SOCIEDAD › LAS ACTUACIONES, LOS PERSONAJES

¿Quién es Forest Whitaker?

 Por Mercedes Pagalday

–Con más de cincuenta películas en su haber y varios premios –incluyendo un Oscar al mejor actor en el año 2006– ya está consagrado como uno de los mejores actores de su generación. ¿Cómo elige sus roles?

–Me guío por mi instinto, juro que así elijo mis roles.

–¿Ciento por ciento instinto?

–Digamos que sí. Algo adentro me dice si el papel es para mí o no, y voy para adelante.

–¿Y nunca se equivoca el instinto?

–(Piensa.) Pocas veces.

–¿Hay algún tipo de personaje que se siente en la obligación de interpretar? Al desamparado, al excluido, al marginado...

–No, ni me interesa ponerme ese tipo de presión. La “actuación coartada”, para mí no es actuación. No quiero embanderarme con ningún tipo de personaje. Ni volverme actor fetiche de cierto tipo de roles. Me aburre soberanamente que se me utilice para hacer siempre de mí mismo. Trabajé toda mi vida para romper esos estereotipos y para mí la actuación tiene que ser un ejercicio de libertad. Una de las cosas que más me divierte de ser actor es poder interpretar personajes totalmente diferentes.

–¿Cómo se prepara para ponerse en la piel de otra persona?

–Normalmente cuando sé que voy a interpretar a un personaje que desconozco, me aboco de lleno a la tarea de descubrirlo, es una actividad casi detectivesca. Quiero saber qué piensa, cómo reacciona, cómo habla, cómo se comporta, de dónde viene, cómo es su historia. Todo. Después me meto en su cabeza, quiero saber qué miedos lo invaden y qué paranoia lo acecha.

–¿Por ejemplo?

–Para la película Ghost Dog: el camino del Samurai, tuve que aprender meditación trascendental egipcia. Cuando hice de Charlie Parker en Bird, aprendí a tocar el saxofón y pasé mucho tiempo solo encerrado en un cuarto oscuro... Creí que me volvía loco. Cuando interpreté a Jody en El juego de las lágrimas aprendí a hablar con el acento inglés, eso fue bastante más fácil (se ríe).

–¿Y para interpretar al dictador ugandés Idi Amin Dada qué hizo?

–De todo... (silencio). Fue muy intenso. Por un lado hubo una transformación física: engordé más de 20 kilos y tuve que oscurecer mi piel para parecérmele. También aprendí a hablar con el acento ugandés y la verdad es que es muy complicado. Pero la transformación psicológica fue la más ardua: leí sobre su vida y obra, hablé con ugandeses que lo conocieron, padecieron y sobrevivieron. Cuatro meses antes de empezar a filmar pasé tiempo con sus familiares y creo que llegué a “conocerlo” bastante bien. Escuché las dos campanas de la historia. En los tiempos libres durante el rodaje, seguí estudiándolo. La verdad es que me obsesioné un poco...

–¿El personaje se adueñó del actor?

–Sí, algo de eso hay... Empecé a sentir que Idi Amin Dada se comía a Forest.

–Y... dicen que era caníbal.

–(Se ríe.)

–El director de El último rey de Escocia, Kevin Mac Donald, contó en una entrevista que no estaba seguro de darle el rol principal porque no veía demasiado enojo en usted.

–Es cierto, pero no me conocía (lanza una carcajada). Creo que ya cambió de parecer.

–Usted llegó a decir que filmar en Africa lo modificó como persona.

–Sí, fue una experiencia poderosísima. Volví a mis raíces y trabajé en la tierra de mis ancestros. Soy de descendencia Igbo (originariamente del sudeste de Nigeria) y sentí una conexión única con el continente africano. Es por esto, y por mi trabajo en la fundación Hope North en Uganda, que vuelvo todos los años.

–¿Interpretar a uno de los dictadores más terribles de la historia también lo modificó?

–No lo sé... Yo veo a Idi Amin Dada como el resultado de una coyuntura histórica, prácticamente fue lanzado y ubicado en esa posición. En un principio sus ansias de poder eran más moderadas, pero al poco tiempo se descontroló. Algunas de sus primeras medidas –como devolverle el nombre original a las provincias y revalorizar el legado nacional– fueron bien recibidas, pero el país se militarizó muy rápidamente, y ahí todo se desbarrancó, se cometieron crímenes de lesa humanidad y atrocidades inimaginables. Uganda todavía no se recupera de todo esto.

–¿Fue su película más importante?

–Una de las más importantes. Hay tres películas que fueron vitales en mi carrera y que marcaron un antes y un después: Bird, porque aprendí a entregarme de lleno a un personaje y a no temer por los resultados. Ghost Dog: el camino del samurai apareció en el momento justo, me enseñó sobre la noción del tiempo y sobre la conexión con el prójimo, me dio muchas respuestas en un momento muy particular de mi vida. Y después El último rey de Escocia me marcó por todo lo que conté.

–¿Qué le interesa traer a la luz cuando actúa?

–Más allá de las exigencias particulares del papel, me interesa mostrar la conexión que existe entre el personaje y la sucesión de eventos. En mis papeles quiero que se refleje que los seres humanos estamos más unidos de lo que creemos y que las distancias que nos separan son una construcción social.

–Su actuación ha sido definida por los críticos como “una clase maestra en sutilezas”. Tiene la habilidad de interpretar a un asesino serial sin deshumanizarlo como lo hizo en La habitación del pánico. ¿Cómo lo consigue?

–No es algo que me proponga conscientemente, pero supongo que tiene que ver con ser real. Un personaje por más malo o bueno que sea no deja de ser humano. Creo que el público logra conectar con lo que está viendo cuando se reconoce en esa humanidad.

–Pero convengamos que no cualquier actor logra un buen sincretismo entre lo bello y lo terrible...

–Gracias... Mi idea de una buena actuación tiene que ver con despojar al personaje de las capas que lo recubren para así llegar al núcleo de la persona. Si logro eso estoy contento.

–¿Alguna vez se le resistió un personaje?

–Sí, muchas. El personaje de Big Harold en la película Platoon, de Oliver Stone, no me resultó fácil...Cuando no sé cómo interpretar a alguien, intento ir por el lado de la unión, busco esa cosa que tenemos él y yo en común. A veces es un proceso largo y hasta un poco tedioso, pero la idea es encontrar esa pequeña cosa que nos hermana. Mi filosofía de vida y mi técnica de actuación son la misma cosa...

–¿Actualmente en qué proyectos está trabajando?

–Estoy filmando una película que se llama Something Wonderful (Algo maravilloso) sobre la vida de Neil Armstrong, es un hombre fascinante al que quiero llegar a comprender. Se va a estrenar el año que viene en Estados Unidos y un poco más adelante en el resto del mundo. En un par de semanas también empiezo a filmar The Truth (La Verdad) con Andy García y dirigida por el canadiense Damian Lee. Como ven, hago un poco de todo. Algunas películas son más marketineras y otras intentan ser de culto. Hay que diversificarse...

–En sus palabras, ¿quién es Forest Whitaker?

(Se toma bastante tiempo, amaga con empezar una frase y se corta.)

–Debería ser sencillo...

–Soy un artista con muchos matices que se siente comprometido con su realidad y con el mundo. (Pausa larga.) Soy uno más, y al igual que usted, soy parte del todo.

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