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Sábado, 13 de julio de 2002

CANJE DE BONOS Y SALIDA DE LA CRISIS

Resistir el compulsivo

El presidente del Banco Ciudad, Roberto Feletti, detalla los efectos negativos para la economía de un bono obligatorio. Propone un nuevo sistema basado en la moneda nacional.

Por Roberto Feletti *

La prolongada crisis bancaria y las crecientes disputas en torno a su resolución, que han liquidado a dos gobiernos y erosionado a un tercero, hacen emerger con mayor nitidez la magnitud de la reestructuración económica y social que se le plantea a la Argentina al agotarse el modelo de los años noventa. En el destino del ahorro interno de los argentinos se definen dos caminos: la posibilidad de recuperación del nivel de actividad, redistribución del ingreso a través del empleo y equilibrios macroeconómicos más sólidos y equitativos, o bien las condiciones adecuadas para reanudar los servicios de la deuda desde el excedente externo y fiscal, con la consecuente y continua depresión interna de la economía.
Estas tendencias en pugna explican varias inconsistencias en la demorada salida del genéricamente denominado “corralito”. La primera de ellas es la ausencia de políticas que permitan canalizar los depósitos bancarios hacia el consumo de bienes de la economía real, cumpliendo el doble propósito de mantener una reserva de valor que desplace a los activos financieros en moneda extranjera deteriorados y a la vez movilizar existencias paralizadas de bienes durables. La segunda se relaciona con las restricciones impuestas por las autoridades económicas para permitir la negociación de los bancos con los depositantes, realizando ofertas de pago, y para la creación de nuevos instrumentos de captación de ahorros; como único medio de regenerar confianza, reconstruir un mercado de pesos y la consecuente, y necesaria, recuperación del crédito.
Plantear la resolución de la crisis bancaria, superando las inconsistencias descriptas, implica compatibilizar la preservación del ahorro interno con la reactivación de la economía, en un círculo virtuoso que constituye la mejor garantía de repago de dicho ahorro.
Es evidente que lo que se desploma en diciembre pasado es un sistema bancario construido sobre un conjunto de fallas de origen, tales como: intermediar recursos financieros nominados en moneda extranjera pero inexistentes en relación a la oferta de divisas que generaba el sector externo argentino, aplicar préstamos en dólares a sectores con ingresos en pesos y pensar que se contaba con el respaldo de las casas matrices de los bancos extranjeros locales como prestamistas de última instancia. Por lo tanto, revertir la crisis es reordenar un sistema de ahorro y crédito en moneda nacional –reservando la moneda extranjera para la evolución del sector externo–, producir un impacto monetario reactivante en la economía y construir reserva de valor en bienes registrables.
Ahora bien, esta alternativa es rápidamente descalificada por los que aseguran que un esquema moneda nacional-crédito-sector productivo, que agrega valor a la economía al restablecer el vínculo entre ahorro e inversión, es “hiperinflacionario”. Esta versión sostiene además que la demanda de pesos es inexistente y que cualquier expansión de los medios de pago por encima del exiguo nivel de actividad se traduciría en demanda de dólares.
No obstante, esta afirmación se hace desde una política monetaria y cambiaria que dejó flotar el tipo de cambio sin una estrategia definida de recomposición de las reservas internacionales del Banco Central, por ende el mercado libre carece de oferta y cualquier demanda resulta insatisfecha. Política que a su vez tampoco implementó instrumentos para reintermediar el circulante por fuera de los bancos. De hecho, en el presente, una porción significativa de los medios de pago es regulada por las empresas que perciben diariamente dinero en efectivo.
En una economía en infraconsumo, si hubiera recomposición del crédito y políticas sociales masivas, el crecimiento de los medios de pago debiera expandir la demanda, antes que hacer aumentar los precios. La tracción al alza que ejerce el tipo de cambio sobre los precios internos tiene doscomponentes: la tensión para sostener las tasas de utilidad extraordinarias en dólares durante la década del ‘90 y el impacto de los insumos importados difundidos en toda la cadena productiva. La reaparición del crédito destinado a acelerar el proceso de sustitución de importaciones en las industrias maduras y competitivas con el nuevo tipo de cambio, hubiera hoy contribuido a atemperar la presión del último componente, el del costo importado.
