PSICOLOGíA › YO, SUJETO Y “ESTA REALIDAD”

¿Crisis o sólo agonía?

Por Alicia Azubel *

Se escucha que, como efecto de medidas económicas que afectan el movimiento de dinero de particulares depositados en los bancos, se estaría asistiendo a una suerte de locura colectiva. Vale la pena interrogar este decir de la calle e intentar situar un malestar que se expone bajo la forma de vivencias de incertidumbre, de experiencias de despojo de lo propio y de intrusión en un ámbito privado. Vivencia de estafa subjetiva sostenida en la objetividad de la retención de un dinero que está en la cuenta del nombre propio. No es debatible la legitimidad del malestar y de la disposición a la protesta. Uno siente cierto pudor de interrogar algo tan obvio.
Sin embargo, por una parte, está la cuestión de la realidad. La bronca, más aún el odio –no digo angustia– se asocia de un modo automático con lo que se da por sentado como “la realidad” que se vive, de la que se es víctima y puro objeto. Cada cual, en la primera persona del singular. Un Yo y una Realidad. No digo que esa suma de yoes no hagan masa en un débil nosotros sino que ese plural es débil porque se constituye alrededor del eje particular del Yo. (Se constata el agobio que produce al Yo escuchar otro idéntico Yo, en un discurso reiterativo y sin salida para ambos.) Mi reclamo de recuperación es el que vale y organiza mi odio, mi malestar, mi protesta. Y la realidad así constituida también es débil, porque se organiza como una extranjeridad absoluta, sin articulación con los sujetos en juego, y por tanto como entidad a destruir.
¿Hay una crisis? Se habla tanto de ella que parecería absurdo suponer que no. Sin embargo, si en la clásica definición de crisis se admite que es efecto de algo que agoniza y algo que no consigue producirse como diferente, es posible que estemos más acorralados en un movimiento desesperado de recuperación de lo agonizante que en un impulso hacia un nuevo estado de cosas. Para un analista, esto es materia de trabajo cotidiano: gente que acude a la consulta por algo que no va más y, sin embargo, se aferra a ello con una adhesividad sufriente; toda nueva apuesta amenaza con producir una pérdida, aun cuando en algún lugar se sepa que lo que se teme perder, lo que se desespera por recuperar, nunca estuvo.
El movimiento de recuperación gira en falso porque aquello por lo que se desespera tiene la consistencia de la ilusión. Idealizada o denigrada, esa ilusión aparece como sostén de la propia integridad. Sin esa ilusión ya nada sería igual, como consecuencia de un descompletamiento del Yo, de lo que se da en llamar la identidad del individuo y de su entorno: familia, amigos, trabajo, país. Un trabajo de análisis lleva a enfrentarse con ese descompletamiento de la identidad de uno y otro lado –la caída de esa ilusión– para que algo en ese vacío pueda producirse como alternativa al movimiento de repetición de lo mismo. Un análisis procura dirimirse en el registro de la crisis y no de la recuperación. En el registro del descompletamiento del sujeto y de lo Otro, y no en el plano de una restauración que venga a taponar el advenimiento de otra cosa. Que no es una cosa sino una posición subjetiva frente a la realidad porque, para decirlo todo, la realidad se construye a partir de una cierta posición subjetiva.
También la construcción de la realidad en su versión colectiva depende de ciertas posiciones frente a los tiempos y el lugar que nos toca vivir. Entonces, si hay o no una crisis, se mide por sus consecuencias, por la perspectiva que inaugura en la construcción de una realidad en la que el sujeto se vea implicado, y a partir de la cual ya nada será idéntico: ni sus ideales, ni sus goces, ni sus padecimientos. Tampoco será igual la realidad política y social de la que habrá de ser parte más allá de uno mismo: en tanto Yo, centro, pero bien acá de uno en tanto uno más entre otros.

* Miembro de la entidad psicoanalítica “Testimonios” y docente en la UBA.

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