zonas genitales. La sexología toma en sus manos la educación sexual, al igual que en el siglo XVIII lo hacía el libertinaje.

Las páginas más brillantes de ese movimiento fueron obras de autores perseguidos, encerrados, que debían ocultarse bajo el anonimato; el Marqués de Sade fue uno de los autores más renombrados. Los textos se vendían “bajo levita”: se llevaba los libros bajo la ropa. Esta literatura caía bajo la prohibición de la autoridad. Hoy hablar de lo sexual no lleva a ninguna cárcel o prohibición, todo lo contrario: aparece en los grandes medios de comunicación pero desvinculado absolutamente de un planteamiento político, ético y psicológico acerca de los obstáculos que evitan llevarlo a cabo. Lo sexual pareciera ser un manoseo adecuado entre hombre y mujer, que los deje satisfechos después de sendos y múltiples orgasmos. Lo sexual se aleja de lo que tanto estudió Foucault: cómo el poder se encarna en lo más íntimo de cada uno, en sus órganos genitales, y cómo fue la construcción de las creencias que sostienen el sexo en su práctica.

Recordaré dos historias de aquella época: una es de Diderot; la otra de un autor desconocido que habla de las desventuras sexuales del pobre Saturnín. En el cuento de Diderot, se animiza el órgano femenino: la vagina, como una segunda boca (y no un segundo pito), empieza a contar lo que realmente pasa con su dueña y con ella misma, los verdaderos deseos y ansias que la recorren. El cuento trata de un sultán del Congo que le confiesa a un genio su aburrimiento: a él le gustaría conocer las aventuras de las damas de la corte. El genio le entrega un anillo de plata y le dice: “Todas aquellas a quienes dirijáis el anillo contarán las intrigas en voz alta, clara e inteligible... por medio de sus ‘joyas’”. El sultán hace la prueba con una mujer y se oye murmurar, bajo la falda, al sexo, que cuenta cómo ella desde hace quince días le hace tomar baños astringentes de agua de mirto, para hacer creer a su futuro esposo que es virgen. El sultán prueba con otras treinta mujeres, que hablarán con sus “joyas”; claro que, enseguida, ellas les pondrán bozales a sus bocas secretas para impedirles hablar.

En esta historia se descubre a una mujer casi tejiendo nuevamente su himen para aparecer como virgen frente a un prometido. Por los órganos genitales pasan todas las exigencias sociales y sobre todo la increíble presión social que cae sobre la mujer y su sexo. El goce sexual es parte de una época, suponer que solamente se realiza en el acto sexual es una limitación que evita pensar en la historia represiva que cae sobre nuestros órganos genitales. La historia de nuestra modernidad muestra cómo se ha perseguido obstinadamente el encuentro con el sexo.

La otra historia es la de Saturnín y su potencia sexual. Este cuento muestra cómo no se alcanza la plenitud sexual sin el atravesamiento de la castración y el encuentro con una posición donde se realice un sujeto y sus fantasmas. Saturnín es alojado en la curia y a partir de esto, una noche lo hacen entrar en el recinto del órgano de la iglesia, alrededor de una mesa bien provista, le habla un Padre y le dice: “Coger, comer, reír y beber, tal es nuestra ocupación, ¿te sientes dispuesto a hacer lo mismo?”. El dice sí pero comienza con dificultades, todos quieren hacer cumplir la palabra empeñada, así que el Saturnín es tratado por mujeres que quieren excitarlo de todas las maneras posibles: le pasan afrodisíacos que estaban en un pequeño frasco, este líquido blanquecino se vertía primero en la palma de las manos y luego en los cojones y en la verga, le traen vírgenes para despertar el apetito enfermo con algún bocado suculento, todo lo intentan para elevar su potencia. Saturnín, fracasado, se va del convento, se va a París, ahí tiene relaciones sexuales con una prostituta amiga de la infancia, y se contagia la sífilis, es internado en un hospital donde permanece entre la vida y la muerte, ahí los médicos deciden castrarlo. Ya eunuco, va hacia el Padre de la iglesia y le cuenta sus infortunios, con el tiempo Saturnín se convierte en portero.

La satisfacción sexual no alcanza la plenitud sino cuando incluye lo que nos falta, lo que no tenemos, lo que no podemos. Lo sexual es la insatisfacción, la privación y la castración. Y lo que nos falta abre la dimensión imprescindible de la imaginación. Es la imaginación el verdadero artífice de la plenitud sexual y orgásmica. Pero la imaginación no es solamente cómo animarnos a realizar la mayor cantidad de escenas posibles hasta estar todas catalogadas: sexo con colegialas, sexo de a tres, sexo con vibradores, sexo con vergas negras, sexo sin orgasmo, sexo embarrado, sexo con cambio de parejas. Toda la casuística es catalogada y ofrecida para quien lo quiera y pueda realizar. Pero no se trata de esta imaginación.

Es la imaginación que contra los prejuicios personales nos lleva a salirnos de nuestra propia investidura, es aquella que emerge en los momentos de encierro, y por ello emerge. Dice un personaje del Marqués de Sade en el libro La filosofía en el tocador: “La imaginación es el aguijón de los placeres, en los de esta especie ella rige todo, es el móvil de todo ¿Y acaso no es por la imaginación que se goza? ¿No provienen de ella las voluptuosidades más vivas? La imaginación nos sirve cuando está libre de prejuicios, sus más eminentes delicias consisten en romper todos los frenos que se le opongan, es enemiga de toda norma, idólatra del desorden, y de todo lo que lleva los colores del crimen, he ahí donde viene la respuesta singular de una mujer imaginativa”.

Dilema de la imaginación que se exalta con el encierro, y en el acto. El prejuicio es el mayor impedimento, un gran obstáculo a vencer por el hombre; y es el goce sexual lo que da fuerza para vencer el encierro de cada uno.

Y no es al revés. La posición subjetiva saca fuerza del goce sexual para enfrentar los prejuicios de época, para enfrentar al poder que reencuentra en sus órganos genitales.

El prejuicio descubierto en la modernidad esconde una autoridad, por más que aparentemente se pueda hablar de todo, y esta autoridad sigue encarnando una prohibición. Contra la prohibición, lo sexual tiene un poder contagioso, liberador; se las arregla como en la época del libertinaje, para pasar entre la ropa, para circular “bajo levita”.

* Psicoanalista. Autor de Lengua de mujer y otros libros.

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Ilustración de Historia de Julieta, del Marqués de Sade, 1789.
 

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