PSICOLOGíA › PSICOANALISIS, POLITICA Y ETICA

La separación de los amantes

Releyendo un libro del psicoanalista Igor Caruso, que estudió “la psicología de los amantes que decidieron separarse”, el autor retoma la figura del “authentes”: el que actúa por sí mismo.

 Por Teodoro Lecman *

Explorando nuestra biblioteca, nos topamos con La separación de los amantes, de Igor Caruso (1968), Ed. Siglo XXI, México, 1975. Sostenedor de uno de los intentos cuyo fracaso más nos entristece de la historia de la cultura europea: la síntesis de psicoanálisis y marxismo; y, como buen austríaco, abstruso y personalista, indiscernible y navegando en la etología de su compatriota Konrad Lorenz, Caruso nos entrega, sin embargo, deliciosas perlas escondidas.

El planteo, ilustrado por abundantes casos clínicos, es estudiar la psicología de los amantes que decidieron separarse, por imperativo de las condiciones sociales, en plena vigencia de su amor-pasión. Amores más o menos clandestinos, que traicionan casamientos y edades, condiciones sexuales y otras máscaras clásicas dominantes. Actualmente quizá podríamos reírnos de esas condiciones, aunque el psicoanálisis y la vida nos enseñan que cada uno es preso de las suyas, por más arcaicas y superadas que parezcan. Cada uno está en el centro de su tormenta, en su agujero ciego, en su ojo tranquilo. Y de allí cree verlo todo bien.

Sea como fuere, siguen vigentes las condiciones fundamentales postuladas por Caruso en 1968, cuando citaba ya a Lacan y especialmente a Ludwig Marcuse: el amor-pasión es un intento de autocuración que va contra el principio de realidad y rendimiento dominantes y el propio superyó de los amantes. Va entonces contra la muerte (el subtítulo de la obra es “Fenomenología de la muerte”) propiciada por la represión del sistema, y ese intento de vida contra la muerte, fracasado con la separación asumida compulsivamente, redobla la muerte y la sensación de desesperación y angustia del yo, conduciendo a veces al suicidio.

Interesantísima vuelta de Caruso, que, aceptando la pulsión de muerte de Freud, discrimina una muerte psíquica y vital propiciada por el sistema dominante y acusa a Freud de un estoicismo de la resignación. Y más aún, niega el principio del odio precursor –tomado por Freud de Rank en “Pulsiones y destinos de pulsión”– con una argumentación discutible pero a considerar, ya que nunca podemos saber si en nuestras especulaciones no se filtra la ideología dominante para convencernos de que lo actual es eterno.

Anotemos que la omnipresencia y la exclusividad única del sistema económico social y político dominante –determinante absoluto de la mentalidad colectiva, del lazo libidinal social sublimado y aun del erótico en todos los niveles– hace que todo cuestionamiento del mismo evoque una angustia de desamparo incoercible; esto sucede, curiosamente, en un sistema que desampara al máximo, como si su desamparo nos pudiera amparar.

Es así que la gente justifica cualquier cosa como si lo hubieran dispuesto papá y mamá, aunque nos maten, y no el sistema. Sostener la utopía, advertidos ahora de su fracaso, nos obliga a mantenernos en el plano del ideal, aun desquiciados de dolor por la tensión que implica y los muertos que ha llevado. Los medios materiales para una revolución a escala humana surgirán de la creatividad de cada uno y de todos. El amor “loco” parece uno de ellos (no el de Breton, una gran careteada del surrealismo). El amor reeleva la vida.

La consideración metapsicológica de Caruso, si la entendemos bien, es sumamente interesante: propone distinguir yo actual, yo ideal, ideal del yo y superyó (términos existentes en Freud y relevados por Lacan). El yo actual, en cada momento, quiere suplir su falta proyectando su yo ideal, lo que le falta, en el/la amante. Idealiza. Pero su amor es auténtico, real (Echtes Liebe, “amor auténtico”, no tiene más remedio que decir Freud acerca del amor de transferencia). Y busca la cura. No olvidemos la observación del desagradable Heidegger sobre la cura, como preocupación, cuidado del ser (no nos imaginamos otro ser que el ser querido, ninguno con mayúscula). De paso, su escabrosa relación con Hannah Arendt quedaría iluminada por Caruso: un intento de curación de su olvidable careta nazi, totalitaria y metafísica.

En la postulación de Caruso, al cortar, del lado que sea, y fracasar, la herida del yo es enorme y lo enfrenta con su muerte. Sólo obligándose a olvidar logra mitigar la pérdida. Expliquémonos más: el ideal del yo proyecta al yo ideal (como aquello que el yo no tiene y que, si bien excita la omnipotencia narcisista infantil de la que se hace heredero, también depende de valores) como autentificación del yo. El authentes es el que actúa por sí mismo, tarea imposible que requerirá siempre un suplemento de amor siempre, real o imaginario (conviene tener en cuenta las tres fuentes del sentimiento de sí, mencionadas por Freud en “Introducción del narcisismo”).

Así interpreta también Caruso la fórmula de Freud “donde ello era, yo debo advenir”: el yo se hace responsable del ello, desde el ideal del yo. La autentificación, con su acumulación de amor (quizás es esto lo que Melanie Klein llamaba experiencia real de pecho bueno), hará que el superyó sea cada vez más heterónomo del Yo. El superyó, heredero de los padres prohibitivos e incestuosos, se aliará con el principio social dominante para reprimir toda pulsión parcial y todo amor no convencional. El paradigma del amor “genital” cae de suyo. No hablamos acá de un elogio del amor “perverso”, sino de un amor de la diferencia.

En resumen, los mismos amantes deciden cortar y se exponen así a una muerte en vida riesgosa. Puede suceder que uno de los amantes fracase totalmente y se suicide. La idealización no es allí peyorativa ni está en el sentido del idealismo metafísico sino en el necesario, inevitable, carácter “idealista” de toda identificación, para la formación del Yo. Más aún, no implica ignorar los “defectos” del amado/a, que el superyó en cambio realzará como tales para reprimir. La separación implicará una desidentificación mortífera y agresiva, pero no necesariamente una caída del Ideal, que habrá que rescatar, como propusimos hace un rato para la “revolución”, si la fuerza libidinosa a cargo del Yo lo permite: o sea, la vida que lleva al yo, y no a la inversa. Ya que el yo, en su punto de dominio, es puro superyó.

*Psicoanalista.Fragmento de un trabajo publicado en www.elsigma.com.

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