PSICOLOGíA › EL PRIMERO DE TODOS LOS CRIMENES

¿Por qué Dios eligió a Abel?

 Por Julio Moscón *

En el mito bíblico de Caín y Abel, el dato clave a considerar es que es Dios quien introduce la diferencia entre los hermanos: El es quien prefiere la ofrenda que Abel le dona en sacrificio, y no hay explicación convincente de esa preferencia; más bien se deja entrever lo arbitrario o lo azaroso de su decisión. ¿Por qué Dios se inclinó más por el cordero de Abel que por los primeros frutos de Caín, si ambas ofrendas eran equivalentes, si ambas cumplían con las leyes rituales del Templo? Puede leerse en esa arbitrariedad de Dios el sinsentido y la contingencia del mundo para el sujeto humano, que, en otros términos, podríamos traducir como lo angustiante del deseo del Otro cuando se hace presente sin responder ni satisfacerse con las ofrendas fantasmáticas. Abel, por su parte, Abel representa la complacencia del hijo preferido y triunfador, un modo de ser único (“hijo único”) imaginariamente en relación con el Otro. En este sentido es Abel el que “mata” primero a Caín.

Más precisamente, el episodio fratricida sería una escenificación imaginaria y desplazada de otro asesinato más primordial: el que Dios le propina al ser humano, encarnado en Caín y Abel, al introducir esa causa opaca y misteriosa, entrañada en el lenguaje, que determina la discordia del ser hablante con el supuesto orden del mundo. Caín podría haber exclamado, como Cristo en la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”

Sabemos que la fraternidad sólo puede fundarse en la ley, es decir, en una pérdida en común. Nos encontramos diciendo, por ejemplo, que, a pesar de las diferencias, “la muerte nos iguala”; también nos igualan el rechazo o la amenaza compartidos. Por el contrario, compartir un botín establece una alianza sólo precaria: el deseo, cebado, tiende a extralimitarse y a pulsear con la regulación de la ley simbólica, de modo que el lazo fraterno es rápidamente traicionado.

Ante la diferencia que irrumpe en el reparto del plus de goce, el mito del fratricidio (o la variante borgeana de “La intrusa”, versión velada del mito de Caín y Abel donde el crimen de la mujer evita el fratricidio) nos dice que, en el mismo lugar del asesinato, una marca simbólica debe inscribirse sancionando un imposible, es decir, en este caso, marcando lo irremediable del surgimiento de la diferencia, la cual no es otra cosa que una forma de nominar el desencuentro del sujeto con el goce.

* Fragmento de “Fraternidad y diferencia”, en Psicoanálisis y el Hospital, Nº 32.

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