PSICOLOGíA › CONSECUENCIAS DE LA CAIDA DE UN SIGNIFICANTE

Histeria de convertibilidad

Por María del Carmen Meroni*

Al elemento “convertibilidad”: ¿no lo podríamos llamar “significante”, por su función de artificio sintomático en el semblante colectivo a través del cual se sostenía una forma de lazo social? Se trata de un elemento prevalente en un discurso hoy quebrado, discurso en el que se afirmaba, tan precariamente, que “uno es igual a otro”. Elemento prevalente cuya caída desencadenó la agitación que se mantenía sin duda latente en el malestar largamente argumentado de muchas maneras (bajo represión de su causa, como suele ocurrir). ¿Sería quizás, ese elemento prevalente, un articulador central del discurso propuesto para el lazo social, aunque sólo promoviera más sufrimientos, pero velados por el rasero apaciguador de lo previsible?
Por la existencia del lenguaje, sólo en la especie humana es posible que se articule, como regulador de los lazos sociales, lo que se llama “un sistema monetario”. “Uno equivale a uno”, podría hoy, dado el desborde producido por su quebradura, iluminar la presencia (a través de una variedad posible de dicho sistema monetario) de un fundamento material de nuestro lazo social, fundamento del cual los sucesos que hoy nos abruman serían su “puesta en discurso” (así como se dice “puesta en escena”).
Podríamos decir entonces que el fundamento material iluminado por la caída traumática del significante “convertibilidad” (caída que ha puesto de manifiesto lo que con él quedaba velado) es el hecho contingentemente verdadero de que el goce humano no necesariamente tiene medida, es inconmensurable y singularísimo, que alguna necesaria “puesta en común” nunca lo recubre del todo; o sea que eventualmente es verdadero ese punto arbitrario, en el cual “uno puede ser lo que a alguno se le antoje”.
Esta última fórmula, que a veces asoma en el fondo un poco loco del deseo de cualquiera, ha estado, sin embargo, permanente y brutalmente presente entre nosotros, en primer plano, con un grado masivo de evidencia que hace imposible apartar de la escena la arbitrariedad constante y no permite su olvido. Esta fórmula es discernible como un hilo conductor en la historia que evocamos, por fuera o en el límite de toda ficción normativa, en nuestras décadas más recientes, incluyendo la última a veces elogiada, décadas sin “puesta en común” posible, que no han carecido de una ferocidad asesina, que no muestra actualmente lo que ha sido su cara “peor”. Esta última fórmula (“uno puede ser lo que a alguno se le antoje”) es hoy nuevamente discernible a partir del estallido que produce la caída de su más reciente ocultamiento, la llamada “convertibilidad” (“uno no puede ser más que uno”).
Para aquello de “lo que a alguno se le antoje”, valga el “alguno” en el sentido de la Psicología de las masas de Freud, donde “alguno”, vía idealización del conductor e identificación recíproca entre los pares, cobra su sentido más radical, porque ese “alguno” vale como “cualquiera”, es decir, como “todos”. Es allí, en la reiterada experiencia colectiva de “lo que a alguno se le antoje”, donde el velo roto deja ver el fantasma de la pura selva sin senderos, de códigos locales, quebrantables y efímeros, fantasma de un goce acechante permanentemente sin medida, que es posible discernir en nuestra historia reciente, siguiendo retroactivamente la pista de sus precarios ocultamientos, a partir del estallido traumático del más actual de ellos. Es allí donde se producen o se alimentan la angustia, la furia y el pánico que podemos reconocer.

* Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA).

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