PSICOLOGíA › CUANDO EL ASESINATO SE DESENCADENA

Vereda de Cabildo indiferente

 Por Sergio Zabalza *

Las amplias veredas de la avenida Cabildo fueron testigos de la violencia que sólo algunas tierras más “evolucionadas” solían padecer. Si bien la tragedia de Patagones, en septiembre de 2004, ya emulaba la demencial épica de otras urbes, el crimen que el flamante francotirador porteño acaba de consumar enfatiza algunas rasgos propios de las películas con que Hollywood satisface taquillas. Esta vez la agresión, además de indiscriminada, fue absolutamente anónima. El pasaje al acto con que Junior conmovió a toda la Nación fue concretado en el ámbito reservado de una escuela y dirigido contra quienes compartía o padecía una convivencia. Por el contrario, la insólita irrupción que hace horas aterrorizó al barrio de Belgrano constituye –por acercarse al más radical sin sentido– un facto mucho más difícil de abordar. Si el del Sur demandó a las autoridades educativas por los antecedentes del alumno y al padre por el arma que lo transformó en asesino, ¿a quién responsabilizamos cuando el blanco es un cualquiera tan indiscriminado como el amplio espacio que albergó la tragedia?

Desde esta perspectiva, se hace menester no reducir el análisis al posible desequilibrio mental del agresor. Se suele considerar que un desencadenamiento psicótico remite a los avatares de una estructura psíquica individual: sin embargo, la forma y modalidad que adopta semejante fractura subjetiva siempre involucra a algún otro. Es más, desde la perspectiva freudiana bien podríamos deducir que un desencadenamiento es el hecho social por excelencia, en tanto pone al desnudo los quiebres de la trama que sostiene al tejido social. Las convenciones que administran y gobiernan la vida civilizada, no por necesarias, son menos arbitrarias. Toda la indispensable y democrática dialéctica que una comunidad desarrolla no hace más que bordear la ausencia de una respuesta que justifique nuestro lugar en el mundo.

De la manera en que este sin sentido fundante sea tramitado dependerá la razonabilidad o locura con que los conflictos son abordados. Desde el suicida que se detona hasta el vecino que tiende la mano se abre una serie en la que, tarde o temprano, nuestra responsabilidad es convocada. Por eso, más allá de los circunstanciales avatares de una individualidad, la figura del asesino serial también es el signo de la indiferencia de muchos.

Para referirse a esa anónima dimensión donde el Otro, por perder todo rastro de humana singularidad, se confunde con Nadie, Sartre apelaba al concepto de serie: la cruel intemperie que, más allá de shoppings y vidrieras, asola muchas de nuestras calles, remite más a la serie sartreana que al escenario donde una polis tramita sus conflictos. Cualquier debate sobre la seguridad que omita este triste costado de nuestra comunidad está destinado al fracaso. A lo sumo procreará algún Rambo o Cobra, tan enfermo y demente como el asesino.

* Psicoanalista.

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