SOCIEDAD › DESTERRAR LA DISCRIMINACION

El caso de Salta

 Por Soledad Vallejos

Aunque el trato pareciera políticamente correcto y formalmente cortés, en Salta la discriminación se imprimía en gestos contundentes. “En la historia clínica de una persona con VIH, por ejemplo, el diagnóstico señalaba la homosexualidad como enfermedad”, cuenta Matías Hessling, del Observatorio de la Diversidad, a la hora de graficar la experiencia de ser juzgado y señalado como outsider en el terreno de la salud. Otra historia clínica, también referida a una persona infectada con VIH, “ponía como ‘fundamento’ del contagio ‘prácticas promiscuas, homosexualidad’. Y son casos de los dos últimos años”. Con ese trasfondo, la provincia presenta también otra particularidad: “el VIH está invisibilizado”, a tal punto que los servicios especializados apenas cuentan con “dos personas para una población total de un millón y medio de habitantes”, de los cuales no todos se han realizado los testeos. Cuando se trata de población LGBT, “eso empeora”, y en la capital provincial el estigma puede fortalecerse porque sólo un hospital, Señor del Milagro, atendía a personas infectadas con VIH, “y entonces si ibas al Milagro, era porque tenías sida”.

Por ello el primer paso para instalar el Consultorio Amigable, en este caso, fue “sacarlo del hospital de referencia en VIH para llevarlo al San Bernardo, que es de referencia en clínica generalista”. Desde entonces pasaron nueve meses, al principio de los cuales el trabajo consistió, fundamentalmente, en “instalar el testeo voluntario y confidencial, vinculado con ETS” y garantizando la privacidad. Desde entonces, también, persiste el asombro ante algo que no estaba en los planes: la alta concurrencia de mujeres heterosexuales. “La hipótesis es que esto pasa porque las políticas de salud reproductiva en Salta cuesta mucho que se respeten, no están instaladas, no son demasiado promovidas. Sí se habla de violencia de género, pero el abordaje de la salud reproductiva todavía es marginal. Entonces vemos que una población heterosexual, que en realidad no tiene dificultades para acceder a servicios de salud, sí las tiene para plantear a su médico asuntos relacionados con prácticas sexuales o salud reproductiva. Entonces vienen al consultorio amigable y piden consulta ginecológica.”

Lunes y miércoles, entre las 7 de la tarde y las 9 de la noche, en el Hospital San Bernardo esperan un clínico, infectólogos y psicólogos que “ya venían trabajando, ya estaban sensibilizados”, y el dato no es menor porque a nivel local ello “es un cambio cultural”. Hessling refiere, para explicarlo, que en talleres de prevención de enfermedades de transmisión sexual con adolescentes, en colegios, “muchas veces los profesionales a cargo terminan mostrando imágenes de genitales infectados, por ejemplo. O sea que para hablar de prevención se instala un discurso de miedo, asustan a los pibes. No se habla de preservativo, se refuerza la discriminación a personas infectadas con VIH”.

Al principio, la decisión de un consultorio especial, orientado a la diversidad sexual, llamó la atención. “Nos decían si no estábamos instalando un ghetto. Pero no, porque acá se trata de garantizar el acceso a un derecho, porque por ser travesti no te atienden, por ser gay no te atienden...”. Hacer que se note la diferencia entre esos rechazos y estos tratamientos amigables, dice Hessling, no es fácil, porque “en realidad es un doble trabajo: por un lado, con la población para que conozca sus derechos; por otro, con los efectores, para que no exista esto sino que todos los servicios sean amigables”. En ese sentido, el consultorio de hoy tiene una meta clara: ser “una puerta del sistema sanitario para que los efectores se sensibilicen y esto cambie”.

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