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Domingo, 15 de octubre de 2006

BUENA MONEDA › BUENA MONEDA

Buenos modales

 Por Alfredo Zaiat

La forma y el estilo de Guillermo Moreno, el secretario de Comercio Interior encargado de los relativamente exitosos acuerdos de precios, generan rechazo en el mundo de los negocios y en gran parte de los analistas. Los modales son la carta de presentación en cualquier instancia de vínculos interpersonales. Y el funcionario no se preocupa por cuidarlos; más bien trata de alimentar su figura de mal educado sobreactuando en los diálogos-órdenes con el interlocutor de turno. No busca ser simpático y puede ser que no tenga por qué intentarlo si su objetivo es mantener cierto control en los precios. O sea, en ese lado del mostrador se ubica un personaje de comportamiento desagradable y hasta intolerante con la misión de mantener la inflación anual en un dígito. Ahora bien: ¿quiénes descansan del otro lado del mostrador? Empresarios pulcros e impecables en la vestimenta, que poseen o simulan una elevado nivel de instrucción. Para ellos los modales y las apariencias son tan importantes como el buen funcionamiento de la línea de producción. Tienen la costumbre de quejarse por la elevación de los costos y que en su actividad las cosas no van tan bien como parece y piensa el Gobierno. Advierten que no hay un buen clima para invertir. Y que deben ajustar los precios porque está descendiendo la rentabilidad. Se aprueban mutuamente entre pares el diagnóstico de que están enfrentando un gobierno anti-mercado, pero que no se pueden pelear ni oponerse públicamente porque, especulan, Néstor Kirchner ganará las próximas elecciones. Se autoconvencen, con el cortejo de consultores de la city que les hacen coro, de que son víctimas de una administración autoritaria. O sea, los interlocutores de Moreno son personajes educados que quieren que el Estado no se meta en sus cuentas para seguir contabilizando utilidades elevadas. Muchas de esas compañías desarrollan sus negocios en mercados oligopólicos, con un irregular cumplimiento fiscal y zonas ocultas en la actividad donde registran empleos en negro. ¿Cuál de los protagonistas del culebrón de los precios es más desagradable? Puede que ambos.

Aunque parezca un devaneo de tecnócratas, no es lo mismo aumentos de precios que un proceso inflacionario. En el último caso se trata de un crecimiento general y sostenido del nivel de precios. Y no es lo que está sucediendo. En cambio, sí existen ajustes en ciertos precios de la economía, pero también hay otros que no registran variaciones. Esta diferencia que para la mayoría puede ser incomprensible, no lo es porque una u otra situación requiere distintos instrumentos de política económica para abordarla. Esto no implica desconocer ni minimizar los efectos adversos que significan los aumentos de precios para algunos sectores. Pero las explicaciones ortodoxas del actual ciclo de alza de precios motivado por la expansión monetaria y fiscal, con las conocidas recetas de disminución del gasto público y de alza de la tasa de interés, son equivocadas. La actual política de elevado superávit fiscal y conservadora política monetaria derrumba esos postulados.

También resulta una ofensa al sentido común postular que los aumentos de salarios están impulsando los ajustes de precios. El poder de compra del salario medio todavía se encuentra un 10 por ciento por debajo de los magros niveles previos al estallido de la crisis. Hasta ahora, la mayoría de los trabajadores ha tenido una estrategia defensiva en el intento de recuperar los ingresos castigados por el incremento de los precios. Además, con una des y subocupación que alcanza casi a un cuarto del universo laboral y con planes sociales de montos miserables, resulta un despropósito plantear que los salarios empujan los precios al alza.

Gran parte de los empresarios no entiende y la mayoría de los analistas no comparte la idea de que la intervención de Moreno es funcional al pilar básico del plan económico de Kirchner: el mantenimiento de una moneda depreciada. El objetivo de seguir haciendo viable el modelo del dólar alto es la principal motivación de las políticas de regulación de precios vía acuerdos y retenciones a las exportaciones. Para defender esa estrategia, que impulsa el crecimiento por el lado de las exportaciones y la industria sustitutiva de importaciones, con la consiguiente generación de empleo y aumento del consumo doméstico, no se tienen que disparar ni el índice de inflación ni tampoco los salarios.

Los acuerdos compulsivos anunciados la semana pasada (supermercados, mayoristas e indumentaria) apuntan en lo inmediato a asegurarse un cierre de año tranquilo en el índice de inflación. Pero más importante es que de esa forma se ponen márgenes más estrictos para la discusión salarial que se viene, y así se busca descomprimir por el lado de los costos. Con expectativas inflacionarias a la baja –que se deben expresar con un índice del último trimestre del año sin desbordes–, el Gobierno limitará las aspiraciones de los sindicatos para el 2007. De esa manera, el presidente Néstor Kirchner quiere reiterar el pacto social a su estilo que construyó en este año. En concreto, según la visión oficial, con precios y salarios bajo control se evita la erosión de la competitividad de la economía que ofrece un tipo de cambio depreciado.

Pero los empresarios se detienen en su propia situación sin observar todo el panorama. En su más reciente informe, los economistas del Cenda, liderados por Axel Kicillof, resumieron ese comportamiento de la siguiente manera: “lo que se esconde tras las ‘presiones inflacionarias’ actuales es una ofensiva para acrecentar los beneficios extraordinarios mientras los salarios permanecen planchados. Ningún empresario cuestiona los límites impuestos por el gobierno a los aumentos salariales, pero todos ellos ponen el grito en el cielo, en nombre de la ‘libre competencia’, cuando lo que se quiere limitar es el monto de las ganancias”.

En concreto, los particulares modales de Moreno están al servicio no sólo de un índice de inflación de un dígito, sino también de generar las condiciones para poner un techo a la discusión salarial. Y de ese modo no minar las bases del esquema económico del dólar alto.

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