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Domingo, 4 de mayo de 2008

BUENA MONEDA

Tirar arroz

 Por Alfredo Zaiat

Se trata de uno de los alimentos más antiguos de la humanidad. Su origen y nacionalidad son tan controvertidos como su historia. La literatura china lo considera como el alimento básico de su pueblo desde el año 3000 antes de Cristo. En la Edad Media era un lujo de las personas más ricas. El arroz, ese grano popular, fue y vino de una zona a otra del planeta con las migraciones, las guerras de conquistas y la virtud de ser un alimento nutritivo y de acceso masivo. En las narraciones orales más antiguas, el arroz se describe como una divinidad hindú. Se trata de un don del cielo hecho llegar al hombre por Dios para que mitigue su hambre. En América, el arroz es símbolo de felicidad y abundancia, que se desean al arrojarlo sobre las cabezas de una pareja recién casada.

En la actualidad, el arroz no es abundante como para satisfacer una demanda creciente y tampoco es señal de felicidad, sino de conflicto. A mediados del año pasado, en el mercado internacional el arroz “blanco” cotizaba a 430 dólares la tonelada y el “cáscara”, a 285. En marzo pasado, esos precios habían subido a 675 y 410 dólares, respectivamente. Pero en las semanas de abril, esos valores se dispararon hasta cotizar el valor record de 1000 dólares la tonelada de primera calidad en Tailandia, el principal exportador de arroz, seguido por Vietnam e India. El Consejo Internacional de Granos estima que el precio subirá hasta 1600 dólares a mediados del presente año. Son precios de especulación desenfrenada debido a la crisis financiera de Estados Unidos, que reorientó a los inversores hacia los commodities, pero también al crecimiento sostenido de China e India y al efecto negativo del desarrollo de los biocombustibles sobre el precio de las materias primas que arrastra al alza a todos los alimentos. En ese contexto, Tailandia, Laos, Camboya y Birmania (Myanmar) anunciaron que crearán la Organización de Países Exportadores de Arroz, al estilo de los petroleros con la OPEP.

Durante varios años los gendarmes de los buenos modales insistieron con el argumento gaseoso acerca de que Argentina no debía dar la espalda al mundo. Consejo que se traduciría en subordinarse a los reclamos de multinacionales y acreedores por aumentos de tarifas o de flexibilización en la negociación de la deuda en default. Ese pensamiento lineal, que ha construido un sentido común superficial, explicaba que había que hacer lo que las supuestas normas de buena convivencia internacionales recomiendan. A esta altura, como se sabe, esa exhortación era solamente para presionar con el objetivo de defender el interés de poderosos agentes económicos. Eso era evidente para quien quisiera verlo en su momento, pero ahora surge otra oportunidad para mostrar que esa idea no tenía bases consistentes. Frente al conflicto con el campo, esos mismos representantes del poder pasan por alto lo que está sucediendo en el mundo en el sensible mercado de los alimentos. El caso del arroz es sólo un ejemplo, pero la misma situación se reitera en los principales alimentos, lo que ha puesto en alerta a todas las organizaciones multilaterales del planeta.

Sólo en un país con dirigentes autistas, un circuito de comunicación concentrado y cooptado por el mundo agropecuario y un gobierno golpeado pueden dar cuenta de la extensión y profundidad del conflicto con el campo. Tanta presencia mediática de dirigentes que representan a un sector del campo ha provocado una distorsión en la percepción de la realidad, donde pareciera que el sector al que mejor le va atraviesa la peor de las crisis. El mundo, ese que el establishment tanto se preocupa en imitar, está conmocionado por la crisis en el mercado de los alimentos. El violento aumento de los precios en un promedio de 83 por ciento en el último año, según el Banco Mundial, está provocando crisis alimentarias en los países más pobres, reacciones violentas de poblaciones que no pueden comprar lo básico para comer y respuestas de gobiernos para proteger sus propios mercados. Aquí, en cambio, se prolonga un conflicto que tiene como base la pretensión de un sector privilegiado de incrementar las exportaciones de trigo y carne y de disminuir las retenciones, ambas medidas que tendrían como resultado el alza en el precio de los alimentos en el mercado doméstico. O sea, iniciativas que van a contramano de las trincheras de defensa que han empezado a construir muchos países para protegerse del devastador shock externo del aumento de los alimentos.

Por caso, el gobierno brasileño de Lula Da Silva, que ha obtenido la calificación de “grado de inversión” por la desprestigiada Standard & Poor’s que tanto envidian los operadores de la city porteña, ha dispuesto una medida para restringir las exportaciones de arroz. También está estudiando poner barreras a las ventas externas de maíz. En tanto, en el paraíso del mercado libre, Estados Unidos, uno de los símbolos de su poder hegemónico, Wal-Mart aplicó el “racionamiento” en sus 593 tiendas Sam’s Club al limitar la venta de bolsas de arroz blanco a sus clientes. También Brasil, como uno de los líderes del Grupo de los 20, expresó el rechazo a la propuesta de Suiza y Japón ante la Organización Mundial del Comercio para que se flexibilicen las medidas que limitan las exportaciones de alimentos.

La actual crisis derivó que en los últimos meses los principales países exportadores prohibieran o restringieran sus ventas externas para garantizar el abastecimiento de sus habitantes. Unos 40 países limitaron la venta para no poner en riesgo sus propias reservas, lo que ha agravado las condiciones en las naciones importadoras. Además de Argentina, los que siguieron este camino son Brasil, Vietnam, Camboya, Indonesia, Kazajstán, India, Egipto, Rusia, China y Nepal, entre otros.

Aquí, como en una isla aislada, cuatro dirigentes del campo y un variopinto grupo de autoconvocados liderados por un arrendatario de tierras de Yabrán junto a un gobierno que no supo o no pudo manejar ni prever el conflicto, atrapado por la extorsión del piquete del desabastecimiento, siguen negociando como si la crisis por los alimentos en el mundo no existiera.

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