PSICOLOGíA › SISTEMAS FAMILIARES VIOLENTOS

“Actores terceros”

 Por María Cristina Ravazzola *

En los comienzos de mi actividad profesional, me asombró un registro en el que no había reparado nunca, o que creía existente sólo para unas pocas familias distantes de mi práctica, no para las familias que yo atendía: el de la violencia. Cuando decidí investigar, tres de cada diez de las familias que atendía me respondieron afirmativamente: había descalificaciones y golpes del marido hacia la esposa. Al familiarizarme con el tema, comprobé que es muy difícil frenar esa dinámica relacional, es muy difícil que la palabra y la conversación sustituyan los maltratos. Los episodios de violencia tienden a repetirse, más allá del daño que puedan causar.

La teoría relacional sistémica proporciona una plataforma de instrumentos y recursos para lidiar con conductas indeseadas que se repiten. Los resumo en una frase de Carlos Sluzki: “En el complejo entramado de un sistema de relaciones que se sostiene en el tiempo, si cambia uno de los componentes del sistema, el sistema cambia”. Desde el esquema de un sistema (recortado y simplificado) compuesto por un hombre irritado, a merced de sus impulsos, que se descarga en su mujer y en sus hijos indefensos, se hace difícil promover un cambio. Así planteado, sólo uno u otro de los polos de la interacción pueden frenar la violencia: o bien lo hace el perpetrador o lo hace la víctima. Es mejor encontrar variables que complejicen el esquema. Ampliando la mirada, es posible incorporar otros actores que también participan, jugando papeles menos protagónicos: actores terceros, testigos, cuyas acciones u omisiones pueden modificar esa dinámica. Estos terceros actores son personas que saben de esa violencia. A veces se trata de profesionales consultados, a veces familiares o vecinos, a veces los hijos. Para la posibilidad de que se produzca un cambio, sus intervenciones son clave.

La inclusión de los terceros contribuye a examinar el que puede llamarse “circuito de la violencia repetitiva”: permite no limitarse a contar sólo con la voluntad de cambio de los dos protagonistas de la violencia. Y es posible observar que, cuando la violencia continúa, las creencias de los tres actores acerca de distintos temas son coincidentes. Por ejemplo, coinciden en que “el jefe de hogar debe ser un varón”, “la autoridad debe ser ejercida por el padre”, “una familia sin padre no es familia”, etcétera. Las creencias pasan así a ser foco crucial del trabajo terapéutico. Desde la creencia clásica de que sin la presencia de un padre varón no hay familia, y de su ausencia es perjudicial para la crianza de los hijos, las madres agredidas por sus esposos se ven obligadas a sostener un lugar valioso a los ojos de sus hijos para esos mismos hombres de los que a veces incluso habían conseguido separarse; esto a los hijos los confunde todavía más.

Las familias en que ocurre violencia hacia sus miembros más indefensos son representativas de las concepciones de familia autoritaria que todavía predominan en culturas a las que pertenecemos.

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