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Domingo, 15 de agosto de 2004

BUENA MONEDA

El árbol y el bosque

 Por Alfredo Zaiat

La actual estrategia del Gobierno frente al Fondo Monetario Internacional se entiende a partir de las siguientes circunstancias:
1. Fue el FMI que decidió dar por muerto el acuerdo con Argentina. El convenio no está “suspendido”, como en un primer momento informó Roberto Lavagna, sino que está caído, con la particularidad de que ninguna de las dos partes, por motivos que tienen que ver con sus respectivas políticas de negociación, quiere oficializarlo. Pese al sobrecumplimiento de las metas cuantitativas, el Directorio del Fondo se negó a tratar el caso argentino en su tercera revisión del convenio firmando hace menos de un año. La forzada aprobación de la Ley de Responsabilidad Fiscal, norma reclamada por el Fondo, fue el último intento para ablandar los corazones de sus directores, apuesta que como se sabe no tuvo éxito. Ante esa intransigencia, el Gobierno buscó no quedar descolocado y decidió transitar en forma provisoria el mundo financiero sin el paraguas del FMI.
2. El Plan Buenos Aires de reestructuración de la deuda en cesación de pagos, que reconoce los intereses caídos y triplica la tasa de interés de los bonos de Dubai, fue una apuesta fallida. La sustancial mejora de la propuesta a los acreedores defolteados no recibió el apoyo del Grupo de las Siete potencias económicas, respaldo que esperaba Lavagna, en especial de Estados Unidos, lo que hubiera servido para disminuir las presiones de los acreedores sobre la conducción del FMI. Ante ese traspié, el anuncio de la peculiar estrategia de seguir pagando la deuda a ese organismo sin tener un convenio en vigencia apunta exclusivamente a resquebrajar la alianza acreedores defolteados-Fondo. Y a proseguir el proceso de salida del default, puesto que resulta difícil imaginar a funcionarios argentinos recorriendo las principales plazas financieras ofreciendo los nuevos bonos en el mismo momento en que el país les deja de pagar a los organismos internacionales. Dadas las actuales condiciones de vulnerabilidad económica-social, es poco probable que se pueda sostener en el tiempo la política de aplicar recursos propios para disminuir la deuda con el Fondo, puesto que ello implica un sobreajuste de las cuentas públicas de una magnitud inédita. Por caso, según diversos cálculos, cancelar los vencimientos del año que viene con el FMI junto a los de la deuda posdefault (Boden y otros) y de los nuevos bonos que surjan de la reestructuración implicaría la necesidad de obtener un superávit fiscal primario de por lo menos el 7 por ciento del Producto. Y si para evitar ese megaajuste se utilizaran reservas para pagar, se colocaría a la Argentina en una posición de extrema debilidad.
3. La indiferencia de Estados Unidos por la suerte de Argentina. Si hasta el conflicto árabe-israelí queda relegado de la agenda durante la campaña presidencial, no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que en estos momentos a Estados Unidos le importa nada las desventuras de un lejano país del sur con una desprestigiada tecnoburocracia de Washington. Frente a esa cruel realidad, Lavagna optó, con criterio, dejar de lado la política de seducción al Departamento del Tesoro, que en oportunidades anteriores fue decisivo para cerrar con el FMI.
4. La economía empezó a enviar señales de alerta. El equipo económico maneja el dato de que la producción industrial de julio mostrará una caída respecto del mes anterior. Y el saldo del segundo trimestre del nivel de actividad mostrará un freno en la recuperación. Durante ese período, atrapado en la lógica perversa de buscar la aprobación del Fondo al tiempo que se intentaba avanzar en la salida del default, empezó a agotarse el combustible del motor económico. No se lo quería cebar para no entorpecer esa negociación externa, que además condicionaba la posibilidad de implementar políticas de ingresos. Ante el riesgo de un parate de la economía, la caída del acuerdo sin ruptura con el Fondo resultó una oportuna puerta para oxigenar el ambiente vía consumo. Los aumentos a los jubilados, los previstos en los salarios públicos y privados y los que se estudian para los planes sociales tienen el objetivo de sacar a la economía de la meseta en que quedó descansando.
5. Lavagna no tiene interés en romper con el FMI. La historia reciente con ese organismo internacional ha revelado que este culebrón da para todo: las conversaciones entre el equipo económico y los técnicos del Fondo pasan ahora por sustituir el acuerdo por un acta que dejará constancia de los desacuerdos. El ministro no tiene la intención de patear el tablero. Porque en esa mesa se ubican los Rato y Krueger, pero sus dueños son los países del G-7. Para el año próximo Lavagna aspira a cerrar un nuevo acuerdo, con las más o menos condicionalidades que aparezcan. La apuesta apunta a que en ese ínterin los acreedores defolteados se rindan.
6. ¿Y, entonces, qué hay que hacer con el FMI? El Gobierno quiere encontrar una fórmula que permita librarse de las condicionalidades sin romper con el Fondo, tener los recursos para cancelar la deuda con ese organismo, pero que ese dinero no implique un sobreajuste de las cuentas públicas ni una importante pérdida de reservas, y conseguir la adhesión de los acreedores defolteados a su propuesta hasta un nivel que evite la percepción de fracaso. ¿Alguien sabe cómo se resuelve ese desafío?

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