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Domingo, 4 de diciembre de 2005

EL BAúL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

Amicus Plato,

sed magis amica veritas: “Soy amigo de Platón, pero aun más de la verdad”, frase de Aristóteles, de la que solía valerse mi antiguo y recordado profesor de matemáticas, don Elías A. De Cesare, y que me vino a la mente con el reciente cambio de Gabinete. “¡Lástima el ministro de Economía, que tanta confianza inspiraba en los mercados ... que con tanta serenidad capeó el temporal, y sacó al país de la crisis!” Confieso mi asombro al descubrir que los mercados –que más rápido que pronto se pasan de la bolsa de valores a las divisas y viceversa, que anticipan las subas de precios del año 2015 y prestamente forman colchones protectores de un grosor tal que ni una princesa notaría la presencia de un guisante en ellos–, que los mercados –digo– sean tan buenos consejeros para las acciones de gobierno. Pero en economía es común llamar a lo blanco negro y a lo rojo verde. ¿De qué crecimiento se habla, si la economía está trabajando con la infraestructura y equipos de antes de la crisis? Y crecer es aumentar los bienes de capital, no usar los existentes de modo más intenso. ¿De qué mayor empleo hablamos? ¿De que más desocupados reciben planes Jefas y Jefes? ¿Del empleo en negro, que es lo que más hay? ¿O del trabajo basura que ofrece la mayoría de los empleadores? Si los empresarios privados nacionales no invierten, ¿por qué pensamos que vendrán a salvarnos las llamadas “inversiones extranjeras”? Si es para salvarnos, gracias por el salvavidas de plomo que nos tiraron en diciembre de 2001, pero más vale intentar nadar por nuestros medios. Estos interrogantes admiten muchas respuestas, pero lo que falta es un término de comparación, que nadie exhibe: ¿A qué proyecto de país apunta la acción del Ejecutivo? Hasta ahora, sólo sabemos que ha pasado más de la mitad de su período acumulando poder político. También sabemos que el país no ha cambiado mucho desde Menem, y sigue vigente el proyecto de insertarnos en el mundo como país proveedor de materias primas a los centros económicos extranjeros, como era en el 1800, en el 1900, y en el 2000 también. Es decir, económicamente, una colonia, por mucho que duela esa palabra. Hoy, sin ir más lejos, la aerolínea de bandera “argentina” la maneja y hace lo que quiere con ella una empresa de la descendencia de Fernando VII. ¿No merece este sufrido pueblo que se ventile la política y se le diga hacia qué país futuro nos lleva esta dirigencia tan “especial”?

Interdependencia

No hubo observador más sereno y ecuánime que Adam Smith. Sobre la interdependencia social, decía: “Fijémonos en el bienestar del artesano más vulgar o del peón manual en un país civilizado y próspero: sobrepasa a todo cálculo el número de personas que consagraron una parte de su actividad para proporcionárselo. La chaqueta de lana con que se abriga el peón manual es producto del trabajo conjunto de una multitud de obreros. El pastor, el seleccionador de lana, el peinador o cardador de la misma, el tintorero, el desmotador, el hilandero, el tejedor, el batanero, el confeccionador, etc., necesitan aportar sus oficios para la confección de un artículo tan sencillo. ¿Y cuántos comerciantes y transportistas se emplearon en el transporte de los materiales? ¿Qué cantidad de gentes del comercio y de la navegación, cuántos constructores de barcos, marineros, fabricantes de velas y jarcias tuvieron que intervenir para acopiar en un punto los distintos productos químicos empleados por el tintorero, que son traídos con frecuencia desde los rincones más remotos del mundo? ¡Y qué diversidad de trabajo es también precisa para producir las herramientas que emplea el más insignificante de estos operarios! Obviando máquinas complicadas, como el barco del navegante, el batán del batanero, e incluso el telar del tejedor, miremos la variedad del trabajo que se requiere para completar esa máquina sencillísima, las tijeras con que el pastor esquila a las ovejas su lana. El minero, el constructor del horno de fundición del mineral, el leñador que corta la madera, el carbonero que la transforma en carbón que se empleará en la fundición, el fabricante de ladrillos, el albañil, los operarios que cuidan el horno, el arquitecto, el forjador, el herrero, todos ellos suman sus distintos oficios para producirlas”. Y añadimos que, si tan necesarios son los distintos oficios para producir aun las cosas más sencillas, la falta de cualquiera de ellos determinaría la falta de aquello que finalmente se produce, y quién sabe de cuántas otras cosas más. Por ejemplo, el corte salvaje del acceso a Ezeiza por los aeronáuticos en huelga ya determinó suspensión de reservas hoteleras, y con toda seguridad la suspensión de numerosos trabajadores del gremio vinculado a la gastronomía y la hotelería. Si todos nos volvemos salvajes, no pretendamos los beneficios de la civilización.

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