PSICOLOGíA › FAMILIAS DE CHICOS CON VIH

“¿No será mejor dejarlo para más adelante?”

 Por Jorge A. Goldberg *

En nuestra práctica con chicos con VIH detectamos multiplicidad de malestares (psíquicos, sociales, económicos etc.), entre ellos uno específico: el que circula intrafamiliarmente cuando nuestros pacientes, niños y púberes, comienzan a manifestar su deseo de saber respecto de su enfermedad: cómo y cuándo se originó, cuál es su nombre o por qué motivo falleció algún familiar significativo. El malestar se detecta en los silencios, eufemismos y mentiras que los adultos erigen como barreras, a veces infranqueables, al interrogar de los niños.

En el seguimiento psicológico de estos niños, una meta prioritaria es captar las necesidades de información que van teniendo y transformarlas en material concreto, accesible a las posibilidades de entendimiento de cada chico. El proceso de informar a cada chico tiene una instancia de gran impacto emocional, que es la de transmitir (muchas veces, confirmar) al paciente el nombre de su enfermedad. El obstáculo, muchas veces, surge desde sus progenitores. Es frecuente que las familias objeten que la oportunidad no es la indicada. A menudo aducen que el impacto puede resultar negativo para el chico y producir efectos indeseados (por ejemplo, que se les puede “escapar en la escuela” y promover su propia discriminación). Nos sugieren postergar el paso para más adelante, “cuando sea más grande”. Más allá de que siempre es menester elegir el momento y la dosis de información que un niño requiere, en muchos casos ellos mismos, los familiares adultos, son los que no se sienten preparados para permitir que el significante VIH/sida ingrese oficialmente en la circulación afectiva y cognitiva de sus hijos.

Si no insistimos y nos ofrecemos como canal mediador, desde la familia probablemente nunca estén dadas las condiciones para encarar la situación, lo cual suele llevar a que para el chico la confirmación de su condición diagnóstica se concrete de un modo abrupto, violento. En algunos casos de resistencia extrema de las familias, los chicos y adolescentes construyen sus saberes en los intersticios familiares u hospitalarios. El costo de este camino es que se resiente la confianza, crucial para propiciar vínculos que den cabida a la intimidad. La proliferación de silencios, eufemismos y mentiras –cuando el objeto de interés infantil es el nombre de la infección, el modo de contagio, etcétera– muestra que no es sencillo para los progenitores conquistar una posición psíquica desde la cual puedan abrir el camino que los hijos les comienzan a reclamar.

Luego de ofrecer nuestra ayuda a los progenitores para que se pueda desplegar el diálogo con sus hijos, los consultamos acerca de qué suponen que podría ocurrir en la relación con sus hijos si éstos acceden a las respuestas que piden. Algunos argumentos frecuentes de estos hombres y mujeres: “Que mi hijo se enoje conmigo”, “Que me reproche”. En los hechos, la escena temida por los padres no suele ser la respuesta usual de los chicos una vez que acceden a la información.

Considerando las historias vitales de estos progenitores, en la época en que ocurrió la procreación sus vidas transcurrían en estado de desamparo familiar y social. Tal falta de soporte afectivo propicia actos microsuicidas, por ejemplo en la desestimación del riesgo de ciertas prácticas. Ese es el contexto en que nacieron muchos de quienes luego son nuestros pacientes. Todo o casi todo esto resulta indecible en forma espontánea. Lo que advertimos frecuentemente en el diálogo con estas mamás es la idea de que si ocurre la información la reacción del hijo va a ser explosiva, va a corroer el vínculo promoviendo desamor, desorden, caos cognitivo, culpa, acusaciones, o violencia explícita. El trabajo de preparar a los progenitores para habilitar el diálogo que requieren sus hijos se facilita cuando cobran confianza en que las intenciones del equipo terapéutico no son condenatorias.

Lo indecible en el grupo familiar se plasma en ciertas producciones de los chicos (especialmente historias y dibujos). Por ejemplo, un pequeño paciente dibuja una mujer en la tumba, muerta a causa de una mordida en el pecho, y el hijo encarcelado por haber sido quien mordió y mató a la madre: lo no procesable en el mundo adulto es captado por el niño, que asume la identidad del victimario. Esta confusión identitaria es una ofrenda del niño a los adultos que ama y tiene un alto costo, ya que interfiere en la exploración de la identidad infantil genuina, en el conocimiento de la historia familiar y la de su enfermar, es decir: interfiere en la continuidad del proceso elaborativo que cada niño tiene como posibilidad.

Apoderarse del trauma

Una de las cuestiones cruciales que intentan procesar psíquicamente los chicos con VIH es la de captar la naturaleza y el origen de la enfermedad en el propio cuerpo. En un primer momento, los interrogantes más frecuentes se dirigen a determinar la causa de aquello que enferma. Las respuestas que los chicos logran darse inicialmente suelen ser de naturaleza biologista: la causa de la enfermedad es el ataque de un bicho. En ocasiones dedican atención a crear una escena de origen, en la que el bicho pica, muerde o es ingerido. Un segundo momento apunta a dilucidar quién y cómo transmitió la enfermedad. Esta sigue representándose frecuentemente en términos de bichos voraces que atacan un cuerpo. Lo que se agrega, en relatos o dibujos, es un marco vincular que incluye padre, madre, hermanos. Los intercambios entre estos personajes preparan de un modo u otro un desenlace que es el ataque del bicho. Por ejemplo: una niña que vive con sus padres en la ciudad es abandonada por ellos, que la arrojan en una selva y, mientras camina sin rumbo, una araña se prepara para atacarla.

Los chicos que acceden a este segundo momento hacen camino en apoderarse de una escena traumática, la del propio origen. Con apoyo terapéutico pueden desplegar una posición crítica hacia ciertos fragmentos de la vida de sus progenitores. Donald Winnicott, refiriéndose a la necesidad de los niños adoptados de saber sobre el propio origen, llega a una conclusión semejante: “Cuando el niño está próximo al derrumbe, la necesidad [de verdad] es tan urgente que incluso hechos desagradables pueden traer alivio. El problema radica en el misterio y la mezcla consecuente con los hechos de la fantasía, así como en la carga de emociones siempre inminentes que nunca se experimentan. Si la emoción no es experimentada, nunca se la puede dejar atrás”.

La barrera del malestar adulto puede desarticular la construcción de escenas de este tipo. Para estos chicos, desplegar estas escenas que permiten pensar implica un esfuerzo de autoafirmación que tiene gran significación vital.

* Texto extractado del trabajo “Transmisión del VIH, malestar familiar y rescate subjetivo del niño”.

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