SOCIEDAD › UN PROGRAMA DE PADRINAZGOS PARA CHICOS DESAMPARADOS

Los niños “abrigados” de Brasil

Los niños “abrigados” son, en Brasil, chicos y chicas institucionalizados desde pequeños. En su mayoría provienen de hogares desintegrados, de familias de las cuales el Estado ha decidido excluirlos para que no sigan sufriendo abusos, o de familias que ya no pueden mantenerlos. Los abrigados están en disponibilidad para quienes deseen adoptarlos. Y demanda hay, explica el juez de Infancia y Juventud Mauricio Porfirio Rosa, pero de las 550 parejas que actualmente tramitan el pedido ante su juzgado, ninguna quiere otra cosa que niñas blancas y recién nacidas. Ese es el conflicto grave cuando la mayoría de los pequeños institucionalizados tiene la piel oscura, el pelo renegrido, los rasgos de una raza no europea. Por eso, como notó Rosa en sus visitas, los refugios de menores de Goiania (en el estado de Goiás) están repletos de niños de más de cinco años por los cuales nadie reclama.

“Cuando visitaba esos refugios me conmovía, me consternaba ver que los niños de más de 5 años no tenían ni siquiera la expectativa de recibir una visita, de celebrar con alguien una fecha conmemorativa o festiva. Eso me dejó trastornado y pensé que podíamos crear un mecanismo para suplir esa deficiencia, esa falla legal”, explica. De traje, corbata, tal vez la estampa más formal de la Feria, el juez cuenta que ése fue el origen de Anjo da guarda (www.anjodaguarda.net), el programa de padrinazgos que propone tres modos distintos de acercamiento a chicos y chicas abrigados, tres caminos posibles con diferentes niveles de compromiso.

El primero, de “padrino proveedor”, es para quien “quiere pagar los gastos del pequeño, la escuela, las necesidades económicas. Pero jamás aceptamos dinero para el proyecto. El dinero tiene que ser dado para el niño, porque no queremos sólo eso. Queremos crear un vínculo afectivo”. El segundo también provee, pero no a distancia, sino en la cercanía del contacto que puede comenzar como casual y terminar, con el tiempo, estableciendo vínculos. Se trata de un padrinazgo que provee servicios: “Aquella manicurista que quiere hacer las uñas de las niñas en el albergue, el peluquero que quiere cortar el cabello, el médico que quiere atender a los chicos”. El tercero es, de todos, el más comprometido física y emocionalmente, lo que Rosa define como “padrino social”. Es “el que pasa su tiempo con el niño los fines de semana, en Navidad, en Año Nuevo”. Desde 2005, cuando se puso en marcha desde el Juzgado y se sumó al proyecto la ONG Grupo de Estudios de Apoyo a la Adopción de Goiania, el volumen de adopciones de niños mayores de 5 años se incrementó, “porque aquella persona establece un vínculo, y a la hora de devolver al niño le duele el corazón, y quiere adoptarlo”.

El propio Rosa lo sabe. Si dice que “la paternidad y la maternidad no vienen de un fenómeno biológico”, es porque, aunque tiene hijos biológicos, él mismo es padre adoptante. El niño llegó a su casa cuando tenía ya cinco años. “Hoy puedo decir que no comprendo la vida sin él. Me da momentos de extrema alegría, de reflexión. Le doy lo que él tiene derecho de recibir, comida, educación, pero él me da vida. El sufría de asma y yo le hacía vaporizaciones en la noche, y un día como a las cuatro de la mañana, cuando ya estábamos los dos exhaustos, me preguntó: ‘¿Papá, por qué demoraste tanto en buscarme?’ Me largué a llorar, lo abracé y pensé ‘tantos otros niños deben estar diciendo eso en los refugios’.”

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