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Domingo, 6 de marzo de 2005

BUENA MONEDA

Habló el mercado

 Por Alfredo Zaiat

“A veces pienso que uno no puede equivocarse tantas veces y hacerlo siempre de buena fe”
(Néstor Kirchner, 1º de marzo de 2005, en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso).


A veces, la imagen que se tiene de determinada persona o de un acontecimiento tiene más que ver con la que se va formando la contraparte que con lo que en realidad es. Un tímido puede ser visualizado como un soberbio, un estafador como un hombre exitoso en el comercio o la victoria de un modesto equipo de fútbol frente al Real Madrid de las estrellas como la consagración deportiva de los más débiles. En muchas oportunidades es seductor quedar atrapado en ese juego en que la imagen ajena pasa a ser “la verdadera”, y no en pocas ocasiones ésta se ha consolidado hasta superar a la real. Pero, en general, las cosas tienen muchos y variados matices, con más grises que el puro blanco o el bien oscuro negro.
El canje de deuda en cesación de pagos fue un contundente éxito en ese mundo del regateo financiero donde se juegan miles de millones de dólares. Los consejos, advertencias y amenazas que financistas, burócratas del FMI y economistas del establishment expresaron, con buenos y malos modales, durante los 38 meses que duró el default, quedaron desubicados ante el resultado financiero del trueque de papeles. Ellos decían que el mejor momento para negociar era cuando el país estaba en el pozo de la crisis a mediados del 2002; que había que acordar rápido para que haya inversiones y poder crecer; que era necesario el paraguas del Fondo Monetario para evitar el fracaso del canje; que había que entablar relaciones privilegiadas con la asociación de acreedores liderada por el lobbista de bancos Nicola Stock; que era imprescindible hacer un suculento pago en efectivo; que se debía pagar más; que había que seguir, en definitiva, el camino de la vaporosa “buena fe” reclamado por el Grupo de los Siete países más poderosos de la Tierra. La mayor virtud de la dupla Kirchner-Lavagna fue la de no quedar atrapados en esas recomendaciones-aprietes. Y no es un hecho menor esa audaz respuesta, teniendo en cuenta el calibre de los “buenos muchachos” que se sentaban enfrente en la mesa de negociación.
También es cierto que algo cambió desde el Plan Dubai, presentado en septiembre del 2003 en la Asamblea Anual del FMI, que reconocía de 8 a 10 dólares cada 100, al Plan Buenos Aires, lanzado en junio del año pasado, con una oferta que le permitía recuperar a los bonistas 30 dólares. Igualmente, la quita nominal del capital, la extensión de los plazos de vencimientos y la reducción de la tasa de interés con los nuevos bonos ubicaron a este canje como el más beneficioso para el deudor de los realizados en los años recientes.
Como en todo, es mejor detenerse a analizar la película que la mejor foto, aunque no por eso hay que inhibirse de apreciar una muy buena instantánea. Esta reestructuración de la deuda no tuvo como broche de oro la condecoración a banqueros, como las dadas por Menem-Cavallo a David Mulford y Bill Rhodes en el histórico edificio del Correo Central luego de cerrarse el Plan Brady. Que el Presidente anuncie en el Congreso el cierre del default y en la Casa Rosada –junto a su ministro de Economía– los números del canje, como imagen, mensaje y contenido de una negociación financiera hacia la sociedad ha sido un avance extraordinario.
Ahora bien: este canje de bonos no soluciona el problema de la deuda. Se ha convertido en un hito más –muy relevante– de ese proceso de endeudamiento creciente de las últimas tres décadas: ha disminuido el stock de deuda hasta el nivel previo al estallido de la convertibilidad. De alguna forma, los desaguisados de la dupla Duhalde-Remes Lenicov, con su escandalosa pesificación asimétrica y otras compensaciones que elevaron la deuda en forma considerable, fueron licuados con este canje. Pero la mochila de la deuda está en el mismo punto de partida, tan delicado y frágil como cuando explotó todo por los aires.
El desafío de la economía argentina no pasa por haber ganado una exigente batalla con el poder financiero sino por alterar el paradigma de desarrollo que se instaló hace treinta años, en el cual la valorización financiera predominó sobre el modelo industrial. La city se olvidará pronto de este trueque y volverá rápidamente a entretenerse con los nuevos bonos. Y, como los negocios no se detienen, regresarán con ímpetu para presionar al gobierno para que retorne al mercado de capitales con renovadas emisiones de títulos de deuda. Por eso mismo, el desafío pasa por abandonar –finalmente– esa lógica financiera que contamina la discusión económica para que la dinámica de la producción y el empleo pasen a ocupar el centro de la escena.
Resulta relevante analizar el flujo de pagos futuros de la monumental deuda que queda, pero más importante es debatir si se están creando las condiciones para un crecimiento sostenido con equidad. El total de deuda por unos 125 mil millones de dólares (otros 20 mil quedaron en el limbo al no participar de la operación), que constituye el saldo luego del canje, será manejable bajo dos condiciones muy fuertes: 1) la no emisión de bonos para financiar desequilibrios fiscales, o para emprendimientos sin capacidad de repago, o para la generación de pasivos ocultos, y 2) el comienzo de un camino de intenso crecimiento económico. Sólo así la deuda empezará a licuarse y a perder peso en la economía. Caso contrario, dado el cronograma de importantes vencimientos inmediatos y con un fuerte salto a partir del 2010 de los flamantes bonos, la deuda convocará a nuevas crisis y así el predominio de las finanzas en el escenario económico no desaparecerá.
El crecimiento económico actúa en los hechos como una importante “quita” de la deuda. El caso chileno es un ejemplo de ese proceso, que con un ritmo de crecimiento sostenido ha dejado atrás la cuestión de la deuda, aunque todavía sigue con la asignatura pendiente de la distribución del ingreso. Esta última es la madre de todas las batallas, que obviamente tiene otras en ese sendero –como la ganada con el canje y como la que viene, todavía sin resultado final, con el Fondo–, pero esa contienda será la que definirá el éxito o el fracaso del gobierno.
Con el canje de deuda, el mercado habló, frase con la que es escudó Lavagna para repeler las piedras que le tiraban. Ahora llegó el turno de que hablen otros.

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