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Domingo, 16 de marzo de 2003

BUENA MONEDA

Barco escorado

 Por Alfredo Zaiat

Los trabajadores ferroviarios realizan una huelga de 24 horas reclamando un ajuste similar a la inflación del año pasado (41 por ciento) para sus salarios. A la vez, los usuarios de trenes, la mayoría de ellos también trabajadores y estudiantes, se quejan por la imposibilidad o la duplicación del esfuerzo para cumplir con sus obligaciones. Unos y otros tienen razón. Los docentes amenazan con no comenzar las clases porque reclaman por salarios impagos de varios meses en casi diez provincias, por la deuda acumulada del incentivo docente y por mejoras en sus ingresos. En tanto, los alumnos corren el riesgo de perder días de estudio y los padres padecer las consecuencias de la alteración de la desorganización familiar que provoca una huelga de maestros. Una y otra parte tienen razón. Los ahorristas se sienten estafados por los bancos por la pesificación de los depósitos y reclamaron, con éxito, la redolarización. Los deudores se angustian y quieren que sus préstamos sigan en pesos. Del otro lado del mostrador, los acreedores privados también se sienten estafados porque prestaron dólares y el Estado, a diferencia de los bancos, no salió a compensarlos. Como en las situaciones anteriores, unos y otros tienen razón. Los piqueteros cortan rutas y avenidas para pelear para estar adentro del sistema, con un plan jefe y jefas de hogar, mientras que comerciantes de las zonas donde se interrumpe el tráfico y los automovilistas empiezan a verlos como enemigos. Ambas partes tienen motivos razonables de protesta. El listado de ese tipo de enfrentamientos es más extenso, pero los mencionados son suficientes para reflejar el nivel de descomposición de los lazos sociales en una comunidad fragmentada, con un Estado ausente para participar como mediador de esas pujas. Peleas que, en definitiva, es de pobres contra pobres por ingresos marginales de una economía que sigue privilegiando a un selecto núcleo, beneficiado con la convertibilidad y también con la posterior devaluación.
No resulta sencillo abordar los conflictos que hoy desgarran a sectores medios y bajos sin caer en posiciones extremas. Pero pensarlos en forma estática, o sea blanco o negro, es un entendible aunque individualista comportamiento de defensa de territorios. Sin embargo, cuando se analiza esos choques de intereses como parte de una deformada dinámica de desarrollo y distribución de riquezas se obtiene una comprensión más amplia, alejada de las pasiones que generan las ambiciones de bolsillo, el miedo de dejar de pertenecer a una clase social o la aspiración de incluirse en lo que se denomina mercado de consumo.
Pelear por lo que se considera justo sin precisar quién pagará la cuenta es no reconocer el origen y proceso de la crisis para, simplemente, eludirla y evitar costos, con la meta egoísta de transferirlos al resto de la sociedad. Por ejemplo, ¿quién pagará los efectos de la redolarización? O aquellos que gritan que no quieren abonar peaje en la Autopista Illia no dicen que habrá que destinar una partida del Presupuesto de la Ciudad para el mantenimiento de ese breve corredor. Una injusticia no se resuelve con otra injusticia sino que por esa vía se acelera la debacle, permanecen nubarrones en el horizonte y se demora el tránsito de la recuperación.
Mientras cada uno de los sectores castigados levantan las banderas de sus reclamos, en una lucha por porciones mínimas de una torta reducida, los bancos reciben compensaciones millonarias; grupos económicos locales y extranjeros obtienen la pesificación de sus pasivos con el sistema financiero; las privatizadas amenazan con el deterioro del servicio si no reciben un ajuste de tarifas; los petroleros siguen gozando de un régimen único en el mundo respecto a la disponibilidad del crudo como de su producido; y los exportadores disfrutan de un tipo de cambio recontraalto con retenciones que podrían ser más elevadas.
Aquellos que batallan por no quedar en el grupo de los perdedores no lo lograrán, aunque inicialmente puedan fantasear con la salvación, si no se avanza sobre esos sectores que concentran el grueso de la renta.Lamentablemente, si no dejan de mirarse el ombligo no podrán eludir el naufragio, puesto que todos ellos están navegando en el mismo barco. Esa otra minoría privilegiada mira ese espectáculo desde sus propias embarcaciones.

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