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Domingo, 16 de enero de 2005

BUENA MONEDA

La medicina del mercado

 Por Alfredo Zaiat

Argentina ya dejó atrás el default que no tuvo que haber sido festejado. Ese es el controvertido resumen político que se desprende del discurso de Roberto Lavagna presentando el canje de los bonos impagos. Al determinar que con dos tercios de la deuda total normalizada se dejará de ser lo que en la city califican paria del sistema financiero internacional, el ministro ya definió que cualquiera sea el resultado del trueque se archivará la categoría de país en default. Esto será así porque ni el más pesimista o acérrimo opositor piensa que no se podrá reunir a por lo menos la mitad de las voluntades de los acreedores. Por lo tanto, chau default y a otra cosa, convoca el ministro. Y eso será no porque lo afirme Lavagna en clave de chicana política sino porque el porcentaje de participación en el canje de papeles será elevado por la propia dinámica de mercado.
Para entender porqué la respuesta de los acreedores defolteados será más cercana al 80 que al 70 por ciento se requiere ingresar en la propia lógica del negocio financiero. En ese terreno, lo que tiene que quedar claro es que más allá de amenazas judiciales y sermones de los grandes barones del mundo de las finanzas –que pueden llegar a inquietar espíritus–, no existen los principios morales. No hay ideología, pese a que varios analistas y formadores de opinión se envuelven en banderas que dan risa, porque como se sabe, el capital no tiene bandera. Lo único relevante es la maximización de las ganancias evaluando los costos de oportunidad, y tras ese objetivo no hay reglas que respetar más que la propia aversión al riesgo. Esa agresividad de los financistas es lo que muchos admiran, otros detestan y algunos se apichonan. No es a todo o nada, como las películas de Hollywood moldearon la figura de esos personajes sino que es todavía más cruel: la estrategia que tienen consiste en exigir lo máximo posible hasta el nivel del riesgo –que depende de cada jugador– de perder la partida.
En el mercado financiero no se gana siempre, idea que predomina en aquellos que están alejados y admiran ese microclima de dinero ficticio. Se gana mucho y también se pierde mucho dinero: el mercado en estado puro reasigna esos recursos financieros con una violencia que las estructuras de la economía real no podrían soportar. Contabilizar utilidades como quebrantos forma parte de esa carrera. Ninguno se queda lamentando una mala inversión sino que busca con celeridad revancha –si las espaldas financieras se lo permiten– para no quedar en el andén mirando pasar el tren.
La deuda argentina es un caso paradigmático de esa lógica financiera para plazas periféricas, como también lo fueron en los mercados desarrollados Enron, WorldCom, Global Crossing, Adelphia, Tyco, Parmalat, Cirio, Vivendi-Universal, Ahold. Los inversores asumen las pérdidas y rápidamente reordenan su política de colocaciones en esa rueda especulativa interminable. Quién puede pensar que una mejora de unos 6 dólares, como la registrada en los últimos meses, debido a las bajas tasas de interés internacional y a la caída del riesgo país de los emergentes, puede hacer más digerible una oferta, que implica una retribución a valor de mercado de 30 cada 100 dólares del capital de los bonos. No es la suerte, factor repetido hasta el cansancio por los gurúes de la city, que ayudará al Gobierno a tener éxito en el trueque de papeles. La fortuna colabora un poco, pero su influencia es marginal en la definición de una elevada participación en el canje. Esta se dará por la sencilla razón que así es el negocio financiero: se presionó todo lo posible para conseguir mejoras sustanciales, obtenidas en parte si se compara la última oferta con la inicial de Dubai, y ahora es momento de seguir el juego. El costo de oportunidad de quedarse afuera es mayor que el de aceptar los nuevos bonos. Todo esto forma parte de la dinámica financiera, con una mirada desde el lado del acreedor que se rasga las vestiduras, porque penará por una quita del 70 por ciento en el valor de los papeles de deuda (técnicamente el valor presente neto de los nuevos bonos se ubicará en 30 dólares). Pero ésa es una poda de mercado, que con el correr de los meses será menor por la previsible recuperación de los precios de esos activos, tal como sucedió con los nuevos bonos posdefault de Rusia y Ecuador. Y sin ir tan lejos, vale recordar los títulos que nacieron de “default bancarios internos”, como el Bónex ‘89 y las diferentes series de Boden del corralito. Esos papeles empezaron a cotizar como bonos basura hasta alcanzar valores superiores al capital inicial confiscado. Entonces, los que hoy reciben 30 dólares por el canje, dentro de poco contabilizarán 40, 50 o 60 dólares –valores similares a los que las mayoría los compraron–, con lo que la quita “real” para sus bolsillos no será tan fuerte gracias a las propias fuerzas del mercado. (Esta explicación que parece muy especulativa tiene como destinatarios a algunos argentinos, de nobles sentimientos, para liberarlos de cierta culpa por el destino de esos inversores que confiaron en el país).
Lo verdaderamente relevante de la operación de canje es la quita nominal de la deuda. Esa reducción es lo importante para el país y no la que surja del mercado, cuestión que como ya se señaló, es un tema de los acreedores. La propuesta aspira a disminuir en casi 50 por ciento, de 81.800 a 41.800 millones de dólares, el pasivo que permanece en cesación de pagos. Y como dijo Lavagna, esa quita no implicará que el tema de la deuda se haya solucionado. Más bien seguirá presente en una mochila lo suficientemente pesada para condicionar a éste y a los próximos gobiernos.
Esa destrucción de capital financiero es presentado como el resultado de un país incorregible e irrespetuoso de las reglas de convivencia internacional. Pero se evita abordarla como parte de las características propias del funcionamiento de los mercados, porque si así fuera haría tambalear esos lugares comunes ideológicos de respetados analistas y formadores de opinión –como el que acusan porque el país le dio la espalda al mundo–. Aquellos que endiosan al mercado capitalista deberían saber que la sobreproducción es castigada con su desvalorización hasta el nivel que logra el equilibrio entre la oferta y la demanda. Esa regla de ajuste no es sólo para bienes sino también para activos financieros, como títulos de deuda pública. La cantidad de papeles emitidos por Argentina fue creciendo en forma acelerada, desconectada de su real capacidad de pago, hasta inflarse en forma desproporcionada por el vergonzoso Megacanje de Cavallo-Marx en el gobierno de Fernando de la Rúa. De esa forma se puede llegar a comprender que el default y la posterior quita de capital en el canje han sido el natural mecanismo de ajuste de mercado a un desequilibrio generado por la sobreproducción de deuda.
¿Esa poda que es publicitada como la más importante de los últimos defaults será suficiente para lograr un equilibrio armónico del mercado? Da la impresión que todavía existe una partida de sobreproducción de deuda –en particular, la de los organismos financieros internacionales– que no tuvo su ajuste de mercado. Si lo tuviera, sería como darle de beber su propia medicina.

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