SOCIEDAD › UNA MIRADA CRITICA SOBRE ESE TIPO DE CENTROS

Cómo funcionan las “granjas”

El psicoanalista Antonio Moyano es experto en rehabilitación de personas con adicciones. Aquí, cuestiona el método del encierro y la metodología usada en centros como el de Del Viso.

 Por Emilio Ruchansky

Hace 25 años que Antonio Justino Moyano atiende personas que tienen un uso problemático de sustancias ilegales, muchos provienen de comunidades terapéuticas de puertas cerradas. Un 15 por ciento, arriesga, estaba en esos lugares contra su voluntad, luego de que sus padres o familiares los hicieron internar ilegalmente y por meses. “Las primeras veces hablan con las manos detrás de la espalda y tienen los reflejos condicionados: piden permiso para ir al baño”, dice sobre algunos de los pacientes que atiende en su consultorio, en la ciudad bonaerense de Morón. Muchos son sometidos, humillados y se les genera culpa. “Y ese discurso cuadra con lo que las familias quieren escuchar: que la culpa la tiene la ‘junta’, los amigos. Lo mismo dicen los padres de los otros chicos de la ‘junta’. En verdad, la junta son todos”, dice.

Este psicopedagogo y psicoanalista se formó en el Centro de Altos Estudios en Ciencias Exactas (Caece) y luego en Italia, bajo los preceptos de dos prestigiosos psicoanalistas ingleses, Harold Bridger y Wilfred Bion, cofundadores del instituto Tavistock. Ambos delinearon el concepto de terapias grupales. “No de 80 personas, sino de un máximo de 8 o 9 y con mucho trabajo individual, porque las personas tienen que conocerse a sí mismas”, aclara. Moyano no niega que pueda ser útil en algún caso la internación prolongada: “Pero nadie puede secuestrar a otros”.

Lo que ocurre en lugares como Volviendo a la Esencia, dice, es algo que se asemeja a la lógica de las sectas. “Adentro se crea el fenómeno ‘culto’. Los directores de estos lugares apelan a lo mágico para curar y ellos mismos se transforman en figuras inalcanzables. Todo vale para salir de las drogas, ante la ineficiencia y la credibilidad se va para cualquier lado. El discurso de estos directores hacia los parientes es: ‘Me dijiste que lo cuidara, no cómo’”, resume Moyano, quien trabajó en el Fondo de Ayuda Toxicológica (FAT) junto a Alberto Calabrese, actual director del área de Adicciones del Ministerio de Salud de la Nación.

–El supuesto director “terapéutico” de Volver a la Esencia, Cristian Seoane, afirma que lo más importante de la terapia es la ayuda de un adicto a otro, más allá de los profesionales del campo psicológico y los trabajadores sociales. ¿Qué opinión le merece ese concepto?

–Es muy importante el acompañamiento de aquel que ya salió del problema, como es importante que si yo tengo un infarto charle con otro que lo tuvo, pero él no me va a curar. Me va a curar el médico, y en el caso de las adicciones podrá ser un psiquiatra, un psicólogo, un psicopedagogo, un trabajador social, un docente o un grupo interdisciplinario de trabajadores de la psiquis. Con el que atravesó el problema y lo pudo superar se comparte el dolor, las dificultades y algunas acciones, como las mismas ganas de consumir, el haber robado quizás, el haberse prostituido. Eso puede ayudar, pero lo que diga de cómo él se curó no va a ser igual en otra persona. Ayuda pero no cura. Los seres humanos no vivimos de aprender conductas, de reflejos, sino de la posibilidad de razonar, y en tanto y en cuanto no asumamos cuál es la enfermedad a la que responde el síntoma es imposible curar, porque no se cura desde el síntoma, sino desde lo que subyace. Esta es la falencia mayor, por lo tanto el consumidor “adicto” necesita reforzar diariamente el reflejo condicionado del no consumir.

–¿A qué atribuye el accionar ilegal e inhumano de este tipo de comunidades a puertas cerradas?

–Creo que el hecho de no poder manejar la “cura” de las adicciones derivó en una continua improvisación de aquellos que no lograron aggiornarse a los tiempos que corren. El tema de la formación es básico en esto, conocer la psiquis, porque el adicto de hace 40 años no es el de ahora. El consumo se expandió: hoy un pibe que no fuma un porro a los 15 es raro porque ese uso forma parte del ser adolescente. Un viejo paciente, cocainómano, me decía que temía por su hijo que fumaba porque él había llegado a la enfermedad por ese camino. Pero hay drogas y drogones, hay tipos que no pueden consumir socialmente, porque su estructura no se lo permite. En algunas comunidades se encierra al paciente porque es lo que la sociedad no quiere ver, tampoco los padres, las familias, las escuelas, instituciones, gobiernos. Hablo de una sociedad que no contiene, encierra y termina siendo agresiva.

–Y además aparece un negocio muy rentable.

–Hay una ley que obliga, a pesar de la inconveniencia económica de las obras sociales, a la atención obligatoria de esta problemática. También a ellas les conviene este encierro, no les conviene el enfermo crónico, por lo tanto lo encierra y se hace cargo una sola vez de un tratamiento de esta dimensión. Nos cuesta a todos admitir que en nuestra sociedad tenemos gente con esta problemática. Por ejemplo: si una amiga llama porque su hijo tiene leucemia, salís corriendo a ayudarla. En cambio si llama para contarte que se droga, a ella le va a dar vergüenza contarlo y del otro lado, posiblemente sea juzgada. Además, los controles son pocos. Tengamos en cuenta que es una enfermedad social y que la mente no es auditable, por lo tanto, los controles tampoco son auditables.

–Algunos familiares dijeron que el lugar funcionaba como una secta.

–Es el fenómeno culto. El mensaje adentro de la comunidad terapéutica es: “Somos la familia, todos vamos a salir”. Y vienen las canciones, las arengas y las confrontaciones. Me acuerdo de un paciente al que lo tuvieron dos días mirando la pared y diciendo “soy culpable, soy una mala persona”, mientras los demás internados, o la “familia”, como les dicen, se turnaban para mantenerlo despierto. Entonces ese aislamiento, más cuando es involuntario, niega la posibilidad de la palabra. Si lo convertís en monaguillo, toca una línea de cocaína y al otro día se pide dos gramos. Recae y va hasta el fondo. Los parientes prueban, primero charlan, después derivan a un psicólogo y cuando no funciona se cansan y los guardan en una comunidad. Las madres me dicen: antes de que me lo traigan muerto prefiero que lo tengan encerrado. Y adentro todo vale. Si el paciente que entró por propia voluntad cuenta a un profesional que se quiere ir, puede pasar que éste vaya y lo cuente a todos los demás internados y lo aprieten, convirtiendo la internación en una detención. La voluntad es básica en todo esto. Si no querés, no te curás.

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