PSICOLOGíA › OSCAR MASOTTA, EL “SI MISMO” Y LA PRODUCCION TEORICA

Despreciado desprecio

Oscar Masotta, y también Héctor Murena, escriben sobre Roberto Arlt; para hablar de Arlt, Masotta habla de sí mismo, “usa palabras necesariamente en peligro, porque son el origen autobiográfico de la teoría”; Murena, no. Masotta, para obtener un subsidio, le pide a Murena –que es “ideológicamente correcto”– una carta de presentación: él “despreciaba a Murena, pero despreciaba la forma con que él mismo lo despreciaba”.

 Por Horacio Gonzalez *

Rindámonos por un instante al encanto de las similitudes. Por el mismo tiempo en que Masotta publicaba Sexo y traición en Roberto Arlt, Héctor Murena escribía sobre Arlt. Al libro de Masotta le seguían unas extrañas confesiones, tituladas “Roberto Arlt, yo mismo”, que componían el discurso de presentación de su libro. Todo esto ocurre en torno del año 1963. En este escrito, se siguen las líneas de los estilos confesionales, en los que su autor deja en conocimiento público algunos hechos que, pudiendo ser impúdicos o delicados, ponen a prueba a la literatura a fin de que sea en ella que se justifique lo que de otra manera parecería oscuro o peligroso. Murena, en cambio... y ya al decir “en cambio” estamos desviando un poco el camino de la similitud –porque el mismo punto nos lleva hacia rumbos diferentes–, Murena, en cambio, reflexiona en torno del carácter “santo y profético” de la literatura de Arlt.

Leemos estas apreciaciones en unos escritos que titula El sacrificio del intelecto, en los que Murena considera que Arlt será “héroe del fracaso, será mártir”. Al lector contemporáneo no le pueden caber dudas de que Murena ha leído Saint Genet, comediante y mártir, de Jean-Paul Sartre. Sin embargo, no lo menciona, como en cambio hará Masotta apelando con exuberancia a la idea de un martirologio que construye con simulaciones el yo, es decir, una comedia del mártir, o un mártir comediante. A Murena sólo le interesa que el héroe y el mártir sean las dos caras de una misma situación. Ve en Arlt un “impulso profético” ante el cual se haría necesario sacrificar lo que la literatura tiene de canon, de estética normalizada. Nos encontramos con estas breves páginas de Murena en un escrito donde también reflexiona sobre Horacio Quiroga, otro sacrificado por el intelecto, otro escritor que en su holocausto dejaba de lado la vida organizada para dejar entrar en ella la blasfemia y la misión de exponer lo que Murena llama la “ilegalidad vital”.

Estas caracterologías de Murena están infundidas de una teoría de lo sagrado. ¿Cómo sería una teoría así denominada? Quizás, una en la que las formas religiosas del pensamiento, como la caída, la redención, el sacrificio y la profecía, pierden la lengua religiosa de un yo autocentrado, para asociar la religiosidad a la blasfemia o a la maldición como forma de conocimiento. Allí habría encontrado Murena a Roberto Arlt. La idea de un festejo secreto a las acciones del mal –entendidas como autorreflexión profunda sobre la vida– quizá no abarca enteramente todo lo que hoy podríamos decir sobre Arlt. Hay también en Arlt una serie de usos del monólogo confesional en tono sarcástico que hace al sino de su originalidad, siempre y cuando se resuelva un tropiezo llamado Dostoievski.

En efecto, la estricta relación de tramos enteros de la novelística de Dostoievski con las novelas de Arlt plantea un persistente problema, que no anula la brava invención arltiana, pero de una manera u otra habrá que dar cuenta de la existencia fastidiosa de esa manera de Dostoievski, que tarde o temprano hostiga nuestro pensamiento sobre Arlt. Murena prefiere atribuir la ostensible similitud a una relación interna entre el carácter ruso y el carácter argentino. Más sutilmente lo había dicho Borges cuando proclamó que los conspiradores de Dostoievski le parecían viejos argentinos alrededor de una mesa de discusión. Quizás –y nuevamente deberíamos decir “en cambio”–, Masotta evade el acoso de los Demonios y el Gran Inquisidor dostoievskiano, remitiendo a Roberto Arlt a una literatura de la introspección y de la locura vueltas sobre sí mismo. Roberto Arlt será así el nombre de las estaciones y el tránsito de la propia locura de Masotta.

