PSICOLOGíA › HERNáN KESSELMAN RECUERDA A TATO

“Uno de los últimos representantes de los 70”

 Por Hernán Kesselman

He venido trabajando con Tato Pavlovsky desde hace casi 50 años. Empezamos alrededor de 1968. Los dos éramos pacientes de Marie Langer y los dos trabajábamos con grupos. Nos pusimos a trabajar juntos. Yo venía trabajando con Enrique Pichon-Rivière y con José Bleger, él con Fidel Moccio y Carlos Martínez Bouquet. Eramos amigos de Fernando Ulloa, formábamos una camada en la que también estaban Armando Bauleo y Emilio Rodrigué.

Encontramos que el trabajo con grupos nos daba una dimensión distinta de la que daba el psicoanálisis individual, para el conocimiento humano. Y el agregado del psicodrama ponía en acción el cuerpo en escena, incorporaba el cuerpo de los pacientes y el terapeuta de una forma más activa, visible.

Nos fuimos juntos de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) y fundamos el grupo Plataforma. Escribimos juntos el texto Cuestionamos, que plantea la posición de Plataforma.

Después, con Luis Frydlewsky, escribimos Las escenas temidas del coordinador de grupos, que se publicó cuando ya estábamos en el exilio. Nosotros como terapeutas odiábamos ser tomados como modelo de salud. Teníamos miedos, como los pacientes. En ese libro hablamos, no de las escenas temibles, sino de las temidas. Para las temibles, había que tener piernas fuertes y salir corriendo, como le pasó a Tato en la dictadura cuando lo fueron a buscar al consultorio. Las temidas eran las singulares de cada uno; las neuras con las que cada uno afrontaba los conflictos de la asistencia de la salud.

Con Rodrigué y Bauleo compartimos una casa. Era un piso, en realidad el único que vivía allí era Tato. Armando, Emilio y yo íbamos más bien a comer pizza y filosofar, era un espacio de libertad de pensamiento. Compartimos los años del 68, del 70. Ideológicamente éramos una barra muy comprometida.

En el trabajo en grupos, la dimensión política lo atraviesa todo. Lo político no está afuera del consultorio, sino que atraviesa todas las situaciones, bipersonales y multipersonales. El grupo obliga a hablar con el otro; no ya hablar del otro, sino con el otro. Obliga a consonar, a resonar, a identificarse, a ver cosas de uno que uno no quiere ver; a admitir que hay papeles que uno tiene adentro y por eso los puede hacer en las dramatizaciones.

Después Emilio se fue a Bahía, Brasil, y Armando y yo nos fuimos a España. Tato se quedó pero al poco tiempo de la dictadura tuvo que escaparse por los techos y se vino a España conmigo. Dos o tres años estuvo conmigo en Madrid, atendiendo; compartíamos consultorio. A través del pensamiento de Gilles Deleuze, pasamos al paradigma de lo complejo. Tato decía que éramos deleuzianos sin saberlo.

Tato volvió a la Argentina en 1982, antes que yo, que volví en 1986. Pero siempre mantuvimos una vinculación estrecha, y escribíamos mucho en la revista española Clínica y Análisis Grupal. Nuestras familias también tenían una amistad íntima, antes, durante y después del exilio.

A Tato su labor teatral lo enriquecía como clínico. El teatro le daba ideas para el psicodrama, por ejemplo para activar los grupos. En cambio, no creo que su trabajo clínico haya enriquecido especialmente su labor teatral. Sus obras de teatro no formulan reflexiones psicológicas, pero nuestras reflexiones psicológicas estaban enriquecidas por lo teatral que él aportaba.

En estos últimos años seguimos trabajando juntos. Nos reuníamos los jueves y los viernes para comer, hablar, estar juntos, escribir y contarnos nuestras cosas. Ibamos a escribir un libro sobre sceno poiesis: todo lo que una escena puede engendrar. Habíamos quedado en reunirnos, dijimos que íbamos a hacer como esos viejos tejanos que se juntan para tomar una copa y recordar. Queríamos recuperar los sucesos de los últimos cincuenta años de nuestra vida, íbamos a grabarlo, pero él se enfermó, ya estaba enfermo pero se enfermó más, y ya no pudo.

Tato, junto con Jaime Rojas Bermúdez, fue el fundador del psicodrama en la Argentina. Le dio al grupo una dimensión superior a la de cualquier tratamiento bipersonal. Le dio al psicoanálisis una dimensión que no era conocida antes de su trabajo. Trabajó con grupos hasta los últimos días de su vida.

Con Tato ha muerto uno de los últimos representantes de la época de los 70, en el sentido cultural, político, histórico, social.

Teníamos la costumbre de prologar nuestros libros mutuamente, como con Rodrigué, Bauleo, Ulloa. Nos prologábamos los libros. Tato fue un hermano para mí, tuve la suerte de trabajar con él. Con él aprendí psicodrama, fue mi mejor maestro, y creo que él también aprendió trabajando conmigo. No me imagino escribiendo con otro que no sea él. Estoy desolado. Yo discutía con él su dramaturgia, veía todos sus ensayos. Fui un fana de Tato, y crítico a veces, como hacen los buenos amigos. No puedo creer todavía que murió. Estoy con el moretón, con el dolor encima. Pero va a seguir vivo. En la gente que lo seguía. En los caminos que abrió para la clínica y la dramaturgia.

* Testimonio recogido por Pedro Lipcovich.

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