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Domingo, 14 de septiembre de 2014

El empresario...

 Por Aldo Ferrer *

Las frustraciones del desarrollo del país en el largo plazo son las mismas que impidieron la formación del empresario argentino como agente fundamental del desarrollo. La resolución de la crisis económica, social y política de principios de este siglo a través de la recuperación de la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y el pensamiento crítico, viabilizaron la reaparición del Estado nacional, no sometido a las condicionalidades neoliberales. Esto es una condición necesaria para la construcción del empresario argentino. Pero son esenciales al mismo tiempo una estrategia viable de desarrollo y la argentinización de la economía nacional. No es posible la construcción del empresario argentino en ausencia del Estado nacional y el ejercicio efectivo de la soberanía.

La experiencia de las economías emergentes de Asia ratifica cuán decisiva es la eficacia de las políticas públicas y la apertura de espacios de rentabilidad que orienten al empresario al desarrollo de las actividades estratégicas. También lo es el impulso a la educación, la capacitación de la fuerza de trabajo y el desarrollo de un fuerte sistema nacional de ciencia y tecnología estrechamente vinculado con las políticas públicas y con la producción.

Política industrial

En términos generales, se puede afirmar que el empresario argentino no existe sin soberanía. Para tales fines, es indispensable en el plano económico contar con superávit en la cuenta corriente del balance de pagos y con sólidas reservas internacionales. El endeudamiento externo, en tanto, debe ser funcional a la expansión de la capacidad productiva y nunca debe exceder la capacidad de repago. Fronteras adentro, es preciso financiar el gasto público con recursos corrientes, es decir, sin apelar al Banco Central ni al crédito externo. En tales condiciones prevalecen la estabilidad de precios y expectativas estimuladoras del ahorro, la inversión y el crecimiento, es decir, del empresario argentino.

Las actividades de mayor valor agregado y contenido tecnológico son esenciales para la formación del empresario argentino. En ellas, precisamente, se concentra el déficit de manufacturas de origen industrial, como es el caso de la metalmecánica, maquinarias y equipos, el químico, el automotor, instrumental médico, aparatos eléctricos y la electrónica. Para impulsar esos sectores conviene abandonar el viejo concepto de la “sustitución de importaciones”, que implica reemplazar importaciones actuales por producción interna, mientras se acrecientan, en mayor medida, las importaciones de los nuevos bienes y servicios resultantes del incesante progreso técnico. No alcanza con sustituir el presente, es preciso sustituir el futuro con talento argentino y confrontar al empresario argentino con el desafío de desarrollar las actividades en la frontera del conocimiento. El Estado debe ofrecer incentivos a cambio del cumplimiento de los compromisos asumidos.

Debe rechazarse la postura resignada de la política industrial, como es suponer, por ejemplo, que en el complejo electrónico, la actividad local posible se reduce al ensamblaje de componentes importados. O que en el sector automotriz lo mejor que puede lograrse es producir autopartes de menor contenido de tecnología. Es imposible cerrar el déficit en autopartes sin un profundo proceso innovador, para lo cual se necesita de una empresa automotriz integrada nacional que produzca motores, incorpore autopartes de alta tecnología, atienda la demanda más dinámica de vehículos dentro del mercado interno y acceda al internacional. Un país como el nuestro, capaz de producir reactores nucleares de investigación, dispone del talento necesario para tal empresa.

Por otro lado, el Estado tiene en el desarrollo de la infraestructura de transportes, comunicaciones y energía un papel central para el impulso del desarrollo industrial y la construcción del empresario argentino. Se trata de orientar el poder de compra del Estado, vinculando el planeamiento y la ejecución de los proyectos con la industria nacional. El financiamiento con crédito externo no debe impedir maximizar la participación local en el desarrollo de los proyectos. Debe evitarse ceder a la tentación del crédito de proveedores para las compras “llave en mano”, que sustituyen la producción interna.

El empresario argentino en la actividad agropecuaria es un protagonista del desarrollo del país. No sucede lo mismo en el sector minero, que funciona mucho más como enclave exportador, sin ningún tipo de participación de la industrial nacional. Allí la herencia neoliberal incluye la provincialización en el dominio de los recursos naturales dispuesta en la reforma de la Constitución de 1994, que fracturó la unidad de intereses de la Nación en la explotación de sus recursos y la convirtió en intereses locales de cada provincia, sumado a una legislación minera propia de países periféricos, sin estrategias de desarrollo nacional. En el terreno de los hidrocarburos, la nacionalización de YPF fue un paso fundamental que se amplía con la participación de empresas privadas de capital local en toda la cadena de valor.

