PSICOLOGíA › EL TRABAJO DE LAS REDES SOCIALES

Quién cuidó a los hijos de Margarita

Cuando Margarita murió de sida, sus chicos, hijos de distintos padres, quedaron solos. Los médicos, los trabajadores, la municipalidad ya habían hecho “lo humanamente posible” y sólo quedaba derivarlos a instituciones. Pero tres vecinas se hicieron presentes: “Queremos seguir ayudándolos”. A partir de ese acto se constituyó la red que sostuvo a esos niños. La autora cuenta esta historia como ejemplo de acción de las “redes sociales”, cuya visualización “puede extraviarse si el trabajo no se centra adecuadamente”.

 Por Elina Dabas *

Mediados de 2002. Una provincia argentina mediterránea. Un pueblo al pie de montañas que, con tres mil metros de altura, lo separan de la capital provincial. Tiene unos 7500 habitantes y en épocas turísticas su población se triplica. La ciudad cabecera administrativa y jurídica está a sesenta kilómetros. La primera vez que escuché esta historia fue en un taller que coordiné sobre redes sociales, organizado por la municipalidad del pueblo. Se trataba de Margarita, de 34 años, que hacía una semana había muerto de sida.

Había dejado cuatro hijos: los dos mayores, hijos de una primera pareja, eran un varón y una niña de 13 y 11 años; desde hacía más de cinco años se desconocía el paradero de su padre. Los otros dos, también varón y niña, de una segunda unión, tenían 8 y 5 años y su padre trabajaba desde hacía tres años como peón en una finca, a 300 kilómetros del lugar; vivía en una barraca con otros peones y sólo tenía un día franco mensual, que dedicaba, aunque no todos los meses, a visitar a su mujer y a sus hijos.

Margarita se había ido de su casa materna veinte años atrás. Respecto de su madre, ella había relatado que la relación siempre había sido conflictiva y distante. Se desconocía dónde vivía, quizás en Uruguay, en el campo. Nadie sabía si tenía otros hermanos y su padre era desconocido por ella misma.

Al fallecer Margarita hacía una semana, el padre de los más pequeños manifestó la imposibilidad de hacerse cargo de sus hijos, dadas sus condiciones laborales y de vivienda; nada podía hacer, “Dios ha querido que así sean las cosas”. Al de los mayores no se lo podía encontrar. Esto planteaba al momento una única salida: internar a los chicos en una institución. En el relato, en el taller, había una desazón, una incomodidad: pregunté cuál era la preocupación y los participantes comenzaron a hablar.

Margarita había sido “el caso” de esa comunidad. Diferentes participantes en el taller contaron sus perspectivas. Dos trabajadores sociales del municipio relataron cómo se habían ocupado de ella y sus niños desde al menos tres años atrás, cuando los médicos del hospital detectaron el VIH, enmarcado en la precaria situación económica de esa mujer prácticamente sola a cargo de cuatro hijos. Su pareja había planteado que no podía ayudar, salvo con “algún pesito” de tanto en tanto. Sabiendo lo difícil que resultaría el proceso, habían armado una red. El área social del municipio, en especial a través de dos trabajadoras sociales, proveía alimentos, ropa, colchones, mobiliario y tramitaba subsidios económicos. El sector salud, cuyo referente más claro era la jefa de pediatría, se ocupaba del seguimiento de ella y de los niños, en articulación con el infectólogo y la ginecóloga; también tramitaba la provisión de medicamentos, a través del farmacéutico. La escuela, a través de la directora, acompañaba el proceso de aprendizaje, como el periódico local y la radio, que difundían la necesidad de ayuda solidaria, sobre todo cuando era necesario recaudar dinero para obtener la costosa medicación.

Así, ante la muerte de Margarita, todos ellos tenían el sentimiento de “haber hecho lo humanamente posible”. Pero durante el velatorio, que tuvo lugar en la municipalidad, sucedió algo que los sorprendió: tres vecinas de Margarita se acercaron a hablar con los funcionarios municipales para plantear que ellas se podían hacer cargo de los niños. Cuando una de las trabajadoras sociales y la médica les preguntaron por qué proponían eso, contestaron: “Con todo lo que hicimos por Margarita y sus hijos, queremos seguir ayudándolos”.

