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Domingo, 16 de marzo de 2008

BUENA MONEDA

El viejo y el nuevo campo

 Por Alfredo Zaiat

La exposición duró cuatro días con un éxito que superó a los más optimistas de los participantes. Expoagro, la feria de negocios y tecnología agrícola más importante, que organizaron Clarín y La Nación, se realizó en el Establecimiento El Semillero, entre las localidades de Armstrong y Tortugas, Santa Fe. En 60 hectáreas se desarrolló la exposición estática, en 500 hubo exposición dinámica en la que participaron más de 300 maquinarias y hubo 40 hectáreas para estacionamiento. Pasaron por la feria más de 200 mil personas. Las estimaciones más conservadoras hablan de operaciones de compraventa de maquinarias, nuevas tecnologías e implementos para la actividad por más de 170 millones de dólares. Un año antes, las transacciones habían sumado 140 millones. Por ejemplo, en la exposición que terminó hace diez días, John Deere concretó la venta de 350 tractores a un precio promedio de 100 mil dólares cada uno, mientras que la alemana Class despachó 16 cosechadoras a un valor por unidad de una Ferrari 500 Maranello: 350 mil dólares.

Esa exteriorización de riquezas es la realidad del nuevo campo en términos generales. El discurso de dirigentes que dicen representar a la actividad agropecuaria sólo puede tener eco en los centros urbanos por ignorancia del interlocutor sobre la situación en el sector o por intereses comerciales de los amplificadores de sus protestas. También por motivos políticos o ideológicos, pero ésos forman parte de otro juego que habría que evitar para no caer en la confusión, como a veces les sucede a integrantes del denominado progresismo. Lo cierto es que en pocas oportunidades en la historia los productores de las zonas agrarias se han enfrentado con rentabilidades tan altas, incluso con el esquema de las nuevas retenciones (ver el artículo de Nicolás Arceo y Jorge Rodríguez, página 4 de este suplemento).

El mecanismo de retenciones móviles constituye una intervención técnica y eficiente del sector público en un área muy sensible, medida que es cualitativamente mejor que las fijas. Por presiones o porque no terminaba de convencer a los anteriores ministros de Economía, esa medida que brinda un horizonte de previsibilidad al productor y de estabilidad para los precios internos de los granos, oleaginosas y sus derivados era postergada. Con el extraordinario ciclo de alza de las materias primas el esquema de las móviles se imponía desde hace bastante, más teniendo como antecedente las aplicadas en el mercado del petróleo. Las retenciones móviles requieren de un seguimiento de los principales costos del sector, tarea que deberá asumir Economía para evitar el deterioro de ese instrumento de intervención, ajustando la tabla de alícuotas si resultara necesario. Aunque, con los actuales precios internacionales, los márgenes son aún bastante amplios.

Como el campo no es uno solo como en forma tosca lo presentan las entidades tradicionales, sino que existe una multiplicidad de realidades, las retenciones móviles resultan incompletas si no se atiende la situación de los pequeños y medianos productores. Estos, ante ciertas dificultades que enfrentan en la provisión de semillas y fertilizantes o en la relación desventajosa con el comercializador/exportador, reaccionan contra las retenciones porque sienten que su rentabilidad es apropiada por los grandes del sector y también por el Estado. Pero por deficiencias en la construcción de un discurso convincente o por ocultos intereses, los dirigentes que dicen representarlos apuntan casi exclusivamente al sector público. En lugar de reclamar estrategias específicas, como la fijación de precios de referencias mínimos de los granos que venden a los exportadores para que éstos no los expriman, se suman a los pedidos de los sectores más concentrados y reaccionarios del campo.

De todos modos, las entidades tradicionales están perdiendo cada vez más relevancia como representantes del sector, porque en los últimos años se ha producido una impresionante transformación en los sujetos activos del campo. Hoy, esas organizaciones son manifestaciones políticas del viejo campo y reductos de conservadores.

Un debate más interesante para el sector apuntaría a reconocer la necesidad de intervenir vía retenciones para evitar subas escandalosas en los alimentos, que afectaría a la población más vulnerable, como así también para detener el avance de la sojización que afecta la diversidad de cultivos y la calidad de la tierra. Pero, a la vez, demandar la constitución de un fondo para obras de infraestructura con parte de los recursos que el fisco se apropia por los derechos de exportación. El bienvenido crecimiento del campo enfrenta insuficiencias en cuestiones básicas. La actividad agropecuaria necesita una sustancial mejora en la logística, como el mejoramiento de las rutas, la habilitación de ramales de trenes de carga y la ampliación de los puertos. También se podría trabajar para la disminución de costos de intermediación, en la transparencia de la comercialización, en investigación genética, en el desarrollo de semillas propias, en técnicas para incrementar la productividad, en facilitar el acceso a la tierra, en obras de prevención de inundaciones y de protección de granizos o sequías. Sin embargo, las anteojeras ideológicas de las voces del campo definen la estrategia de vinculación con el Estado con un discurso que no le reconoce ninguna facultad para intervenir en el mercado, excepto para licuar sus deudas con el sistema financiero. No perder la excelente oportunidad que hoy se le presenta al campo no es responsabilidad exclusiva de un gobierno. También la tiene el nuevo campo, ya no el viejo.

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