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Domingo, 25 de febrero de 2007

LAS POLITICAS SOCIALES EN LA MIRA

El hambre oculta

El hambre entre los más pobres adopta la forma de “desnutrición oculta”: niños de baja estatura para su edad, sobrepeso y casos recurrentes de anemia.

 Por Sebastian Premici

A pesar del crecimiento económico que viene registrando el país desde hace cuatro años, existirían en la Argentina más de 15 millones de pobres (39% de la población) y 5,6 millones de indigentes, según datos de la CTA. La pobreza tiene diferentes caras: una de ellas es el hambre. La Argentina produce más de 90 millones de granos por año, según José Benites, representante local de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés). Así y todo, el acceso a los alimentos no está garantizado para la mayoría de la población, lo que desemboca en subnutrición. Entre 2001-2003, la FAO registró en el mundo 854 millones de personas subnutridas, de las cuales el 6 por ciento vivía en Latinoamérica y el Caribe (aproximadamente 52 millones). Para la antropóloga Patricia Aguirre, asesora del Ministerio de Salud, el hambre adoptó en el nuevo milenio la forma de la “desnutrición oculta”, es decir, niños de baja estatura para su edad, sobrepeso y casos recurrentes de anemia.

“La seguridad alimentaria es la posibilidad de acceder a una alimentación variada, suficiente, adecuada para cubrir necesidades nutricionales de un grupo poblacional. La seguridad garantiza que una persona pueda comer sanamente y culturalmente adaptada para tener una vida activa”, afirma en diálogo con Cash Adrián Díaz, coordinador técnico de Acción contra el Hambre, organización que realizó una Encuesta Nutricional y Desempeño Cognitivo a escolares de la provincia de Santa Fe (abril-junio de 2005). La prevalencia de anemia fue del 29 por ciento en el total de la muestra (650 alumnos de 50 escuelas públicas), dato que explicaría algunos de los problemas expresivos y de comprensión de los chicos en edad escolar de esa provincia.

Según datos de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS), elaborada a mitad de 2005, en la provincia de Buenos Aires existe una prevalencia del 4,1 por ciento de chicos acortados; 8,1 por ciento con sobrepeso y obesidad y sólo el 0,9 por ciento de emaciados (niños cuyo peso presenta un déficit del 20% acorde con la Sociedad Argentina de Pediatría). “Muchos de estos niños no son gordos de abundancia sino que son gordos de escasez. No tenemos obesidad sino obesidades. Esto tiene que ver con lo que nos está pasando como sociedad; no es un problema individual sino social porque en este momento, tanto el mercado, el Estado y la familia confluyen en entregar lo mismo: energía barata y micronutrientes caros. Este es el tema de la obesidad en la pobreza y del hambre oculta”, reflexiona Aguirre.

Existen cinco tipos de alimentos que concentran el 35 por ciento de los consumos de los más pobres: pan, papas, fideos guiseros, azúcar, carnaza (corte de carne bovina del cuarto delantero, fibroso y grasoso); es decir, una canasta rica en hidratos de carbono, y baja en hierro, calcio y otros micronutrientes. “Los sectores pobres elaboran estrategias para poder comer de la mejor manera posible. De nada vale ponderar las frutas y las verduras cuando una persona tiene que alimentar a los diez integrantes de su familia, por lo que privilegiará aquellas comidas que sacien el apetito, básicamente grasas e hidratos de carbono”, afirma Díaz.

Desde la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa creen que la soja podría ser la gran salvadora del hambre en el país. “Un kilo de soja contiene la cantidad de proteínas necesarias para una familia/día y vale $ 0,60. La Argentina produce 40 mil millones de kilos por año, de modo que hay poco más que fundamentar: gran producción, bajo costo y amplia distribución”, recalca Víctor Trucco, presidente honorario de la Asociación. Durante la crisis de 2002, el programa de Soja Solidaria donó a distintas entidades 900 mil kilos.

Según la encuesta de ENNyS, el 40 por ciento de las familias consultadas en la provincia de Buenos Aires recibe asistencia alimentaria por parte del Gobierno. “¿Qué entrega el Estado? Hidratos de carbono, azúcares y grasas. El costo de la harina de trigo es mínimo y el del filete de merluza, máximo. Por lo tanto, se entregan los alimentos de costo más barato. Tanto el Estado como las familias buscan el volumen sostenido por los hidratos, la saciedad (grasas) y el sabor (azúcares), situación que provoca que los pobres sean gordos y los ricos flacos porque sostener una alimentación adecuada depende de los ingresos.” Con todo el alimento que produce el país, mayormente destinado a la exportación, se estaría en condiciones de garantizar a cada argentino 3181 calorías diarias bien distribuidas, más de las 2700 que considera FAO.

Según los últimos datos del Indec, una familia tipo necesita 914,30 pesos para no caer bajo la línea de pobreza y 425,25 pesos para no caer en la indigencia. “El problema del hambre es muy complejo y no acepta soluciones simples. Hay sectores que invariablemente serán asistidos porque no tienen capacidad de sostenerse a sí mismos. Ya hay más de dos generaciones que no han tenido un trabajo formal, por lo cual es muy difícil recuperarlos con un plan asistencial. Los comedores no son la solución, pero hay quienes no tienen otra alternativa. Los cambios profundos en la alimentación requieren una modificación de las relaciones sociales. Una política masiva sería bajar el IVA de los alimentos, es decir una manera de potenciar el acceso a partir de la redistribución del ingreso”, concluye Díaz.

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Imagen: Pablo Piovano

Alimentación pobreza


  • En la Argentina, tanto el Estado como las familias buscan el volumen sostenido por los hidratos, la saciedad (grasas) y el sabor (azúcares), situación que provoca que los pobres sean gordos y los ricos flacos, porque sostener una alimentación adecuada depende del nivel de ingresos.

  • Existen cinco tipos de alimentos que concentran el 35 por ciento de los consumos de los más pobres: pan, papas, fideos guiseros, azúcar, carnaza; es decir, una canasta rica en hidratos de carbono, y baja en hierro, calcio y otros micronutrientes.

 
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