Desde luego, en el recorrido de Oscar Masotta es posible reconocer el antiguo oficio de hablar sobre el “sí mismo”, mientras se habla sobre los avatares del mundo. Sabemos bien que en la historia del conocimiento, muchos pensaron que no era necesario hablar de sí en el mismo acto del conocer. Incluso, que este “hablar de sí” perjudicaba, con una grave carga de ensimismamiento, la dignidad de la tarea del conocer. Otros pensaron, por el contrario, que la actividad del conocer no se podía sostener sino en una simultánea exploración de los movimientos internos del yo que se lanza a la aventura del conocimiento. En este último caso nos debemos confrontar con la fundación misma de la actitud ensayística, que desde Montaigne a Foucault sostiene la autenticidad de la escritura en la capacidad de explorar la trama interna del yo, en la medida en que ésta se concibe como literaria y la literatura como un proyecto de autocomprensión que conjura la enfermedad y el desvarío.

En el caso de la introspección del escritor que da a luz sus pestilencias, siempre queda la duda sobre un conocimiento respaldado en la singularidad de una experiencia personal, de modo que esa supuesta fortaleza de veracidad que en ello verían los subjetivistas, quedaría anulada por la fragilidad de un aliento particularista que sólo nos brinda los productos de una perturbación. Y esa perturbación sólo le interesa al doliente sumido en su interioridad desdichada.

En el caso del escritor que omite las tenebrosidades de su yo, aun cuando escriba una autobiografía, el problema es inverso. Aquí la duda la inicia el subjetivista que critica el extrañamiento de las experiencias singulares, el sacrificio de las profundidades del drama personal en nombre de construir una ley general de la vida. Entonces, lanza el dardo fatal de su incredulidad sobre toda ley literaria que no tenga marcas de una vida individual e irreductible. Podemos decir, quizá, que Oscar Masotta es el nombre de una posible alternativa para resolver este dilema.

“Yo mismo”

Porque en Masotta el hablar sobre sí mismo es precondición cognoscitiva, pero su hablar sobre sí mismo no descansa en un cualquier hablar, sino en la intención de hacerlo motivo y caución de las teorías del mundo, y particularmente, de las teorías de la escritura. Para Maso-tta, el hablar sobre sí mismo no hace peligrar las teorías, sino que éstas son lo que son porque usan palabras necesariamente en peligro, siempre abismándose en el vía crucis del trastorno personal. Esas palabras son las que provienen de un estilo confesional, que se confunde con la búsqueda de una cierta autenticidad en las palabras. Palabras que han peligrado porque son el origen autobiográfico de la teoría, y aunque llevan nombres adecuados que se señalan como tales en la historia de las ideas, al mismo tiempo se recuestan sobre la forma fugaz pero resistente que adquiere una identidad personal en crisis.

En el escrito de Masotta que aquí recordamos, “Roberto Arlt, yo mismo”, hay una completa teoría de la escritura argentina, esto es, exiliada de los campos intelectuales más consagrados y existente a condición de pensar la violencia de ese exilio. Entre los tantos temas que Maso-tta trata allí, siempre como desgarro confesional, leemos la declaración de que su libro sobre Arlt, Sexo y traición..., que había sido festejado de inmediato por los lectores, no lo había escrito él sino Sartre, luego de que Masotta adquiriera el clima de ideas que se trajinaba en el Saint Genet, comediante y mártir. El mismo libro que había leído Murena para hablar de Arlt pero sin tantas penitencias morales. Sin embargo, de esa mimesis Masotta extraía más consecuencias, pues decía que, si bien las ideas eran de Sartre, el estilo de escritura, lleno de alusiones, indirectas y arabescos, provenía de Merleau-Ponty.

