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Domingo, 12 de julio de 2009

EL BAúL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

Asueto sanitario

La gripe A H1N1 se ha instalado en el país y con ella la discusión sobre los caminos para derrotarla. Se dice que esta variedad de influenza se transmite de persona a persona, por lo que primero se desalentó saludarse chocando los cinco o intercambiando ósculos. Pero en seguida debieron pensarse soluciones para las aglomeraciones de gente. Se “resolvió” primero el caso de las actividades educativas y el de la higiene doméstica. Luego se pasó, muy tímidamente, a la esfera de la producción, con mucho la brasa ardiente de la estrategia contra la gripe. En efecto, la producción es en sí misma complementación de factores productivos, y en lo social, reunión de trabajadores. La prescripción antigripal genérica es el distanciamiento social, lo que en el caso de la producción supone alejar entre sí a los productores, es decir, suspender la actividad productiva. Decretar un feriado, por el tiempo que sea, no difiere nada de una huelga (o un lockout) de igual duración. Y una huelga decretada no es neutral para una sociedad como la argentina, fuertemente dividida entre favorecidos y desfavorecidos. Los favorecidos pueden dedicar los días que dure la huelga o feriado largo o asueto sanitario, a gastar, como se ha visto en el presente feriado largo de cuatro días. Los no favorecidos, por encontrarse de pronto con la suspensión del trabajo y por tanto sin ingresos, se ven privados de capacidad de gasto, constituido principalmente por adquisición de alimentos. El hecho es grave en el país, pero no privativo de él. Allá lejos y hace tiempo ya lo reconocía Adam Smith: “En todas esas disputas [las huelgas] los patrones pueden siempre sostenerse más tiempo. Un terrateniente, un granjero, el dueño de una fábrica o un mercader podrían, por lo general, vivir uno o dos años del capital que han reunido ya, aunque en ese tiempo no empleasen a un solo obrero. Muchos de éstos, sin embargo, no podrían subsistir una semana; pocos serían los que pudiesen aguantar un mes y rarísimos los que se sostendrían un año sin un empleo. En el largo plazo, quizás el obrero sea tan necesario a su patrón como éste a él; pero la necesidad no es tan inmediata”. Toda comprobación empírica indica que el salario se gasta íntegro en bienes de primera necesidad. Luego, suspender la producción, y por tanto el salario, es condenar a la privación a una amplia franja de la población trabajadora. ¿Quién la compensa?

El problema de la carne

Cuando vino a la Argentina sir John Hicks, el mítico autor de Valor y capital y luego Premio Nobel, aconsejó a los economistas argentinos estudiar la experiencia australiana, similar a la nuestra en cuanto ciertos productos de exportación (trigo y carne) eran a la vez objetos de consumo del país exportador, en este caso, de la mesa de los argentinos. Tales artículos, en los tiempos coloniales se negociaban a precios ínfimos, por la extensión de tierras libres y el gran número de cabezas de ganado. Comenzaron a ser vistos como fuentes potenciales de riqueza al considerarse como objetos exportables. Pero, ¿cómo exportar? Buena parte del pensamiento de los impulsores de la Academia de Náutica (Belgrano, Cerviño) se motivó por responder a ese interrogante. El ferrocarril, los puertos, el barco a vapor, el buque frigorífico fueron los pivotes de tal exportación; Mannheim y Smithfield, los destinos principales. Sin derechos de exportación, el volumen de ventas al mercado mundial producía verdaderas fortunas entre el siglo XIX y el XX. Tanto que con parte de esas fortunas pudo el argentino Félix Weil erigir en Frankfurt el famoso instituto de investigación del que salieron Marcuse, Fromm, Adorno y otros. Por otra parte, el precio de lo que se exporta fija el precio doméstico del mismo producto, si el mercado respectivo es libre. Es la “ley de Jevons”. Para un gobernante sería ideal que el producto exportable, digamos la carne, tuviera un precio alto si se exporta y otro bajo para el consumo interno. Haría felices a los productores rurales y a los habitantes urbanos. Pero el mercado no funciona así. Puesto a elegir, el criterio es dónde hay más votos. El sacrificado, pues, fue el productor rural, al que se le redujo el precio efectivamente percibido mediante una alícuota de impuesto a la exportación suficientemente alta. Como nadie persiste en una acción que lo lleva a inmolarse, los productores rurales prefirieron ajustar la producción a la baja, y su producto no sólo dejó de exportarse, sino también de abastecer al mercado interno. Sin duda el camino contrario, estimular la producción hasta duplicarla o triplicarla, habría hecho felices a todos: a los productores, a la exportación, al fisco y al consumo interno. Así pues el camino de la violencia puede ser el más efectivo o el único para resolver determinadas situaciones, pero no para sustituir al mercado.

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