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Domingo, 7 de septiembre de 2003

BUENA MONEDA

Pasaje de época

 Por Alfredo Zaiat

El viejo recinto de la Bolsa de Comercio supo tener un brillo que nacía de un halo de poder que con el tiempo ha ido perdiendo. Del mismo modo que los hombres de campo utilizan el picadero de la Sociedad Rural, el mundo de la city reservaba ese lugar como tribuna de reclamos al Presidente de la Nación, con la excusa del aniversario de la Bolsa. Y como niños ansiosos por su cumpleaños se mantenían expectantes a un paquete de medidas para su talla. Así fue con Raúl Alfonsín con su efímera luna de miel del Plan Austral y posterior anuncio del fallido Plan Primavera, antesala de su ocaso. También tuvo su momento de gloria Carlos Menem, quien no ahorró ofrendas al altar ubicado en la esquina de 25 de Mayo y Sarmiento, desde el masivo programa de privatizaciones hasta la equiparación de la inversión extranjera a la nacional. La Bolsa, que ya no tiene el aura de institución influyente mantiene todavía, sin embargo, esa cualidad inmaterial de ser símbolo del poder del dinero y del pensamiento de barricada de la tribu financiera. Fue en ese reducto, con todo lo que significa para la comunidad de negocios, donde Néstor Kirchner planteó como en ningún otro lugar su política económica. Una enunciación de principios, un pasaje de época, como el que en su momento emitió Menem abjurando del salariazo y la revolución productiva para abrazarse al liberalismo de los negociados.
En la presentación de un fondo de inversión en telecomunicaciones Kirchner salió a pelear a aquellos que sostienen que su gobierno no tiene plan económico. Apuntó sobre sectores “que hablan difícil” y que piden un plan “hecho a la medida de sus intereses y que reclaman que pocos ganen cada vez más”. Los definió como raros capitalistas que no creen en la competencia, el riesgo empresario y el consumo masivo. Precisó que él busca dejar atrás el asistencialismo para promover el desarrollo humano, con un Estado que debe suplir las carencias del mercado y sin que un ajuste ahogue la incipiente reactivación. Y repudió la política de derrame como estrategia de crecimiento y la receta del Consenso de Washington.
Los políticos que tienen vocación de poder acompañan el estado de ánimo de la sociedad. La Doña Rosa de Neustadt reflejaba esa distorsionada conciencia colectiva que Menem capitalizó. Ahora Kirchner recoge el reclamo de sepultar esa década infame de corrupción y concentración de la riqueza. Ese discurso de la semana pasada en la Bolsa fue la explicitación de la vocación de tránsito a una nueva era.
Ahora bien, la compra del pasaje no implica que se haya subido al tren correspondiente a ese destino. En otras palabras, la imprescindible definición sobre lo que no se quiere y hacia adónde se desea ir no significa necesariamente que se utilice el sendero adecuado. Se corre el riesgo de que el camino termine en la misma meta a la que no se quiere arribar, pese a la proclama en contrario.
Por lo pronto resulta alentador que las crónicas periodísticas reflejen “un ambiente de resignación” entre ejecutivos y hombres de negocios que participan en el ciclo mensual del estudio Broda. Esto refleja que el convoy, aunque todavía no se sabe en qué estación parará, va por un rumbo que no le agrada al establishment económico, aunque se sabe de las anteojeras ideológicas que porta ese auditorio.
Todavía falta para concluir que el pasaje de época inaugurado en el discurso de Kirchner se vaya a concretar. La política de gasto público –detallada en la nota de tapa de esta edición del Cash–, con la consecuente tímida estrategia de inversión estatal y elevado superávit fiscal primario, junto a una indefinida política comercial externa y a un enigmático objetivo de inflation targeting (metas explícitas de inflación) del Banco Central abren interrogantes sobre ese viaje.
La perversa dinámica de los ‘90 no se entierra solo con las palabras, si bien es un prerrequisito esencial, sino también con una política económica en ese mismo sentido para que la frustración no sea la estación de llegada.

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