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El día que Barcelona se secó

Barcelona, cada vez más atiborrada de turistas, sufrió en el verano del 2008 una de las sequías más severas de los últimos setenta años, lo que la obligó a recibir el auxilio de tanques portátiles que llegaron desde el vecino estado de Andalucía, históricamente más seco. Según el encuadre científico de este fenómeno, es una prueba de cómo el Norte del planeta no está exento de los rigores del calentamiento global que afecta prioritariamente al Sur del planeta. Pero, al mismo tiempo, es ejemplo de cómo el mundo rico puede encontrar respuestas rápidas. La dramática escasez de agua ocurrió en la temporada veraniega anterior. Para entonces, la reserva de Sau, una de las fuentes de agua más grandes de la región, había quedado reducida sólo al 20 por ciento de su capacidad y el lago creado por esta obra acuífera de 1950 bajó tanto que dejó al descubierto la ruina medieval que el espejo de agua sepultaba. La sequía no sólo comprometió la temporada turística sino que provocó pérdidas a la agricultura zonal estimadas en 4,8 millones de euros. El susto finalmente pasó, pero los pronósticos apuntan a que esos fenómenos excepcionales serán cada vez más frecuentes. Hoy los reservorios de Cataluña están a más del 90 por ciento de su capacidad, pero nada garantiza que esto se mantenga de este modo.

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