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Domingo, 13 de octubre de 2013

Desendeudamiento y endeudamiento

 Por Claudio Scaletta

La complejidad de algunos problemas desaparece cuando se los reduce a sus partes elementales. Volver al endeudamiento con los organismos financieros internacionales, más concretamente a la “lógica del endeudamiento”, supone una relación entre dos partes: el país y las finanzas globales. El análisis se divide entonces en tres elementos: la situación de cada una de las partes y la relación que las une.

La situación externa de la economía local puede definirse a partir de unos pocos parámetros. El endeudamiento “externo” propiamente dicho, es decir la parte de la deuda pública nominada en divisas, es de apenas el 15 por ciento del PIB, un nivel muy bajo para los estándares internacionales, que le otorgan amplios grados de libertad a la política económica. Los términos del intercambio, la relación entre los precios de las exportaciones y de las importaciones, se mantienen sumamente favorables. La balanza comercial, si bien tiende a reducirse, es todavía superavitaria, al igual que la cuenta corriente. La tendencia a la restricción externa no aparece como un problema coyuntural, sino estructural, es decir; como un resultado de la estructura productiva desequilibrada. A pesar de los avances registrados en la última década, todavía no logró revertirse la propensión importadora de insumos y bienes de capital de la industria, situación a la que desde 2011 se suman también las importaciones de energía.

El panorama internacional, al margen de las turbulencias por las recientes crisis financieras de Estados Unidos y Europa, también es favorable en materia de oferta de divisas. La tasa que pagan los bonos públicos estadounidenses es del 0,25 por ciento, negativa en términos reales. Tras los recientes cambios en la conducción de la Reserva Federal, las expectativas del mercado son de continuidad. Es un mundo de liquidez en el que los dólares son una mercancía abundante, no escasa.

Bajo estas circunstancias locales y globales, la administración del riesgo de restricción externa no debería ser un problema. Sin embargo, si se realiza una lectura continental, se encuentra que la escasez relativa de dólares existe en sólo dos países de la región, Venezuela y Argentina. El nexo entre estas economías es que ambas optaron por la implementación de restricciones cambiarias. La estrategia local consistió en limitar la remisión de utilidades, administrar las importaciones y restringir la compra-venta de divisas al precio oficial. Las medidas fueron presentadas como necesarias para evitar una devaluación y frenar la aceleración que registraba la salida de capitales. Efectivamente, el encarecimiento del dólar era una alternativa parcial. El segundo componente, complementario, era el aumento de la tasa de interés para incentivar la demanda de pesos. Si se optó por las restricciones fue para evitar efectos negativos en términos de crecimiento e inflación.

Dado el tiempo transcurrido es posible hacer un balance de las medidas implementadas. Sin establecer relaciones de causalidad, lo primero que se observa es el freno de la economía en 2012. Lo segundo es la continuidad de la inflación y lo tercero es la persistencia de la brecha entre el dólar oficial y el paralelo. Un resultado parcial es que el llamado “cepo” no logró resolver la escasez de dólares y, frente a la ausencia de tasas de interés reales positivas, tampoco consiguió una mayor preferencia por la moneda local.

Frente a estos resultados, el Gobierno cambió de estrategia e ideó un amplio blanqueo de capitales con fines específicos, la construcción y las inversiones energéticas, cuyo plazo debió prorrogarse luego por no cumplir las expectativas. Si las restricciones fueron un intento por restringir la salida de divisas, el blanqueo intentó incentivar la entrada. En la mira gubernamental está el balance de pagos. Por definición, este balance siempre está en equilibrio. La contrapartida de la balanza comercial y el resto de la cuenta corriente es la cuenta capital y financiera, y su resultado es el aumento o disminución de las Reservas Internacionales.

Sobre esta base es posible preguntarse qué estrategias siguen otras economías en desarrollo. Brasil, por ejemplo, contrarresta su reaparecido déficit de cuenta corriente con la entrada de divisas y la inversión extranjera directa. Visto desde Argentina, el dato que importa es que Brasil tiene mecanismos autónomos para tomar deuda en divisas mediante una tasa de interés atractiva. Los capitales no entran a Brasil mirando el riesgo país o sus acuerdos con organismos financieros, sino por la misma causa que motiva la IED: la rentabilidad esperada. Otras economías latinoamericanas, como Bolivia, también tomaron deuda de esta manera en los últimos años. Argentina, en cambio, no buscó mecanismos similares.

Como los gobiernos no son uniformes y a su interior conviven diversas tendencias, frente al escenario externo adverso reaparecieron en el oficialismo las viejas tendencias “pro mercados financieros globales”. El discurso es que el país necesita resolver sus diferendos del pasado con los organismos internacionales. Esta semana se conoció un acuerdo con el Banco Mundial por desembolsos por 3000 millones de dólares para los próximos tres años. Las condicionalidades comenzaron desde el vamos. En principio se pagarían cinco juicios perdidos ante el Ciadi, el tribunal arbitral del propio organismo, por un valor cercano a los 500 millones de dólares. Todavía no se conocen las condiciones de pago, pero se trata, vale recordarlo, de juicios espurios derivados de las consecuencias del estallido de la convertibilidad. Fuentes cercanas al ministro Hernán Lorenzino destacaron que el acuerdo con el BM podría ayudar a que Estados Unidos intervenga en favor de la Argentina en la disputa con los fondos buitre. Se trata de un virtual regreso al discurso noventista. Más si se agrega el destino que se dará a los recursos. Según se informó, parte de los dólares serán para la Asignación Universal por Hijo. Resulta difícil comprender por qué se necesitarían divisas para este objetivo.

Endeudarse no es malo en sí mismo. No se trata de negar cualquier endeudamiento cuando la deuda externa representa hoy una carga muy baja. La deuda en moneda extranjera bien podría subir a 20 o 25 puntos del PIB sin afectar los grados de libertad de la macroeconomía y si ello permite aumentar el crecimiento. Pero endeudarse en dólares sólo se justifica para financiar el desarrollo. Luego, como lo demostró la última década, el visto bueno del poder financiero internacional no es una condición necesaria para el crecimiento.

Quizá resulte ocioso decirlo, pero repasando la historia económica mundial y local puede observarse que, en materia de administración del riego de restricción externa, tomar deuda con organismos es el principio de los problemas, no de la solución. En particular cuando supone un cambio radical del discurso

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