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Domingo, 23 de febrero de 2014

MITOS ECONóMICOS

“Producto natural”

Demanda y mercado laboral

 Por Por Andrés Asiain y Lorena Putero *

La teoría económica ortodoxa suele señalar la existencia de un producto natural, más allá del cual la actividad económica no debe expandirse. La naturalidad del mismo la brinda el libre mercado, que garantizaría la plena y eficiente utilización de las fuerzas productivas de cada economía hasta alcanzar dicho nivel máximo de producción. Los intentos gubernamentales de estimular la demanda más allá de ese nivel natural de producción sólo tienden a generar insustentables déficit comerciales y/o aumentos de precios.

El principal inconveniente de la idea de un producto natural dado por las fuerzas de mercado es de carácter empírico. Las principales economías del mundo se encuentran muy lejos del pleno empleo, con tasas de desempleo laboral que superan ampliamente 1 o 2 puntos que pueden resultar de cuestiones estacionales o de búsqueda. Ante esa circunstancia, el pensamiento ortodoxo ha tendido a naturalizar tasas cada vez más elevadas de desempleo, atribuyendo su existencia a rigideces del mercado laboral, como sindicatos, negociaciones colectivas, indemnizaciones y otros derechos laborales que proponen eliminar. Vale aclarar que la experiencia histórica mostró que, a contramano de los planteos ortodoxos, la “flexibilización” laboral deriva en bajas salariales, caída del consumo, despidos, depresión económica y creciente desempleo.

Aun asumiendo la naturalización de elevadas tasas de desempleo, el nivel de producción no depende únicamente de cuánto trabajo se utilice sino también de las técnicas productivas empleadas (manifestadas materialmente a través de medios físicos de producción). No es el mismo producto por trabajador el que resulta del uso del arado tirado por bueyes que del moderno tractor que aplica técnicas de siembra directa. El resultado productivo dependerá, por lo tanto, de las técnicas productivas utilizadas, hecho que depende de cuestiones como el acceso al crédito, la capacidad de importación o de desarrollo tecnológico nacional, que poco tienen de naturales. Tampoco las fuerzas de la naturaleza se emplearán en forma natural, ya que su uso depende de la matriz productiva de la economía que los posee. Así, por ejemplo, el aprovechamiento del potencial energético de un río no será utilizado en una economía que carezca de demanda energética por su bajo nivel de desarrollo industrial o escaso consumo interno. No casualmente, las grandes represas de la Argentina se realizaron en el marco del proceso de industrialización y de acceso masivo a mejores estándares de vida.

La teoría ortodoxa, al naturalizar un bajo crecimiento económico, objeta las políticas que reduzcan el desempleo, empoderen a las organizaciones sindicales y pongan en cuestión la distribución del ingreso mediante crecientes reclamos salariales. Detrás de esa posición se encuentra un orden social conservador donde los empresarios prefieren menores tasas de rentabilidad que las que podrían obtener en una economía en rápido crecimiento, pero obteniendo a cambio cierta disciplina laboral lograda en base al temor popular a quedarse desempleado. Como señaló el economista polaco Michal Kalecki (precursor de la teoría de la demanda efectiva), en su artículo “Aspectos políticos de la ocupación plena”, del año 1943:

“Los líderes del mundo de los negocios aprecian más la disciplina de las fábricas y la estabilidad política que las ganancias mismas. Su instinto de clase les advierte que la ocupación plena duradera es una situación enfermiza desde su punto de vista, y que el desempleo es parte integrante del sistema capitalista normal”

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