PSICOLOGíA › MALESTAR, BIENESTAR Y OTRAS CUESTIONES

El estómago del alma nunca anda bien

 Por I. V. *

Una vez admitido que el sujeto recurre al análisis por su neurosis cabe preguntarse si hay acaso alguien que, sin ser psicótico ni perverso, tampoco sea neurótico; esta alternativa, pensable, implicaría la existencia de una cuarta categoría, la de normales. Recurro a un ejemplo para despejar mejor de qué se trata. Para un gastroenterólogo, hay estómagos que funcionan bien y otros que tienen problemas; su nosografía no incluye como patología el modo según el cual funciona el órgano. El psicoanálisis, por el contrario, incluye, en la nosografía con la que trabaja, toda la población a la que se dedica. Desde su perspectiva, la neurosis es la estructura, no así la perversión ni la psicosis; de ahí la distancia con la nosografía médica y sus consecuencias prácticas.

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Freud habló en su momento del malestar en la cultura; formuló la tesis según la cual la neurosis irá aumentando a medida que crezca ese malestar. Lacan, por su parte, considera que como psicoanalistas podríamos establecer una equivalencia entre cultura y lenguaje. En el cruce de esas dos formulaciones, propongo: la neurosis es la manifestación del malestar del sujeto en el campo del lenguaje.

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Un analista prometería más de lo que puede aportar si dijera a sus analizantes que les va a abrir el camino al bienestar; considerarlo así no supone afiliarse a una perspectiva pesimista: que no haya bienestar no quiere decir que no exista el goce. La acotación vale también para la diferencia con la práctica de la medicina y con los enfoques de algunas psicologías. Decir que el malestar del sujeto se sitúa en el campo del lenguaje supone que la causa está en algo que no acuerda entre el lenguaje y el sexo. Hay allí algo que clama y en función de lo cual Freud escribe, refiriéndose a los síntomas: saxa loquuntur, las piedras hablan; los síntomas como piedras hablan.

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En el tan conocido decir de las madres “El nene no me come...”, está en juego una demanda de ser comida; cuando esa pulsión oral cierra su ciclo, ocurre que la madre se está ofreciendo para ser comida, algo que también subyace en la invitación que solemos hacer para que alguien venga a casa. “Me come” o “No me come”, he ahí el goce de recibir al otro con una buena cena. Este lugar de la pulsión, precisa Lacan, no se funda en la biología sino en la demanda del Otro.

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La histérica se mantiene en un deseo insatisfecho porque cualquier goce que pudiese encontrar, avanzando según su deseo, siempre se situaría en menos respecto del goce absoluto que ella busca; la histérica se sustrae como objeto del deseo y del goce del Otro y evita así encontrarse con la castración, la verdadera, la del Otro.

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Se supone que entre las damas es mayor la frecuencia de la histeria, hasta el punto de que algunos analistas hacen de ella sinónimo de mujer, así como la neurosis obsesiva lo sería de hombre: Freud critica esta perspectiva, que, en tiempos de Charcot, se fundaba en la anatomía; su causa supuesta eran los desplazamientos del útero. Freud, en cambio, habla de histeria masculina y Lacan lo retoma al punto de definirse a sí mismo como un histérico perfecto, esto es, sin síntomas. Por mi parte, considero que el amor al Otro sexo encubre en el varón la fijación inconsciente en el amor al padre; a veces descuidamos este aspecto, ligado a la estructura histérica del paciente varón.

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Recorrimos las distintas formulaciones que Freud avanza para dar cuenta de ese cuerpo sexuado. La primera de ellas corresponde a la teoría de la seducción, donde plantea que la sexualidad se inscribe de un modo traumático y contingente a la vez, según el perfil del accidente: alguien despierta en el niño o niña su relación con el sexo; la eficacia de esa irrupción y de su grado de violencia se dará a leer a posteriori en la producción de síntomas. Con los indicios que le aporta su clínica, Freud se ve llevado en breve a descartar –aunque no por completo– esta primera teoría. Elabora, entonces, el concepto de fantasía, que mantiene la pregunta acerca de cómo se constituye en el ser humano ese cuerpo en tanto sexuado: en la medida en que no hay un instinto que apunte irremediablemente al objeto necesario para su satisfacción, ¿cuál es el factor que decide el encuentro con dicho objeto? En “Sobre la sexualidad femenina” –que pertenece a la última etapa de su obra–, Freud retoma, con sus paradojas, la cuestión de ese Otro a iniciativa de quien se despierta en el sujeto el fuego de la sexualidad y del goce, y este despertar ya no se sitúa en el registro de la contingencia. Refiriéndose a la niña, habla del resultado inevitable que en ella produce su relación con la madre o subrogado materno a cargo de su cuidado; ya no se trata de la seducción accidental, sino que es cuestión del Otro primordial, el Otro que está infaliblemente allí.

* Extractado de Estructura y transferencia en la serie de las neurosis, de próxima aparición (ed. Letra Viva).

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