SOCIEDAD › ALFREDO CONTI, DE LA CATEDRA UNESCO

Turismo en debate

 Por Soledad Vallejos

Nada es gratuito. Ni siquiera, o tal vez especialmente no, el turismo. Como actividad rentable tiene impacto, reflexiona Alfredo Conti, director del capítulo argentino de la Cátedra Unesco de Turismo Cultural, que se realiza con la colaboración de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes. Las consecuencias del turismo, sostiene Conti, van también bastante más allá, especialmente si se plantea en términos de ofertas culturales. “Desde hace algunos años, Argentina está pasando por un boom turístico. Se ha posicionado como nunca antes”, afirma.

–¿Por qué sucedió ese cambio?

–En realidad coincidieron factores para que el país se posicionara en el mercado internacional. El primero es la oferta, que es variada en lo natural y lo cultural. Para convocar turistas del exterior, favoreció el tipo de cambio, ahora Argentina es un país relativamente barato, también es relativamente seguro desplazarse dentro del país. Han mejorado mucho los servicios, la infraestructura turística. Y se da como un doble juego: hay turistas ávidos de conocer más, de cosas nuevas, de tener otro tipo de experiencias más allá de las experiencias habituales del paisaje, y eso se puede aprovechar mejor en los lugares donde hay atractivos.

–En ocasiones, y de esto hay casos notables, eso trae aparejado el riesgo de convertir lugares en parques temáticos, de alguna manera, en dejar que se modelen en función de la expectativa y la necesidad de la industria del turismo.

–Sí, porque ahí suele darse un juego perverso. Mi campo de investigación específico es más el patrimonio que el turismo, por eso lo he observado con detenimiento. El patrimonio, por su propia naturaleza, actúa como atractivo turístico. Se pone como un bien de consumo en el mercado. Ahora, lo ideal, por supuesto, es que exista un turismo sostenible en todo sentido: económico, social... La ida básica del turismo sostenible sería poder hacer un uso de los recursos que pueden ser paisajes, monumentos, ciudades, recursos humanos, fiestas tradicionales, hacer un uso que sea racional en el sentido ambiental, en el sentido económico y social. Es decir, se lo traduzco en cuestiones de cómo puede impactar negativamente sobre el patrimonio: una es que hay lugares donde por exceso de dedicación al turismo se convierten en parques temáticos. En algunas ciudades es tal el impacto del turismo que en sus barrios históricos ya no vive nadie, la población tradicional desapareció, por voluntad propia o porque se volvió excesivamente caro. En Venecia, en Colonia, en Quebec, uno va al centro histórico y está todo perfecto, los edificios bien conservados, el espacio público en condiciones excelentes, pero los edificios son comercios, restaurantes, tiendas de souvenirs, hoteles... Entonces la materia tangible está en buen estado pero a ese lugar le desapareció el alma. Eso sería un turismo donde el patrimonio está cuidado en lo material, pero ha entrado en crisis la autenticidad de las ciudades, y eso se ve en el uso que se hace de ellas, en su funcionamiento social. Y hay otra cuestión, que en nuestros países latinoamericanos se da mucho, sobre todo cuando en lo económico hay diferencias notorias entre el visitante y el residente, y es que el local se pone al servicio del turista. El residente hace lo que el turista espera que haga. Si el turista espera gauchos, se vestirá de gaucho aunque nunca antes haya usado esa ropa. Ahí también hay un problema de tipo social, en el sentido de que el residente se enajena en función de las expectativas del turista.

–¿El cambio es inevitable?

–Sí, una parte lo es. Lo prístino, lo auténtico no existe en ningún lado, la globalización llega a todo el mundo. La idea de la sostenible está en decidir dónde puede estar el equilibrio. Sabemos que si hay una determinada comunidad o región que ha mantenido su cultura por siglos y de pronto la invade el turismo, va a haber impacto social, ambiental y económico. El tema sería plantearse cuál es el límite aceptable de impacto para que la comunidad siga manteniendo su identidad, su tradición, sus formas de vida. Se han dado casos, hay ejemplos de comunidades que se plantan ante el turismo. Recuerdo algo que pasó hace 2, 3 años en la Quebrada de Humahuaca, en Tilcara. Ahí, en enero, se encontraban las copleras, era una ocasión más bien folklórica, con algunos eventos culturales, charlas y demás. De pronto aparece una banda de rock. Claro, también hay que ser prudentes al evaluar este tipo de cosas, porque a nosotros se nos ponen los pelos de punta, pero para el chico que vive en Tilcara es progreso, pero ¿dónde está el límite, el equilibrio? Entonces, ¿qué pasó? Como Tilcara está cerca de la capital provincial, a unos 80, 90 kilómetros, se empezó a poner de moda entre la juventud de San Salvador ir el fin de semana a Tilcara; iban el sábado, pasaban la noche en la plaza, en la calle, durmiendo en autos, en carpas, tomando alcohol a veces, haciendo pis en la calle. Recuerdo los carteles que pegaban los habitantes de Tilcara en las ventanas de sus casas: eran dibujos de los chicos tomando y haciendo pis y la población local diciendo “huyamos”. Quiero decir, de pronto hay reacciones de las comunidades locales porque la llegada del turismo cultural pasa a ser un problema. Nosotros decimos el turismo genera beneficios. Pero a la vez, si eso no está adecuadamente planificado y no es sostenible, genera impacto negativo: el deterioro ambiental, el impacto social sobre los residente, el no respeto por la diversidad cultural. De ahí la necesidad de pensar el turismo sostenible, que implica respeto por el medio ambiente, por lo social, por la diversidad cultural.

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