SOCIEDAD › PALACIOS, EL AUTOR DEL LIBRO

El fervor menos pensado

 Por Soledad Vallejos

En junio de 2011, el periodista Rodolfo Palacios –junto con un fotógrafo– visitó a Arquímedes Puccio en la pensión de La Pampa donde vivía. Palacios había llegado para entrevistarlo, y poco después publicó el texto en la revista El Guardián. Pero el vínculo siguió: hubo cartas, algún llamado telefónico, una historia de confianza construida con un hombre que, tras cumplir la pena por uno de los casos policiales más resonantes de las últimas décadas, vivía un feliz anonimato pampeano.

A cuatro años de ese primer encuentro, Palacios publicó El clan Puccio. La historia definitiva (ed. Planeta). Autor también de El ángel negro, vida de Carlos Robledo Puch, asesino serial, Conchita. El hombre que no amaba a las mujeres, y Sin armas ni rencores. El robo al Banco Río contado por sus autores, dice que está sorprendido por la repercusión de este caso.

–No la esperaba. Sabía desde hace rato que estaba en marcha la película, pero nunca pensé que iba a tener estar repercusión. Claro, salís a la calle y ves los afiches, la movida publicitaria, también pasa por eso de algún modo.

–Pero, más allá de la publicidad, es innegable que hay público.

–Sí, pero me sorprende.

–¿A qué atribuiría lo que está pasando?

–Es difícil interpretar a la gente. Si pensamos en el caso Barreda, podemos decir que hay una identificación familiar, porque Barreda era el hombre supuestamente maltratado, y digo supuestamente porque no era así. En el caso Puccio, puede ser que se ponga en juego el valor de la familia: en esa época veían a la familia como normal, con el hijo jugador de rugby, el matrimonio que iba a misa. Freud decía que lo siniestro está en lo familiar. Acá, lo siniestro era el sótano. Muchos vecinos, cuando los detuvieron, decían que no podía ser, que eran la familia perfecta y les habían hecho una cama. Un plomero del barrio fue testigo y los vecinos decían que mentía, y no lo contrataron más porque consideraron que manchaba el honor de los Puccio.

–¿Por qué los Puccio sí y otros casos no?

–Hay que ver qué pasa si aparecen dos películas de Barreda, dos de Robledo Puch... La llamé “pucciomanía” pero es claro que hay un público al que le gusta. Y esto trasciende el nivel nacional, en la BBC de Londres están preparando una nota, se preguntan qué es lo que pasó. Y creo que se puede explicar parte de la historia argentina a través de estos casos policiales. Los Puccio son un mecanismo de la dictadura. Hoy es dificil ver ese método de secuestro, chupar gente, llevarla al sótano, manejar el sótano. Esa es otra cosa única en el mundo: usaba el sótano de su casa para secuestrar, y había usado la bañera del primer piso. Llevó el delito a su casa, cuando en general los criminales separan a sus familias de eso. Una de las postas para pedir el rescate fue en la catedral de San Isidro, a tres cuadras de la casa. Eso rompe con la lógica, está a la vista de todos. No sé si el clan hubiese existido sin la dictadura, la banda fue creada en esa época. Fue el comienzo de la industria de los secuestros. El clan tenía relación con los militares, la política, los policiales.

–Hay algo de transmisión entre generaciones en cómo se cuenta esta historia.

–Es difícil explicar por qué todos hablan de Puccio, si es moda, si sirve para entender el pasado. En otro momento fue Tanguito: si no hubiese existido la película, probablemente hoy lo conocerían tres o cuatro o un grupo under. También hay leyendas urbanas. En la época de Robledo Puch, a muchos les decían en lugar de “viene el hombre de la bolsa”, “mirá que viene Robledo Puch”. Era como un mito urbano. Con Puccio, pasaba mucho que alguien iba a una fiesta y hacía el chiste: “¿Los Puccio no vienen?”, “No, porque tienen gente en casa”.

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