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Domingo, 9 de agosto de 2009

EL BAúL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

Alimentos

Hace tres décadas y media, cuando el general Perón ejercía otra vez la presidencia de la República y transitaba el último tramo de su paso por este valle de lágrimas, dio una conferencia en la que pronosticaba un futuro más que venturoso para el país: “Con alimentos y energía, la Argentina es el país del futuro”, dijo. En aquellos momentos había países que avanzaban a paso de gigantes, pero carecientes de alguno de los elementos señalados por el general, lo cual, más tarde o más temprano, se constituiría en un obstáculo para el desarrollo y se detendría su avance, siendo superados por nuestro país. China tenía penuria de alimentos, y su crecimiento demográfico era imparable. Por su parte Brasil, nuestro rival, no tenía una gota de petróleo en su territorio, por lo que su aspiración a crecer sobre una base industrial hacía inviables los proyectos en ese sentido. Lo que son China y Brasil hoy es bien conocido. En la Argentina, por otra parte, un 23 por ciento es pobre, según reconoce el anterior presidente de la Nación, de los cuales una ancha franja son indigentes, o sea, con grandes dificultades para afrontar los gastos más indispensables, entre ellos la alimentación. No son desconocidos los casos de desnutrición, incluso infantil, aun en provincias o regiones ricas. En cuanto al petróleo, sus yacimientos, extracción, destilación y comercialización, son ejercidos por una empresa privada extranjera. Otro tanto cabe decir del gas natural. Un país con capacidad natural para producir materia prima alimentaria para una población diez veces mayor que la actual, ¿cómo puede tener gente que pasa hambre? La escasez, uno de los rasgos de los “bienes económicos”, no parece afectar por igual a los distintos individuos. No es la escasez de algunos recursos naturales. Es una condición que se impone a cada uno según el lugar que le toca ocupar en la sociedad. Una escasez creada por la mano –y la avaricia– del hombre, también podría ser corregida por la misma mano. La clase política, responsable del traspaso de recursos naturales a productores extranjeros y del desmantelamiento de unidades productivas nacionales, podría generar acciones para mejorar las condiciones de vida del argentino común, y no sólo las de los políticos mismos. El empresario, que tanto ganó, podría aflojar algo la mano y absorber con sus ganancias las mejoras de retribución a sus trabajadores.

Energía

El brutal aumento de la tarifa de gas natural domiciliario se constituye en un factor eficaz de incremento del ya crecido número de pobres y excluidos de la República Argentina. No debatido públicamente ni esperado por nadie, para todos significa un gasto no querido, no incluido en los presupuestos de gastos formulados antes de conocerse el aumento. Los ingresos de todos y cada uno de los habitantes de este país tienen, básicamente, dos destinos: el consumo y el ahorro, ambos decididos, claro está, voluntariamente. Dado un plan de gastos cuyo monto es inferior al ingreso, es posible crear un ahorro tal que, incrementado tras sucesivos aportes, llegue a formar un monto considerable. El destino de tales ahorros puede ser muy diverso: un resguardo para la vejez, la adquisición de una vivienda, el pago de los estudios medio o superior de los hijos, y todo cuanto pueda pasar por la imaginación. Si existe alguna capacidad de ahorro, entonces un consumo inesperado o involuntario necesariamente exige echar mano a parte o al total de los ahorros corrientes. Si el ahorro corriente no alcanzase, deberá recurrirse a ahorros preexistentes, al endeudamiento con amigos o familiares, o a sacrificar rubros del consumo. Cuando se dice “capacidad de pago” (de un gasto imprevisto) se alude no sólo al ahorro, sino también al replanteo del plan de consumo, vale decir, a la totalidad del ingreso familiar. Según afirma un funcionario de esta administración, el 96 por ciento de la sociedad tiene capacidad para pagar los referidos aumentos. Con un 23 por ciento de pobres en todo el país, los dichos del funcionario alcanzan a un gran número de argentinos pobres, con escasa o nula capacidad de ahorro, y que en caso de tenerla, de inmediato la perderían. También alcanzan a quienes se hallan poco por encima de la línea de la pobreza y que, por el mayor costo de la vida, se acercarán más a ella o incluso caerán más abajo, convirtiéndose en nuevos pobres. Estos pobres nuevos se suman a los que ya eran pobres, los pobres estructurales, y constituyen un ejército de pobres, a los que no les asiste ningún derecho a ahorrar y, con ello, pierden la esperanza de acceder sus hijos a la educación media y superior, con lo que sus hijos, después de una adolescencia sin trabaja ni estudio, como futuro previsible tendrán como única misión reproducir la vida miserable y sin esperanza de sus progenitores.

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