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Sufrir lo menos posible

 Por Martín Granovsky

La prensa chilena destaca que la Argentina pasó de enviar 300 mil metros cúbicos diarios de gas en febrero a un millón el 1º de marzo. El envío mayor, según el diario La Tercera, permitiría ahorrar diesel para las centrales, un elemento clave porque la refinería de Bío Bío quedó dañada.

Siempre es clave la respuesta ante un amigo en la mala, y los chilenos son amigos queridos, sobre todo tras veinticinco años de desmilitarización de las relaciones, pero el desafío mayor está dentro de Chile. Sebastián Piñera asume la presidencia el 11 de marzo con la reconstrucción como gran tarea pendiente. ¿Cuál reconstrucción? Una primera mirada –la tele, los blogs, los enviados, los diarios por Internet– permite observar el grueso de los daños. Si esa mirada es exacta, los más pobres sufrieron más. Sus casas son más débiles y también es más débil su conexión a los sistemas de alerta y su vulnerabilidad ante los tsunamis. Perdieron vidas, viviendas y trabajos. En menor medida sufrieron daños serios algunas propiedades relativamente nuevas en el propio Santiago. La especulación inmobiliaria nunca perdona, pero en un país sísmicamente vulnerable la especulación es delictiva. Y sufrió la infraestructura de rutas y puentes.

El diario El Mercurio informa sobre dos millones de afectados. ¿Transitorios, permanentes? El diagnóstico es parte de la reconstrucción.

El comportamiento de las acciones actuó como un dato implacable del rumbo futuro: bajaron los títulos de las grandes cadenas inmobiliarias y subieron los de las empresas cementeras. El desastre puso en manos de Piñera la receta clásica de la reactivación: obras, públicas o privadas, y la construcción como multiplicadora de movimiento y mano de obra. Entre otros rubros, la consultora IM Trust apunta pérdidas por 2500 millones de dólares en vivienda, 1500 en construcciones comerciales e industriales, 2000 en infraestructura de caminos y puertos, 500 millones en maquinaria y equipos y 500 millones por pérdida de materiales. Por eso la discusión que despunta estos días en Chile es cuánto gasto fiscal debe tolerar la economía. Si es verdad que la reconstrucción tendrá un piso de unos ocho mil millones de dólares, la cifra representa un porcentaje amplio de los 11.284 millones de dólares que lleva juntados el Fondo de Estabilización Económica y Social, el ahorro que Chile viene realizando en los últimos años para combatir los sacudones internacionales. En 2009, el déficit fiscal fue de 4,5 por ciento del Producto Bruto. Parece vana cualquier ilusión de bajar esa cifra cuando el sacudón no fue internacional, sino surgido de la propia tierra. Las alternativas a mano para no usar dinero del Fondo de Estabilización son dos: alguna variante de endeudamiento interno o préstamos del exterior.

La consultora IM Trust, que estimaba un crecimiento del 4 por ciento para el 2010, ahora proyecta un 5 o 5,5 por ciento, por la necesidad de la reconstrucción. La consultora Aserta estima que el crecimiento, si el plan de reconstrucción es agresivo, podría llegar al 6,5 o 7 por ciento.

Todos los análisis hablan de una caída en el corto plazo y una reactivación en los próximos meses.

Piñera acaba de reunir a su futuro gabinete. Les dijo a sus colaboradores que el terremoto marcará sus primeros tres años de gobierno y fijó como prioridades seguridad ciudadana, alimentos, energía, agua, reconstrucción y financiamiento. En sus apariciones públicas el presidente electo se mostró cooperativo con el gobierno y a la vez marcó su sesgo: “Lo más importante es restablecer el orden público y terminar con el vandalismo”, dijo.

En parte ésa era la agenda inmediata de Michelle Bachelet, aunque al revés de Piñera, la presidenta trató desde el primer momento posterior a la catástrofe de lograr un acuerdo con los supermercadistas para entregar comida gratis a los damnificados. La relación entre política y logística no es un tema ajeno para ella: salvando todas las distancias de tiempo y modo, su padre, el general Alberto Bachelet, fue asesinado por Augusto Pinochet porque había encabezado la Dirección de Abastecimiento y Comercialización ante el paro de transportes contra Salvador Allende en 1973.

La reconstrucción y la necesidad de un liderazgo fuerte, que coincide con la tradición presidencialista chilena, pueden ampliar el margen político inicial de Piñera. Pero cuando se trata de catástrofes nada es automático. La insensible respuesta de George Bush ante el huracán Katrina, en 2005, con un Estado moroso ante el sufrimiento de pobres y afroamericanos, terminó minando su popularidad y favoreciendo los temas sociales que introdujo Barack Obama en la campaña.

También vivirán un desafío los dirigentes de la Concertación. Su salida del gobierno coincidirá con la agenda posterremoto y los pondrá todos los días entre la obligación de ser cooperativos y la polémica por el signo social de la reconstrucción, desde los planes de vivienda hasta la multiplicación de estaciones sismográficas. Chile no es Haití, pero toda catástrofe deja un dilema entre reconstruir sin cambiar o construir como si fuera desde cero y dentro de un proyecto de mayor justicia.

Lo dijo Lula el lunes, de visita solidaria en Santiago: “Lo que pasa en las entrañas de la Tierra está en manos de Dios, pero a nosotros nos toca que los hombres sufran lo menos posible”.

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