SOCIEDAD › LA CHICA QUE PUDO ESTUDIAR MEDICINA

Un regalo superfluo

 Por Soledad Vallejos

“Recuerdo una chica que vino a inscribirse para estudiar Medicina en La Plata, donde el curso de ingreso es bravísimo y todo el mundo sale mal –cuenta la abogada Verónica Canale–. Era chiquitita, bajita. Tenía la edad que corresponde para ir a estudiar a la universidad. Se encuentra y habla conmigo; le pregunté ‘¿qué vas a estudiar?’. Y me dice, con voz bajita: ‘Voy a estudiar medicina’. Era diciembre. Yo inmediatamente pensé ‘¿y con quién vamos a preparar a esta chica? Va a ser un bochazo sí o sí’. Y le dije: ‘Anotate también para enfermería, porque a lo mejor no entrás en Medicina, viste que el curso de ingreso es muy embromado...’. Ella me escuchaba. ‘Podés probar con enfermería, y si no te gusta, probás de vuelta con Medicina’. Me dice: ‘Bueno, sí’. Le volví a preguntar si se iba a anotar. ‘Sí, en Medicina, porque yo quiero estudiar Medicina. ¿Me entiende?’ Sí, cómo no, dije yo, me di media vuelta y me fui, avergonzada. Pensaba ‘la estoy subestimando, ¿y qué importa si sale mal? Tiene derecho también a eso, a pasar por la experiencia’. Y después de haberle dicho eso, ¿qué era lo peor que me podía pasar? En realidad, lo mejor del mundo: entró, la segunda en orden de mérito. La chica había pasado por montones de escuelas diferentes, había estado institucionalizada desde los cinco años. Y era brillante.” Un llamado telefónico después, el procurador conoció las novedades y le envió unas rosas. Tras unos días, la chica llamó al acompañante. “Dijo que le había pasado una cosa que nunca antes en su vida le había pasado: le habían hecho un regalo superfluo. Esa palabra usó. A ella jamás le habían regalado algo superfluo. Siempre le habían regalado un jabón, un de- sodorante, una bombacha. Y segundo, dijo, que habían sido rosas, y tercero, que el florista tuvo que meterse en la pensión en medio de todos los peruanos y bolivianos para llevarle un ramo de rosas. Ella se lo dijo así al acompañante, ojo. Y que toda la pensión le dijo ‘¿de dónde sacaste el admirador que te mandó semejante ramo de rosas?’. Hoy esa chica está recibida. Es médica, vive en La Plata y se hizo cargo de dos de sus hermanas, una de 14 años, con un bebé, otra de 16 con un bebé; las dos ejerciendo la prostitución.”

Desde 1989, Canale tenía la intuición de que las y los jóvenes en conflicto con la ley difícilmente podrían trazar sus propios planes de vida (“pero sólo por no tener una contención, un respaldo: no por la ley en sí”), pasaron más de 2500 chicas y chicos, pero la cantidad varía de año a año. Desde enero hasta octubre de 2010, las 29 personas que implementan “el sistema” habían hecho 305 acompañamientos, “y por la cantidad que estamos evaluando, vamos a superar los 400 esta vez”.

Muchos de esos adolescentes ya pasaron los 30; tienen familias, hijos, vidas profesionales y sociales riquísimas; de tanto en tanto se mantienen en contacto. En ocasiones, comparten sus novedades por correo electrónico. Otras veces, directamente se acercan. Un día, Verónica Canale tenía agendada la visita de un muchacho. Pero en la oficina apareció una chica. “Se sentó y me dijo ‘hola, Verónica, ¿cómo estás? ¿A que no sabés cómo me llamo?’ Le dije que no sabía, la volví a mirar. ‘¿Vos no sos Fulano de Tal?’ ‘Sí, pero ahora me llamo Verónica. ¿Te gusta?’ Me llené de orgullo, porque además de todo era divina: era como una Moria Casán.” Había ido con su novio, quería presentarlo.

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