SOCIEDAD › LAS COMUNIDADES INDíGENAS QUE VIVEN DE LA PRODUCCIóN DE SAL

“Nosotros no comemos baterías”

 Por Darío Aranda

Durante los últimos quince años, y de la mano de la profundización del modelo agropecuario, productores sojeros avanzaron sobre territorios indígenas y campesinos. Esto implicó desalojos y desmontes. Para numerosas comunidades indígenas que permanecieron en sus territorios implicó también un impacto, ya que vieron diezmados los hábitat (bosques) de donde obtenían su alimento. En las culturas indígenas, el territorio también es el lugar de cultura, historia y parte fundante de la vida de la comunidad.

“A algunos hermanos los corrió y mató la soja. A nosotros nos quieren hacer lo mismo, pero con la minería, con este metal para las baterías. Nosotros no comemos baterías, nosotros vivimos del salar”, explicó el kolla Flores y, explica y consta en la presentación judicial, que de las salinas depende el patrimonio cultural e identidad del pueblo kolla.

Las comunidades indígenas tuvieron históricamente una gran presencia en las salinas de la Puna. La sal fue parte de una cultura de trueque, con viajes que se realizaban transportando panes de sal en burros, desde las salinas hacia otros lugares alejados como Humahuaca, San Salvador de Jujuy, Orán, Cafayate o Salta. Incluso numerosos libros históricos dan cuenta de que en 1840 se produjo una rebelión por la imposición de tributos a la extracción de sal.

Al igual que en las chacras de otras provincias donde se practica la agricultura, la sal tiene también un ciclo de crianza. En octubre y noviembre se realiza la “siembra” mediante la construcción de piletones. A partir de diciembre y hasta febrero, período de lluvias, la sal se “cría” en los piletones. La “cosecha” se da desde marzo hasta mayo. Luego la sal se traslada hasta las empresas que la fraccionan para su comercialización. En agosto se da de comer a la Pachamama, a la Madre Tierra, siempre en el mismo lugar, pidiendo un buen año para la sal, con la ofrenda de comidas y bebidas. Es la forma ancestral de renovar el ciclo de la sal, que conserva una periodicidad idéntica a las fases agrarias de la Quebrada, la Puna y los Andes.

La producción de sal está repleta de ritualidades, de prácticas, de secretos que reproducen una cultura con modos identitarios que definen una identidad cultural preexistente al Estado. Mientras las actividades mineras obligan a la relocalización de casas y corrales, las familias originarias tienen un lugar determinado para su Pachamama, para ofrendarla todos los años. Ese lugar no cambia, siempre es el mismo por generaciones. Mudar ese sitio sagrado es atentar contra la cosmovisión profunda de las comunidades y puede significarles un daño profundo en sus creencias y vivencias, amparadas por toda la normativa vigente. Los indígenas ejemplifican: es como mudar la Catedral porteña o la Basílica de Luján porque encontraron petróleo debajo.

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