En todos los países exitosos, el protagonismo de la transformación descansa en el Estado y en las empresas nacionales. La presencia de filiales de corporaciones transnacionales puede contribuir a la participación en los segmentos tecnológicos avanzados de las cadenas transnacionales de valor y el acceso a los mercados internacionales. Pero precisamente esto último es el problema con las filiales en la Argentina y en América latina, porque aquí están orientadas a producir para el mercado interno y a insertarse en los segmentos tecnológicos secundarios en las cadenas transnacionales de valor. En consecuencia, el déficit de divisas de las operaciones internacionales de las filiales, por la utilización de esquemas de producción de alto contenido importado y por el giro de utilidades y dividendos hacia sus casas matrices, es un importante componente de la restricción externa. Es necesario, por lo tanto, crear un nuevo modus vivendi con las filiales, con incentivos que las orienten hacia los mismos comportamientos que mantienen, inducidas por las políticas públicas, en las economías emergentes de Asia.

La región y el mundo

En los acuerdos fundacionales de la integración de Argentina y Brasil, durante las presidencias de Raúl Alfonsín y José Sarney, imperó una estrategia de pleno de-sarrollo e industrialización de ambas economías y de comercio e inversiones administrados. Los acuerdos incluían, como un instrumento principal, la integración industrial y el equilibrio en los intercambios. Esa estrategia fue radicalmente cambiada durante los gobiernos de Carlos Menem y Fernando Collor de Mello. La integración quedó subordinada al juego espontáneo de las fuerzas del mercado, en un esquema de integración abierta, que concluía siendo un espacio ampliado para las inversiones extranjeras y el escenario de la profundización de las asimetrías de desarrollo y desequilibrios existentes entre los países. Un ejemplo de esa integración anclada en la lógica de mercado es el sector automotor, donde hay enormes dificultades para profundizar la inserción de la industria proveedora local.

Desde esta perspectiva, es conveniente que la política exterior brasileña responda a objetivos nacionales propios y, al mismo tiempo, conciba la relación bilateral como una alianza estratégica para impulsar el desarrollo complejo de ambas economías y el creciente contenido tecnológico y de valor agregado del comercio recíproco en ambos sentidos. Una política exterior brasileña que reivindica la autonomía decisoria frente a los centros de poder mundial y la solidaridad con los países del espacio sudamericano es funcional a la visión nacional del desarrollo en la Argentina y al protagonismo del empresario argentino.

Brasil acumuló un considerable poder nacional en sectores fundamentales de la economía. A pesar del sesgo ortodoxo de la política financiera en diversos períodos mantuvo, a largo plazo, la decisión de fortalecer núcleos estratégicos del poder nacional, como el caso de Petrobras en hidrocarburos, Embraer en la industria aeronáutica, las grandes empresas de construcción e ingeniería. Esto se refleja en la proyección internacional de las firmas brasileñas. Estas cuestiones suelen confundirse con la asimetría entre las dos economías, la cual depende mucho más de la estructura productiva que de la dimensión del país. En Europa, por ejemplo, Suecia y Alemania son países cercanos y el primero, pese a su menor tamaño, es un país plenamente desarrollado que mantiene una relación simétrica no periférica con Alemania. En el caso de los países emergentes de Asia, como la República de Corea, Taiwán y Malasia, la vecindad con dos gigantes, como India y China, no es obstáculo alguno al pleno desarrollo industrial y tecnológico.

En el caso de las relaciones de las economías emergentes de Asia con América latina y Africa, el intercambio es principalmente de alimentos y materias primas por manufacturas y, en medida creciente, de capitales, provenientes principalmente de China. Es decir, un modelo de división del trabajo comparable al del antiguo modelo centro-periferia. En el mismo, como en el pasado, están ausentes en nuestros países las condiciones necesarias para la construcción del empresario como protagonista del cambio tecnológico y la transformación. La “reprimarización” renueva el empresario “periférico”, reducido a la posición subordinada en las cadenas de valor. En ese sentido, se advierte que en América latina, desde comienzos del nuevo siglo, la participación de las exportaciones de materias primas sobre el total exportado creció en diez puntos porcentuales.

No hay un componente genético en el empresario argentino cuando privilegia la especulación sobre la producción. Cada país tiene el empresario que se merece en virtud de su capacidad de constituir un Estado nacional desarrollista e impulsar la transformación de la estructura productiva. En nuestro país, la carencia o insuficiencia de estas condiciones fue extremadamente crítica en el período de la hegemonía neoliberal, durante el cual el sistema económico creó condiciones hostiles al empresario argentino. Continuar en el camino de revertir muchas de esas herencias sigue siendo una tarea pendiente

* Profesor Emérito de la UBA.

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“En los países exitosos, el protagonismo de la transformación descansa en el Estado y en las empresas nacionales”, afirma Aldo Ferrer.
Imagen: Rafael Yohai

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-No es posible la construcción del empresario argentino en ausencia del Estado nacional y el ejercicio efectivo de la soberanía.

-La experiencia de las economías emergentes de Asia ratifica cuán decisiva es la eficacia de las políticas públicas.

-Las actividades de mayor valor agregado y contenido tecnológico son esenciales para la formación del empresario argentino.

-No alcanza con sustituir el presente, es preciso sustituir el futuro con talento argentino con el desafío de desarrollar las actividades en la frontera del conocimiento.

-Cada país tiene el empresario que se merece en virtud de su capacidad de constituir un Estado nacional desarrollista.

 
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