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Sábado, 24 de diciembre de 2011

Cara y ceca

 Por Claudio Scaletta

Como todo fin de año debería ser tiempo de balances, de preparación para algunas semanas de serenidad, pero la realidad no da tregua. Si todo parecía en calma antes de las elecciones, diciembre fue un mes de vértigo.

Lo más visible en términos económicos fue la sanción de algunas leyes clave. Aunque la principal fue el Presupuesto, importan destacar otras dos: la que avanzó en la desmonopolización de la provisión de papel para diarios y el nuevo estatuto del peón rural. La lectura opositora de estas leyes bordeó el ridículo.

Para el titular de Uatre, la legislación que eliminó arcaísmos como el trabajo de sol a sol, que le puso horarios a la jornada laboral en el campo y que redujo en nada menos que ocho años la edad jubilatoria fue sancionada por “traidores a la patria”. Según el sindicalista, el avance en la consecución de derechos para los trabajadores rurales fue menos importante que la pérdida de la cuotita de poder que brindaba el control del fenecido Renatre; ejemplo de privatización del control que corresponde al Estado sobre las condiciones laborales. En tiempos de moda del peronómetro cabe preguntarse qué legislación es más peronista: si una que amplía derechos de los trabajadores u otra que conserva privilegios corporativos sancionada durante la última dictadura.

La segunda ley aprobada en la semana fue un avance hacia la desmonopolización de la provisión de papel para diarios. Se trata de una ley puramente económica que ataca una problemática que ninguna economía capitalista seria del planeta deja de abordar: los monopolios. Las dos empresas beneficiarias de esta anomalía de mercado la consideraron como un ataque a la libertad de expresión y, en consecuencia, a la democracia. No son muchas las oportunidades que la historia brinda para observar en vivo el uso invertido de las grandes palabras y los grandes valores en defensa de intereses puramente particulares. Pero más allá de los pataleos, que mostraron a los intereses corporativos aferrarse con uñas y dientes a sus hoy perdidos privilegios, las leyes ya fueron sancionadas.

El segundo dato económico, no menos visible que la docena de leyes sancionadas, pero sí menos comentado, fue la nueva composición del Ministerio de Economía. Si entre los más consustanciados con la profundización del modelo la designación del delfín del ministro saliente, Hernán Lorenzino, un abogado con experiencia en renegociaciones de deuda y la esperanza de mínima de cierto establishment financiero, causó cierta desazón, el inmediato nombramiento de Axel Kicillof como secretario de Política Económica, virtual viceministro, fue una sorpresa contrastante.

Kicillof se sitúa en las antípodas de lo que el establishment más rancio podría esperar como guía de la política económica. La prensa se hizo eco de su trayectoria de los últimos años en algunos cargos públicos. Se contó que de la mano de La Cámpora, la nueva bête noire de cierta derecha busca fantasmas, llegó a la gerencia financiera de Aerolíneas Argentinas y luego al directorio de Siderar por el Estado. Bajo esta perspectiva no se trataría más que de un joven militante obediente que por azar y amistades ascendió rápidamente el espinel de la burocracia.

En cambio, se dijo poco de su trayectoria intelectual. Kicillof se recibió en la Universidad de Buenos Aires con un promedio cercano a diez. Lejos de ser un nerd, el estudio no le quitó tiempo para la militancia. Fue el alma mater de TNT, la agrupación que consiguió romper con el enquistamiento de Franja Morada en la Facultad de Ciencias Económicas. Luego fue profesor de las materias núcleo de la carrera, como Microeconomía, Macroeconomía e Historia del Pensamiento Económico, entre otras. También en la UBA completó su doctorado.

En el interregno neoliberal de los ’90, no eran muchas las opciones intelectuales que la Facultad de Ciencias Económicas ofrecía al mainstrem convencional. Uno de los refugios críticos eran las clases del profesor de orientación marxista Pablo Levín, quien en los años oscuros de la preminencia neoclásica enseñaba a releer a los clásicos en sus textos originales: Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx. En estos ámbitos se organizaban los grupos de lectura más diversos, desde la Fenomenología del Espíritu, de Hegel, con el objeto de, luego, releer mejor a Marx, a la Teoría General, de Keynes. Sucedía que leer a Keynes sin el filtro de los manuales era especialmente revelador. En estos grupos, en los que, por ejemplo, podían dedicarse meses a develar los recovecos del capítulo 1 de El Capital, solía encontrarse siempre Kicillof.

En su tesis doctoral, editada por Eudeba, “Fundamentos de la teoría general: Las consecuencias teóricas de Lord Keynes”, Kicillof describe con precisión lo que muchos de quienes pasaron por la FCE-UBA en aquellos años experimentaron: “Una vida desdoblada en el plano intelectual”. Por un lado, la obligatoriedad de aprenderse los manuales importados con la síntesis neoclásica; por otro, las lecturas extracurriculares. Las primeras, una obligación; las segundas, la entrada en la comprensión de los fenómenos económicos. Esto quedó plasmado en la vida de Kicillof como profesor. A la síntesis neoclásica que presentaba como parte de los contenidos mínimos obligatorios, seguía la crítica demoledora realizada desde los clásicos y la heterodoxia.

Pero la historia no terminó en la academia. Consciente de que la discusión económica debía darse en el siglo y que la teoría debía conjugarse también con la visión crítica de la coyuntura, Kicillof fue uno de los creadores del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda). Por cuestiones de financiamiento, el Cenda se orientó al estudio de la problemática laboral, lo que marcó su acercamiento a la CGT. Lo que sigue es la historia conocida y repasada estos días, pero el dato clave es que el nuevo secretario de Política Económica no sólo llega con probados (y sacrílegos para la city) antecedentes académicos y de gestión, sino con un equipo propio formado y probado, el que lo acompañaba en el Cenda.

Que Kicillof complete el equipo que encabeza Lorenzino es una combinación extraña, heterodoxa en el mejor de los sentidos y sujeta a múltiples interpretaciones. Las incógnitas residen en cuál será el margen de maniobra del nuevo viceministro y cómo convivirá con su superior inmediato. Lo más claro es que tener a alguien que entiende cabalmente a Keynes en ese lugar es una buena noticia para los tiempos que vienen, que se corresponderán con una eventual fase descendente del ciclo económico

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Imagen: Sandra Cartasso
 
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