PSICOLOGíA

Del “cachorreo” a la paternidad

 Por L. K.

Desde las primeras sesiones de Tomi –diagnosticado como autista– y su papá advierto que el único modo en que obtiene alguna respuesta de su hijo es a través de un tipo específico de encuentro corporal. Abrazados, balancéandose rítmicamente, se patean de manera recíproca y mutua, y en el fragor de sus movimientos parecen confundirse en un solo cuerpo. Sus movimientos de tensiones y distensiones corporales evocan aquellos que despliegan los animales con sus crías, motivo por el cual denominé esta acción lúdica como del cachorreo.

Por la gran intensidad y cada vez mayor frecuencia con que mueven sus piernas, los movimientos acaban por transformarse en verdaderas patadas que parecen no tener fin, que parecen resueltas a ir cada vez más lejos. También enrojecen las mejillas de ambos, transpiran. Así fundidos en uno solo, casi no puedo percibir si es el niño o el padre el que no puede dejar de patear al otro; la respuesta es mimética. La única diferencia entre ellos es que el niño, al compás de sus movimientos, emite vocalizaciones. En cambio, el padre permanece en silencio. A medida que los golpes son más intensos y frecuentes, también lo son los abrazos que se otorgan, mientras sus rostros relucen de alegría.

Tomi y su padre, cuando se balancean, entrelazan sus cuerpos a través de una secuencia de ritmos cálidos, risas y vocalizaciones. Se hace evidente una experiencia compartida de contagio afectivo o empatía (C. Trevarthen la llama “intersubjetividad primaria: primer intento de comunicación entre el cuidador y el niño”).

Pero, para que el niño pueda llegar a constituir una imagen de sí mismo separada del otro, será necesario que previamente esté construida en el padre respecto de ese hijo. En cuanto a este niño, desde el inicio podrían coexistir factores inherentes a cierta vulnerabilidad innata; luego, entre otros y derivados de lo anterior, trastornos en el proceso de constitución de la subjetividad. Por su parte, el padre, como producto del dolor narcisista que sobrelleva por lo ajena que se le torna la imagen de sí mismo que el hijo le procura, recurre a la mímesis: realiza los mismos movimientos que el hijo como forma de ver al niño a su imagen y semejanza, y así disminuir su sufrimiento. Pero así, al no percibir a su hijo como diferente de sí, no puede reconocer el sentido de sus manifestaciones y responderle acorde con ello; por lo tanto, no genera las condiciones para que este sentido se inscriba en el hijo.

Podemos conjeturar que a la ostensible soledad de Tomi corresponde la profunda soledad del padre, que no se siente pensado por el hijo y no se acerca a comprenderlo e incentivarle un tipo de comunicación sostenida, creyendo que el niño no tiene pensamientos propios. Es un estado en el cual ninguno de los dos se siente reconocido ni entendido en el nivel más profundo de sí mismo. Y el anhelo de ese tipo de conexión nos introduce en el conocimiento de las raíces intersubjetivas del autismo.

Aquello que resulte específico para generar modificaciones en la soledad del niño también lo será respecto de los padres.

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