“¿Cómo que ustedes ayudaron? Fuimos nosotros los que nos ocupamos.”

“Sí, ustedes se ocuparon, pero ¿quién cuidaba a los chicos cuando Margarita salía a trabajar de noche? ¿Y los fines de semana? ¿Quién cocinaba la comida que le mandaban y lavaba la ropa cuando ella estaba enferma en cama? Dos de nuestros hijos ayudaban a los chicos con los deberes escolares, los ayudaban a preparar sus útiles, y muchas veces jugaban con ellos. El mayor mío le enseñó a J. a andar a caballo.”

Contaron que, cuando se comunicaron con la defensora de menores, ésta se entusiasmó con la propuesta y reaccionó en forma decidida: “Es importante que los chicos no pierdan el contacto con el barrio, con sus compañeros de escuela, con sus pertenencias”, dijo. Pero la defensora planteó que hacía falta la firma de los padres para otorgar la guarda provisoria mientras se decidía qué camino seguir.

Un gran obstáculo: se desconocía el paradero del padre de los más grandes.

Por lo menos eso era lo que se creía. Una de las vecinas comentó que su hermano, camionero, lo había visto trabajando en un establecimiento de campo, “allá, detrás de las montañas”. Agregó que el hermano tenía la posibilidad de hablar con él y convencerlo para que viniera y que, si no, ella conocía a un comisario “que lo va a traer sea como sea”.

Dos meses después, volví a tomar contacto con los miembros de ese colectivo, por solicitud de ellos. El padre de los niños más grandes vino por su propia voluntad; una carta de la defensora de menores le había permitido obtener permiso en su trabajo. Aún más, quedó establecido un régimen de visitas cada tres meses, que era la posibilidad laboral y económica del padre. También se estableció un sistema similar con el padre de los más pequeños, pero con una mayor frecuencia. Los cuatro chicos estaban viviendo en la casa de una de las vecinas, continuaban asistiendo a la misma escuela, eran atendidos por la misma pediatra y se incluyeron entrevistas psicológicas con una profesional del hospital.

Diez meses después, la situación había avanzado desde el punto de vista jurídico, al punto de que este caso está sentando jurisprudencia.

Por otro lado, en una notable articulación, las vecinas, ambos padres, la defensora de menores, las trabajadoras sociales y otros actores están trabajando en el rastreo de familiares de los niños, para promover la posibilidad de contacto, actuales o a futuro. Resulta altamente significativo que ambos padres también tengan un profundo distanciamiento respecto de sus familias de origen, ignorando dónde viven o si están vivos. La recuperación de la historia de los niños hace también a la recuperación de sus propias historias y a la reconstrucción de la trama vincular. Asimismo, es notable cómo ha mejorado la percepción que los diversos actores tienen de sí mismos. Como diría Ross Speck, es la vivencia del “efecto de red”, esa fuerza que surge cuando un colectivo se une para co-operar.

“Distraer esfuerzos”

La familia, considerada como la organización social básica y primigenia de la estructura social, se refiere a un grupo de personas nucleadas por relaciones de parentesco, con predominio de la naturaleza biológica, alrededor de la forma monogámica y heterosexual. Se desconoce o se olvida que este modo de pensar la familia tuvo su origen en el Código Napoleónico, promulgado en 1804; una razón de su instauración fue asegurar la herencia y la propiedad sobre la tierra. Esta concepción ha llevado a concebir un tipo particular de familia como la forma natural, y también se percibe como natural que deba hacerse cargo del sostén de los más jóvenes.

Bajo esta presión concentrada, muchas veces las familias resultan débiles, sobre todo aquellas insertas en contextos desfavorables. Esto se hace aún más difícil cuando la organización familiar no responde al modelo socialmente prefijado. Se plantean entonces dos cuestiones. a) Las configuraciones familiares diversas a la legitimada como “natural” son aún concebidas como extrañas y padecen exclusión social: por ejemplo, algunos programas sociales recomiendan no distraer esfuerzos presupuestarios en la ayuda a madres solas, con hijos de diversas parejas y, fundamentalmente, pobres; se inclinan por la institucionalización o adopción de estos niños y niñas. b) Los vínculos afectivos que no son reconocidos como relaciones de parentesco no resultan confiables, aun cuando contribuyan al desarrollo y sostén de las personas.