Sin embargo, el permanente temor al “riesgo hiperinflacionario” centró la política monetaria en contraer la oferta de dinero al límite necesario para las transacciones existentes después de casi cuatro años de depresión. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la salida del “crac” bancario es incompatible con reestablecer el vínculo ahorro/inversión y, por el contrario, requiere esterilizar (¿destruir?) el ahorro interno existente. La continuidad de esta política monetaria se expresa en la exigencia creciente de tornar compulsiva la entrega de bonos a los ahorristas.
Un canje masivo de depósitos por bonos, de una década de vigencia, congelaría los medios de pagos al actual nivel de actividad, planteando una dolarización a largo plazo sin la disponibilidad de la divisa, lo que dificulta cualquier recuperación de la economía y a la vez consolida una estructura de precios relativos que convalida la peor distribución del ingreso en la historia de la Argentina.
En este sentido, es importante establecer algún paralelismo –para precisar las diferencias– con lo ocurrido durante el Plan Bonex en el ‘90. En primer lugar, el coeficiente de monetización de la economía en diciembre de 1989 –6,8 por ciento del PBI– era sensiblemente inferior al de diciembre del 2001 –27,6 por ciento del PBI–, lo que define una Argentina mucho más dependiente del crédito que una década atrás. En consecuencia, el impacto negativo de una esterilización masiva de moneda sobre la actividad es mucho mayor en la actualidad que lo que fue en el recesivo año 1990.
En segundo orden, el crecimiento entre 1991 y 1994, los “años dorados” de la Convertibilidad, se debió al fuerte ingreso de capitales del exterior, provocado por el cambio de dirección de los flujos internacionales favorable hacia América Latina y por el importante proceso de privatizaciones. Ninguno de esos factores se encuentra hoy presente. La esterilización de ahorro y moneda, entonces, es compatible con un proceso de ajuste y generación de excedente y no con crear condiciones favorables para una oferta externa de flujos financieros que recupere la economía. El gobierno de la Alianza estuvo esperando en vano, hasta su derrumbe, el mentado “shock externo salvador” que nunca llegó, practicando para atraerlo sucesivos e infructuosos ajustes que erosionaron su legitimidad política.
En la capacidad de la Argentina de recrear un patrón monetario nacional, asentado en equilibrios macroeconómicos sólidos, y una inserción internacional diferente, que permita organizar un esquema de producción y consumo crecientes, se define el devenir de la próxima década. Por el contrario, una salida del “corralito-corralón” que implique que la creación de medios de pago dependa exclusivamente de factores externos no sólo colocará al país en un letargo económico prolongado, sino que también le otorgará al capital extranjero una capacidad discrecional e inédita de asignar recursos internamente.

* Presidente del Banco de la Ciudad de Buenos Aires

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Corralito /polémica

“En el destino del ahorro interno de los argentinos se definen dos caminos”.

“La posibilidad de recuperación del nivel de actividad, redistribución del ingreso a través del empleo y equilibrios macroeconómicos más sólidos y equitativos”.

“O bien, las condiciones adecuadas para reanudar los servicios de la deuda desde el excedente externo y fiscal, con la consecuente y continua depresión interna de la economía”.

“Plantear la resolución de la crisis bancaria implica compatibilizar la preservación del ahorro interno con la reactivación de la economía”.

“Es evidente que lo que se desploma en diciembre pasado es un sistema bancario construido sobre un conjunto de fallas de origen”.

“Un canje masivo de depósitos por bonos congelaría los medios de pagos al actual nivel de actividad, planteando una dolarización a largo plazo”.

 
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