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Domingo, 7 de agosto de 2011

Piloteando el Titanic

 Por Claudio Scaletta

Por estas semanas, la lectura de la prensa de los países centrales deja en el lector sureño un extraño déjà vu permanente, posdatado una década. El contexto enrarecido de las finanzas mundiales resulta propicio para los meteo y psico economistas, esos que explican la complejidad de las relaciones económicas por la vía de fenómenos como el clima o el humor de los mercados. Pero buscando las claves entre la maraña de oscilaciones de cotizaciones y declaraciones de analistas bancarios aparecen algunas continuidades.

Al parecer, el desplome de las principales bolsas del mundo respondería a dos reacciones similares de los operadores financieros globales. En Estados Unidos sería una previsión frente al ajuste futuro al que se comprometió la debilitada administración demócrata tras el irresponsable apriete de la derecha republicana. En Europa, en tanto, también sería un descuento frente a los ajustes comprometidos por los PIIGS y su impacto en los bancos franceses y alemanes, ajustes que ya se vislumbra redundarán en una mayor recesión.

Algún estudiante de economía en sus primeros pasos, en la etapa de diferenciar entre blancos y negros, seguramente se preguntará: “¿Pero cómo? Los mercados saben que los ajustes son recesivos. ¿Entonces las recesiones pueden ser un objetivo de política?”. En rigor así parece ser. Los polos de la discusión económica en Europa y Estados Unidos se encuentran entre quienes creen que es necesario terminar con los estímulos ensayados a partir de los inicios de la crisis, en 2008-2009, y avanzar en planes de ajuste que presuntamente mejorarían la situación fiscal y, en la vereda de enfrente, quienes creen que los problemas de crecimiento y empleo ameritan continuar sosteniendo la demanda agregada por la vía del gasto y una política monetaria expansiva. El debate parece estar saldándose en favor de la primera opción, con consecuencias sombrías, como advirtieron esta semana los mercados bursátiles.

Los economistas filósofos –que no todos son meteorólogos y psicólogos–- quizás indaguen en la persistencia de tradiciones cristianas enraizadas en algunas escuelas económicas occidentales. Por ejemplo, la creencia en el carácter redentor del sufrimiento autoinfligido. Para estas corrientes, los ajustes recesivos serían el pago por los pecados y excesos del pasado. Claro que al analizar como un todo las economías de los países se pierde el detalle de que algunos de sus integrantes serán flagelados por excesos cometidos por otros, pero en este punto conviene no derivar. El paralelismo se completa con la creencia de que el alma pura, la economía saneada por el ajuste salvaje, abrirá el camino al cielo, la vuelta al crecimiento allá lejos y dentro de algún tiempo. El problema solo está en el mientras tanto; en pasar el invierno, como diría el abuelo de Mauricio. Es necesario, entonces, concentrarse en el “mientras tanto”, no por el placer diletante de abocarse a los siempre glamorosos temas de la economía internacional, sino porque los principales desafíos para la economía local de los próximos años están particularmente unidos al devenir exterior. Aunque no precisamente para acoplarse, sino para blindarse de la amenaza del traslado de la crisis a “la periferia”.

Un enfoque simplificado para describir la interacción entre la economía local y la global consiste en pensar en los efectos positivos y negativos de esta nueva relación centro-periferia. El principal efecto positivo es el mentado viento de cola: los buenos precios de los commodities que siguen representando el grueso de las exportaciones. Entre los negativos se destaca la contraparte de estas ventas externas: los ingresos de divisas por exportaciones que, a la vez, generan dos cosas: parte de la inflación (el resto es puja distributiva por el crecimiento) y una presión revaluatoria. Como siempre, lo malo no viene solo, sino que está ligado a la alta liquidez internacional inducida por los países centrales para mitigar sus crisis y, luego, la búsqueda de valorización financiera en la periferia frente a los bajos rendimientos en el centro. La potente revaluación brasileña es un ejemplo mal resuelto de este proceso.

Estos dos efectos, los positivos y los negativos, dejan entrever las fortalezas y debilidades de la economía local.

- Las fortalezas residen en que, si bien la reducción del comercio internacional es inherente a cualquier ciclo de contracción, como ocurrió por ejemplo en 2009, la demanda de los principales productos que vende Argentina proviene de los países asiáticos, que hoy traccionan la economía mundial. Si bien no se espera una reducción en la oferta global de commodities agrarios, su demanda se mantendrá sostenida, tanto por el crecimiento asiático como por el aumento de los requerimientos de biocombustibles. En un horizonte de volatilidad de precios por las cotizaciones de las principales monedas y por la evolución de las economías centrales, los altos precios al menos se mantendrán. La economía Argentina no está blindada, pero está en una posición de fortaleza comercial.

- La debilidad es la revaluación de la moneda, con aumentos de costos en dólares. Si hay un tema sensible para economías como la local es el nivel del tipo de cambio. Es necesario recordar que el manejo de la competitividad cambiaria fue uno de los factores clave de la recuperación iniciada en 2003. Esta competitividad, con tipos de cambio diferenciales vía retenciones, fue la que posibilitó que el crecimiento 2003-2010, período en el que el PIB acumuló una impresionante suba del 79,5 por ciento, se produjera con el aporte de todos los sectores de la economía, no sólo el de la producción agroindustrial. Como hoy no parece posible devaluar más rápido que la inflación y como continuará la redistribución positiva del ingreso, la agenda de 2012 deberá contar, inevitablemente, si no se quiere abortar el crecimiento, con nuevos mecanismos de diferenciación cambiaria entre sectores. Quizá dólares diferenciales para las distintas economías regionales de acuerdo con su efecto multiplicador sobre el empleo. No será sencillo ni económica ni políticamente y, seguramente, la búsqueda de estos mecanismos ya entretiene a muchos economistas cercanos al Gobierno

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