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Domingo, 2 de septiembre de 2007

POLEMICA POR EL AUMENTO DEL GASTO PUBLICO

Amantes del cinturón

La ortodoxia regresó con la crítica al nivel del gasto público y, según calculan, a la caída del superávit fiscal. En cambio, poco y nada se menciona sobre las posibilidades de incrementar los ingresos tributarios.

 Por Andres Tavosnanska

Hace ya unos meses ciertos analistas vienen advirtiendo sobre la erosión del superávit primario. Esos técnicos afirman que el crecimiento del gasto a un ritmo mayor al que se incrementan los ingresos sería el culpable de estar despidiendo el ahorro público que supo ser mayor al 3 por ciento del PIB. Pero, ¿en qué se está gastando tanto dinero? Cuando se llega a esa pregunta, la precisión que caracterizaba los cálculos anteriores desaparece y los analistas empiezan a hablar vagamente de “gasto improductivo” o simplemente señalan, sin mayores pruebas, como responsables a los subsidios para paliar la aceleración inflacionaria o la crisis energética.

La cobertura previsional alcanza ahora al 90 por ciento de la población. Foto: Nancy Larios

Pocos se animan a mencionar el peso de la reforma jubilatoria en el deterioro de las cuentas públicas, si es que se puede llamar “deterioro” contabilizar un superávit de 2,3 por ciento. La consultora Econométrica realizó un informe titulado “El impacto fiscal de la reforma previsional” que ayuda a esclarecer el panorama. Según ese estudio, el superávit primario era en 2006 de 3,5 por ciento del PIB y sería este año (sin contar la transferencia que las AFJP tendrán que hacer al Gobierno) de 2,3. Por otro lado, se calcula que el costo neto de los cambios previsionales llega este año a 0,84 por ciento del PIB. De esas cifras, se desprende que de una caída estimada de 1,2 puntos del PIB que sufrirá el ahorro público, 0,84 punto será por los cambios previsionales. En otras palabras, más de dos tercios de la caída del superávit fiscal se deben a los cambios previsionales.

Las consecuencias de esa medida son señaladas en el informe cuando se comenta que esos cambios implicarán la cobertura previsional al 95 por ciento, dejando atrás el nivel de alrededor del 70 por ciento que el sistema de las AFJP había dejado. Por otra parte, en Ramble Tamble, el blog de Artemio López, se precisó en uno de sus post, cuando se lanzó la moratoria previsional, que con esa medida un tercio de los jubilados beneficiados lograría abandonar la pobreza y otro quinto salir de la zona de riesgo. Entonces, el interrogante es si ¿se puede permitir la pobreza de los jubilados para que “los mercados” estén tranquilos al observar las cifras del superávit? ¿Habría que dejar excluidos de la cobertura jubilatoria a un cuarto de los mayores para que el gasto crezca al ritmo que la ortodoxia considera prudente?

El nivel de superávit primario que el país debería tener requiere de un amplio debate, tanto por sus implicancias para asegurar un sendero de desendeudamiento creciente, como por el impulso de demanda que su caída genera. Pero la discusión no debería terminar allí. Incluso si se acepta, tal cual proponen algunos economistas como Roberto Frenkel o Javier Finkman, que hay que mantener un robusto superávit fiscal para evitar la aceleración inflacionaria, la forma en que se logra sostener el superávit no es neutral.

La ortodoxia critica una y otra vez el acelerado crecimiento del “gasto improductivo”, como fue denominado por el presidente de la Sociedad Rural en su último y controvertido discurso en la inauguración de la Exposición. El reclamo exige desacelerar el gasto público para que crezca a la misma tasa que los ingresos, lo cual se lograría evitando medidas como los cambios previsionales mencionados. Lo llamativo, además de que se considere improductivo a un gasto que permite sacar de la pobreza a jubilados, es que nadie habla de la posibilidad de mantener el superávit fiscal incrementando los ingresos. Argentina capta una parte pequeña de la renta petrolera y sigue entregando concesiones a cambio de migajas, como se hizo recientemente con el yacimiento Cerro Dragón. También se regala la renta de la minería, que extrae recursos no renovables y exporta miles de millones de dólares dejando irrisorias regalías. Se puede hablar incluso de la increíble decisión de no gravar la renta financiera, o de lo bajo que resulta la recaudación de los impuestos a las ganancias personales –un impuesto fuertemente progresivo– en la comparación internacional.

Existen múltiples caminos para incrementar la recaudación a mayor ritmo, varios de los cuales contribuyen además a construir un sistema impositivo más progresivo. Esto permite que, incluso si se decide mantener un superávit alto, no sea necesario repetir las recetas de quienes siguen creyendo que achicar el Estado es agrandar la Nación. El gasto público para atender las tan postergadas necesidades de la sociedad puede seguir creciendo. Sólo es necesario que también evolucione el sistema impositivo.

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Hace ya unos meses ciertos analistas vienen advirtiendo sobre la erosión del superávit primario.

Pocos se animan a mencionar el peso de la reforma jubilatoria en el deterioro de las cuentas públicas, si es que se puede llamar “deterioro” contabilizar un superávit de 2,3 por ciento.

¿Habría que dejar excluido de la cobertura jubilatoria a un cuarto de los mayores para que el gasto crezca al ritmo que la ortodoxia considera prudente?

El nivel de superávit primario que el país debería tener requiere de un amplio debate, tanto por sus implicancias para asegurar un sendero de desendeudamiento creciente, como por el impulso de demanda que su caída genera.

 
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