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Domingo, 23 de agosto de 2015

LA EXPERIENCIA ECONóMICA LATINOAMERICANA EN EL NUEVO SIGLO

El ser populista

Los aspectos económicos vinculados con los populismos son proyectos de crecimiento impulsados por la industrialización por sustitución de importaciones orientada al mercado interno y la creciente intervención del Estado.

 Por Carlos Andujar *

Difícilmente exista un concepto más ambiguo y abarcativo que el de populismo. A pesar de ello o, precisamente por ello, se trata de una categoría de análisis muy usada para pensar la realidad latinoamericana y la actualidad mundial. En ella entraron cómodamente, según los autores y las perspectivas desde las cuales se los analice, el varguismo en Brasil, el cardenismo en México, el peronismo en la Argentina, el fascismo y nazismo y, si se quiere, hasta la revolución castrista en Cuba. Algunos autores, como menciona Viguera, hacen hincapié en aspectos ideológicos y políticos y otros deciden caracterizarlo a partir de sus políticas económicas y sociales.

Los primeros mencionan como características distintivas la existencia, por un lado, de masas populares disponibles en condiciones históricas de privación y con aspiraciones, movilizadas tempranamente y sin experiencia de organización autónoma, y, por el otro, de grupos de sectores medios y altos desplazados por proyectos oligárquicos extranjerizantes, dispuestos a liderar a aquellas masas con las que comparten sentimientos e intereses anti status quo. Suele decirse desde este lugar que los populismos son la expresión de una coalición policlasista.

Las ideologías liberales y conservadoras ven en los populismos la utilización de políticas sociales meramente distributivas, improvisadas, paternalistas y demagógicas, implementadas con el único fin de lograr apoyo político. Alusiones a la “corrupción”, el “avasallamiento de las instituciones” y el “republicanismo” que suelen escucharse en tiempos de campaña van en este sentido.

Las ideologías marxistas ven en los populismos una estrategia de dominación política instrumentada por los sectores dominantes a fin de neutralizar la posible movilización autónoma de los sectores populares ante el fracaso del proyecto político económico oligárquico. Destacan que la movilización “desde arriba” de sectores populares, no necesariamente obreros, es utilizada como base de legitimación y conservación del orden burgués ante la imposibilidad de garantizar la hegemonía por otros medios. Los discursos de buena parte de la izquierda argentina mencionando que el macrismo y el sciolismo “son lo mismo” o invitando a votar en blanco en las últimas elecciones porteñas discurren en este sentido.

Los autores que deciden destacar los aspectos económicos vinculan a los populismos con proyectos de crecimiento económico y acumulación impulsados por la industrialización por sustitución de importaciones orientada al mercado interno y la creciente intervención del Estado en la economía a través, aunque no como única herramienta, de la nacionalización de algunas actividades centrales. La incorporación de crecientes sectores populares al consumo masivo a través de políticas de redistribución del ingreso es funcional para la expansión de dicho mercado interno y de los procesos de industrialización. Esta “alianza” entre capital y trabajo, que algunos autores criticarán, suele poseer un discurso nacionalista, antiimperialista, antioligárquico y desarrollista.

Desde esta perspectiva las crisis de los proyectos populistas tienen sus fundamentos o bien en las tensiones y contradicciones latentes en esta siempre transitoria y precaria alianza o por el agotamiento del propio proceso de acumulación en el contexto de economías dependientes. Desde la perspectiva liberal, como era de esperar, el agotamiento de todo proyecto populista es causado por las políticas redistributivas financiadas por un creciente déficit fiscal, que desatienden la problemática de la inflación y operan “por fuera” de las leyes del mercado que, según sus afirmaciones, terminan por perjudicar a quienes dicen favorecer.

Asimismo, es importante destacar que la ampliación del consumo de los sectores populares, vista por unos como demagogia y por otros como justicia social, no siempre se corresponde necesariamente con mejoras sustanciales en la distribución del ingreso ni puede ser atribuida a la iniciativa de la burguesía industrial sino, más bien, al creciente rol protagónico y director del Estado.

Ahora bien, en tiempos de la revolución ciudadana en Ecuador, el socialismo del siglo XXI (como solía expresar Chávez) en Venezuela, el PT en Brasil, el gobierno plurinancional de Bolivia, el kirchnerismo en Argentina, los movimientos progresistas europeos como Syriza y Podemos, es menester preguntarse si la categoría de gobiernos o proyectos populistas alcanza para dar cuenta de ellos y, en última instancia, funcional a qué intereses es la utilización, muchas de las veces maniquea, de la misma.

Cabe esperar que las derechas locales e internacionales critiquen duramente a los llamados populismos y justamente dichas críticas son señales evidentes de la correcta orientación de las políticas implementadas por los mismos. Sin embargo no puede decirse lo mismo de gran parte del llamado progresismo.

Las izquierdas latinoamericanas en general, y las argentinas en particular, deben bajarse del pulcro estandarte de la crítica teórica e improductiva y, con auténtica vocación de gobernar, construir poder real “a partir de” y no “en contra de” los proyectos denominados populistas.

Como decía Ernesto Laclau ya en los ochenta, los populismos interpelan popular, democrática y antagónicamente a la ideología dominante. Ese “hablarle al pueblo” puede ser utilizado para construir hegemonía tanto por sectores dominantes como por las clases populares.

Se trata entonces de construir hegemonía, de crear y recrear experiencias populistas cuyo fundamento y razón de ser sea la restitución y la garantía de cada vez más derechos (formulación y efectivo ejercicio) para las clases populares. Se trata de salir de la visión del todo o nada. Del “somos nosotros” o, como dice un escritor, son todos “más de lo mismo” al que nos empujan muchas izquierdas por estas tierras. De una visión del Estado y de las políticas públicas como máquina burguesa y conservadora, que si bien lo sigue siendo en parte, no es sólo eso. También es, y puede serlo mucho mejor, un Estado garante y hacedor de derechos y productor de igualdades.

Siguiendo a Alvaro García Linera, los Estados latinoamericanos y sus respectivos proyectos políticos tendrán que superar nuevas y variadas tensiones. Las mismas girarán en torno de los procesos de democratización del poder, la ampliación de su núcleo duro para la construcción de hegemonía, la tensión entre los intereses sectoriales y los generales, la tensión entre crecimiento y el medio ambiente, la resolución de los cuellos de botella producto de dependencia económica externa, entre otros. Los populismos suelen hablarle al pueblo y en nombre del pueblo. Los tiempos que vienen, si se quiere realmente que estas tensiones (y las que surjan) se resuelvan a favor de las clases populares, deberán, cada vez más, escucharlo.

* Docente UNLZ FCS. Colectivo Educativo Manuel Ugarte (CEMU).

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Países de la región han estado eligiendo gobiernos populistas como expresión de una coalición policlasista.

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-Los Estados latinoamericanos y sus respectivos proyectos políticos tendrán que superar nuevas y variadas tensiones.

-Hay tensiones en torno de los procesos de democratización del poder y la ampliación de su núcleo duro para la construcción de hegemonía.

-También irrumpe la tensión entre los intereses sectoriales y los generales y la del crecimiento y el medio ambiente.

-Además, se plantea el desafío de la resolución de los cuellos de botella producto de dependencia económica externa

 
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