SOCIEDAD › LORIS ZANATTA, POLITOLOGO ITALIANO

Una historia de la Iglesia argentina

“Tras dos décadas largas de reformas liberales, hay sectores sociales que buscan factores de integración y eso se encuentra mucho más en instituciones religiosas que en políticas. Hay un riesgo de neointegralismo”, advierte Loris Zanatta, politólogo italiano y profesor de Historia e Instituciones Latinoamericanas en la Universidad de Bolonia. Zanatta obtuvo un doctorado en Historia Latinoamericana por la Universidad de Génova y fue investigador del Instituto para la Ciencia Religiosa en Bolonia. Es autor de dos libros sobre las relaciones entre Iglesia y militares en la Argentina y coautor con Roberto Distéfano de Historia de la Iglesia Argentina: desde la conquista hasta fines del siglo XX.
Actualmente está trabajando sobre las relaciones exteriores de la Argentina durante la Guerra Fría y vino a dictar un curso sobre ese tema en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). En diálogo con Página/12, analiza el conflicto con el Vaticano por la destitución del obispo castrense Antonio Baseotto, quien expresó su deseo de que al ministro de Salud, Ginés González García, “se le ate una piedra al cuello y se lo arroje al mar”, luego de que González García hablase a favor de debatir el aborto. También revisa las críticas al celibato tras la renuncia del obispo de Santiago del Estero Juan Carlos Maccarone y considera que la Iglesia no suprime el celibato porque “podría disminuir la capacidad de ejercer un poder centralizado por parte de una institución que hace de la jerarquía uno de sus fundamentos”.
–¿Cuál es el peso actual de la Iglesia en la sociedad?
–La Iglesia tiene mensajes contradictorios. Por un lado, las personas son menos creyentes o bien los creyentes siguen menos a la Iglesia Católica en la moral sexual. En ese sentido, se podría pensar que la Iglesia está perdiendo terreno y debería ponerse al día para seguir en la sociedad. Pero, por otro lado, hay otros factores que pueden darle a la Iglesia la idea de una vuelta de espiritualismo. Tras dos décadas largas de reformas liberales, los sectores sociales que quedaron en la anomia buscan factores de integración y eso se encuentra mucho más en instituciones religiosas que en instituciones políticas. La imagen positiva de las instituciones políticas es muy baja y de la Iglesia es muy alta. Hay un riesgo de neointegralismo, porque esto la posibilita a recuperar el terreno perdido en los procesos de secularización y a conquistar espacios que le permitan influir sobre un Estado para que no se desvincule demasiado de la doctrina católica.
–Sin embargo, tras la renuncia del obispo Juan Carlos Maccarone, mientras se difundían aspectos de su vida privada, surgieron críticas al interior de la Iglesia, por ejemplo, a instituciones como el celibato.
–El celibato es una construcción que se da en el curso de la historia de la Iglesia, no es originaria. Se vuelve un problema a medida que hay escasez de sacerdotes por esta razón. Se pone en cuestión principalmente en los países desarrollados, donde el crecimiento demográfico es muy escaso y la secularización ha avanzado más. Un eventual concilio vaticano seguramente se encontraría con ese tema como uno de los más importantes.
–¿Qué ocurriría si se retirara esta institución?
–Sería una revolución de las costumbres, pero podría disminuir la capacidad de ejercer un poder centralizado por parte de una institución que hace de la jerarquía uno de sus fundamentos. Sería más atomizada, ya que un sacerdote con familia tiene más autonomía. Es más difícil pensar que toda su vida sería dedicada a la Iglesia.
–¿Los sectores más conservadores ganaron con la renuncia de Maccarone?
–No, la Iglesia como institución no gana. Si alguien en la Iglesia hizo este cálculo, es cortoplacista. La imagen de la institución padece. Yo espero que todo esto le enseñe a la Iglesia lo que se olvida: la piedad, la caridad, el respeto para las personas que tienen costumbres diferentes a la moral que quiere enseñar.
–En su investigación actual, ¿cómo está analizando, en particular, las relaciones entre el Vaticano y la Argentina?
–Lo primero a tener en cuenta es la importancia que la Santa Sede tenía en la política exterior de Juan Domingo Perón, tras la segunda guerra mundial. En la posguerra, para Perón era fundamental la legitimación espiritual que le brindaría la Santa Sede a su proyecto de tercera posición, que implicaba aglutinar las naciones católicas hispanoamericanas en torno de la Argentina. Los primeros años, hasta 1948, la relación de Perón con la Santa Sede era bastante buena. Luego, lo acusó de intentar implementar un control de la Iglesia por parte del Estado, a través del patronato (N. de R.: el control de la designación de obispos). Este fue el primer conflicto, pero principalmente la Santa Sede no apoyó el proyecto de tercera posición porque aceptó la condición de que, en el mundo bipolar, Estados Unidos fuera la cabeza de la lucha en contra del comunismo. La Guerra Fría separó profundamente los destinos de Perón y la Santa Sede y todos los gobiernos sucesivos tendrían el problema de restablecer relaciones de confianza con el Vaticano.
–¿Cuál fue la importancia del convenio con el Vaticano para crear el vicariato castrense?
–Se firmó en 1957, aunque las negociaciones venían de la época peronista. Quedaron trabadas porque Perón pretendía ejercer un control sobre los obispos en general y sobre el castrense en particular, que era importante desde un punto de vista político. En 1957 se negoció un acuerdo en el que el Gobierno argentino aceptó que los nombramientos se harían por parte de la Santa Sede. Desde entonces, la alianza con la Santa Sede se volvió uno de los ejes fundamentales de la política exterior argentina. Por otra parte, el vicariato castrense, durante la última dictadura, cumplió fundamentalmente un papel de legitimación espiritual del Gobierno militar. No todos en la Iglesia estaban dispuestos a dársela...
–Desde la lógica del Vaticano, ¿qué está en juego en el conflicto actual por la destitución del obispo castrense Baseotto?
–Es otra vez quién nombra los obispos, la discusión entre poder temporal y espiritual. Estoy convencido de que, en la jerarquía eclesiástica, las expresiones de Baseotto no deben haber caído bien. Sí estaba aceptada la polémica (contra el aborto), pero no la metáfora violenta que utilizó.
–Entonces, ¿por qué continúan estancadas las negociaciones para nombrar un nuevo obispo castrense?
–Cuando el Gobierno echa a un obispo o pretende echarlo, eso plantea otro tipo de problema, de jurisdicción. Lo más importante que hay detrás es otra cosa: se trata del tipo de reacciones muy integralistas que puede generar en algunos sectores de la Iglesia el avance por parte del Gobierno de una legislación laica que, para la Iglesia, atenta contra los derechos naturales (es decir, la familia, la procreación, contra la pareja homosexual y métodos anticonceptivos). Esto puede hacerlos volver a viejos integralismos y reivindicar, en nombre de la nación católica, el derecho de la Iglesia a intervenir en la política. Una reacción dura como la que tuvo el Presidente creo que puede ser contraproducente para el Gobierno y le dificulta aún más la implementación de esas leyes.
–¿Qué línea cree que llevaría el cardenal Jorge Bergoglio al Vaticano, si es elegido como secretario de Estado del Vaticano?
–Seguramente, seguirá la línea del Papa, pero es muy pronto para analizarlo. No está dicho que lo nombren, aunque no lo excluyo, pero no es del todo probable. Lo que se puede decir es que Bergoglio no tiene experiencia de diplomático, tiene experiencia pastoral. Me sorprendería un poco que lo nombraran.

Reportaje: Werner Pertot.

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