Desde esta perspectiva, en el campo de la salud familiar y comunitaria, venimos investigando sobre estrategias de trabajo desde el enfoque de las redes sociales, tanto con diversas poblaciones como en la formación de profesionales del sistema de salud.

Denominamos “estrategias para promover ligadura” a estas que tienden a fortalecer el lazo social y a generar condiciones que posibiliten una auténtica restitución comunitaria. La noción de restitución comunitaria implica un acto político: investir la comunidad de la capacidad de sostén, activación, desarrollo, potenciación y resolución de problemas. Esta perspectiva reconoce el valor vital de la dinámica vincular autoorganizada y autoorganizante, y valora especialmente el “hacer”, “resolver” y “crear” que ejercen personas sin cargos ni títulos profesionales, trascendiendo los límites institucionales para admitir que la producción de subjetividad y las posibilidades de transformación se dan en y desde todo el terreno social.

Considerada la ineficacia de numerosas mediaciones institucionales, estas estrategias procuran evitar la institucionalización de niños y niñas, cuyos problemas pueden resolverse con el apoyo a aquellos que sostienen su crianza. Al mismo tiempo, reconocen la transferencia de funciones básicas a sujetos sociales no claramente percibidos por el sistema dominante, pero que desempeñan una función esencial en la vida de las personas.

Desde esta perspectiva, la mirada no está puesta sólo en relaciones prefijadas biológica o jurídicamente, sino que prevalecen los vínculos forjados en un momento histórico y en un contexto determinados, a través de territorios móviles, de múltiples interacciones y del reconocimiento de diversidad de saberes y voces.

Fluir del río

El camino a la visualización de las redes sociales puede extraviarse cuando el foco de trabajo se centra sobre la violencia, la pobreza criminal, la ruptura del lazo social. La posibilidad de tornar visibles las redes se asienta en que éstas preexisten a nuestra llegada, son previas a nuestra intervención, ya que constituyen la trama que entreteje la vida.

La red social implica un proceso de transformación permanente, tanto singular como colectivo, que acontece en múltiples espacios y (a)sincrónicamente. Podemos pensarla como un sistema abierto, multicéntrico y heterárquico, en interacción permanente. El intercambio dinámico y diverso entre los actores de un colectivo –familia, equipo de trabajo, barrio, organizaciones como el hospital, la escuela, el centro comunitario– y con integrantes de otros colectivos, permite potenciar los recursos y crear alternativas novedosas. Cada miembro del colectivo se enriquece a través de las múltiples relaciones que cada uno de los otros desarrolla, los aprendizajes se optimizan al compartirse socialmente.

En tanto, la perspectiva de red nos propone la concepción de un mundo construido por todos, nos coloca en situaciones de responsabilidad compartida. El mundo no es tal como nos ha sido dado, sino que lo construimos entre todos. Esto nos enfrenta al desafío de pasar de las decisiones por mayoría a la generación de consenso; de las estrategias de intervención a estrategias co-operativas que promuevan ligaduras; del orden preestablecido a una organización coordinada.

Esta perspectiva se sustenta en un cambio en los valores. La modernidad planteaba el predominio de la expansión, la competición y la dominación, en un mundo signado por las conquistas y colonizaciones de las diversas culturas bajo la tutela de la que era considerada “verdadera”. Nuestro andar nos acerca al predominio de la conservación, no sólo en cuanto a la ecología ambiental, sino en la recuperación y desarrollo de lo producido en la diversidad, promoviendo cooperación y asociación como formas de potenciar el lazo social.

Es así como el trabajo con enfoque de red nos coloca en la difícil posición de intervenir en el fluir de un río siendo conscientes del riesgo de interrumpir su caudal.

* Extractado del libro Viviendo redes. Experiencias y estrategias para fortalecer la trama social (ed. Ciccus).

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