Es conocida la consecuencia que de aquí extraía Masotta. Se trataba de una conjunción de mundos, de un exotismo que extrañaba simultáneamente a un autor en otro, y a un tema argentino en un conflicto de ideologías literarias proveniente de la filosofía francesa. Ese exotismo que Masotta proponía era la base de un mito –en la medida que un mito puede ser el llamado a conjugar estilísticas heterogéneas–. Así, no estaba tan extraviado al pensar que ese encuentro exótico era una marca profunda de la pedagogía en el decurso dramático del intelectual argentino. De ahí que todo pensamiento efectivo consistiera en usurpar o incautar una pieza de un mundo ajena, a modo de un rescate, y extraviar una pieza del mundo propio, a modo de una reparación sacrificial. El martirologio de Masotta resultaba así más convincente que el de Murena o, por lo menos, más rico en su explicación de los movimientos de alienación exótica que había que practicar en la literatura.

Por eso había que confiscarle a la derecha la idea misma de destino –idea central en el pensamiento trágico, salvífico, tradicionalista y religioso– con la que entonces ya estaba abierto el ser para pensar sus vaivenes enajenados. La idea confiscada, en la medida en que pensar era confiscar, sólo podía ser un destino y sólo podía confiscarse desde la idea de destino. La complejidad de este relato masottiano de su libro sobre Roberto Arlt remitía al propio destino desatinado de su autor, a su yo mismo en confesión, su yo mismo destinado. En cambio, Murena describe bien un martirologio arltiano, pero exterior a su propia conciencia, sonando así un poco forzado, aunque no sin encanto.

Murena, en tanto, aparecerá en la reflexión confesional de Masotta. El autor de Sexo y traición en Roberto Arlt (libro que rinde tributo al pensar como traición y a la traición como acto sexual de la conciencia maldita) buscaba una beca o algún subsidio para reparar su existencia maltrecha. Pide respaldos a distintos profesores y notorios intelectuales para una ayuda del Fondo Nacional de las Artes. La historia pertenece enteramente a la picaresca y a la literatura arltiana. Masotta describe a Murena, uno de los candidatos para respaldarlo, como un hombre personalmente cortés y bueno. Una vez obtenida su carta de presentación, Masotta reflexiona sobre su propia condición: alguien que usa el prestigio de otro, otro que sería ideológicamente correcto, ese otro que era Murena, no como él, un exilado de sus propios temas y pensador del exilio necesario de todo tema y de todo estilo.

Este encuentro entre Masotta y Murena relatado por Masotta es una completa y turbadora lección literaria. Habíamos sugerido un problema de similitudes. Aquí está en carne viva: Murena entrega una carta de presentación, que equivale quizás a una lectura de Arlt hecha en la calma sagrada de una martirología aceptable y bien escrita. Masotta en cambio hace de esa carta de presentación una inversión de lo sagrado, para presentarlo como un exotismo, un terrible dislocamiento del texto. Había que escribirlo, tanto el exotismo como el aprovechamiento de los prestigios ajenos, había que teorizar sobre todo eso, y quizás había que relatar los pasos de comedia que Murena conocía pero que en su propio profetismo parecían perdidos.

Creo yo que Masotta venía a burlarse y a la vez a redimir esas pérdidas. Despreciaba a Murena, pero despreciaba la propia forma con que él mismo lo despreciaba. Decíamos al principio que las similitudes tienen encanto. Y el destino de ese encanto es encontrarse con la comedia que lo desprecia. Así son las vías del pensamiento, un Murena se intercambia por un Masotta. En cambio, no hay pensamiento si, según los tiempos y las circunstancias, uno no le entrega la carta de presentación al otro, y viceversa.

* Texto publicado en www.elsigma.com y que formó parte de “Autopistas de la Palabra”, Jornadas de Literatura y Psicoanálisis efectuadas en la Biblioteca Nacional (2005).

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