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Domingo, 12 de noviembre de 2006

EL BAúL DE MANUEL

Relocalizar

Max Weber(1864-1920), el sociólogo e historiador alemán, autor de estudios sobre la ética protestante, la burocracia, etc., a quien todo el mundo conoce, tenía un hermano menor, Alfred (1868-1958), mucho menos famoso, autor de un texto importante de economía espacial, Teoría pura de la localización (1909), donde, con una teoría de la localización industrial hecha a base de regla y compás, completó la teoría de Von Thünen (1826) sobre localización agraria. Localización es la ubicación de las actividades económicas en el espacio terrenal. “Dígame, don Economista, ¿dónde ubico mi planta industrial?”. “Eso depende, don Platudo, de qué cosa pretenda producir. No hay una única respuesta. Necesito más información”. Este problema, como todos saben, aqueja hoy a muchos rioplatenses que pescan y beben el agua del río Uruguay y temen que los efluentes de la fábrica de pulpa lo conviertan en un segundo Riachuelo, y piden relocalizar. Para localizar una unidad productiva se deben considerar la ubicación, volumen, transportabilidad de los diversos insumos (materiales, mano de obra, agua, etc.), las transformaciones que sufren en el proceso productivo y la ubicación del mercado usuario y las vías de comunicación con el mismo. La República Oriental hace años que viene invirtiendo en árboles, con el fin de transformarlos alguna vez en pulpa de papel. Las reglas de la localización señalan que la planta debe estar aledaña a la fuente de materia prima, por la gran cantidad de madera y agua que se usa y se desecha. Nadie imagina camiones gigantescos cargados de árboles, ocupando las carreteras uruguayas hasta plantas lejanas, de las que saldrían furgoncitos cargados de pulpa. La preocupación no nace porque en Fray Bentos se produzca la materia prima del papel, cosa que le vendría muy bien a la Argentina, que debe mandar a imprimir sus libros en Chile y Colombia, ni porque Botnia consuma parte del río Uruguay, sino por el vertido del efluente de esa producción, el “daño colateral” diría Bush, el asesinato del río. Acaso la solución que se halle para las industrias a orillas del Riachuelo sirva también para el caso de Botnia. En tren de imaginar, ¿no sería posible llevar el efluente por un ducto hacia algún lugar de la República Oriental en el que, sin necesidad de volcarlo en el río, fuera tratado o guardado hasta que se hallase la manera de convertirlo en otra cosa?

Burbujas y champán

No en todos lados podría traducirse y cantarse aquella zamba que decía “pobre mi caballo bayo”, porque la diferenciación semántica de los pelajes equinos ocurre donde hay vastos campos abiertos, y el caballo es el transporte natural. Y cuando amar no es lo más importante que puede pasarle a uno, no es probable que haya muchos nombres alternativos para denominarlo. Como en aquella canción en que Anthony Quinn se la pasaba repitiendo una y otra vez “I love you” (te amo). La especulación ha ido de la mano del capitalismo financiero. ¿Y dónde se la encuentra siempre? En las bolsas de valores, sin duda. Decía Keynes: “Si se me permite tomar el término especulación como la actividad de predecir la psicología del mercado, y el término empresa como la actividad de predecir el rendimiento futuro de activos a lo largo de su vida entera, no siempre se da que la especulación predomine sobre la empresa. Conforme mejora la organización de los mercados de inversión, sin embargo, aumenta el predominio de la especulación. En uno de los mayores mercados de inversión del mundo, es decir, Nueva York, la incidencia de la especulación es enorme”. Los especuladores no dañan, como burbujas en una corriente empresarial firme. Pero la posición es grave cuando la empresa es la burbuja de un remolino de especulación. Cuando el desarrollo del capital de un país se torna un subproducto de las actividades de un casino, es muy probable que la cosa esté mal hecha” (Teoría General). El término burbuja parece haber nacido en los grandes centros financieros para diferenciar un tipo de especulación: cuando los especuladores creen que el precio de un activo que está subiendo seguirá subiendo aun más; esa conducta especulativa puede impulsar a los precios al alza en un sendero que a la larga se muestra no sustentable, lo que hace que la burbuja estalle. Entre tanto, los beneficiarios gastan a cuenta de sus futuras ganancias en bienes que jamás soñaron disfrutar. Luis Roque Gondra, refiriéndose a la burbuja de la administración de John Law, (1719) escribió: “Todos descontaban el porvenir, suponiendo que la prosperidad duraría indefinidamente. Los comercios suntuarios, los teatros, los restaurantes y hosterías de lujo fueron los primeros en aprovechar este frenesí. Los precios de los artículos de consumo subieron en forma vertiginosa. Los campesinos se vieron de pronto enriquecidos”, etc.

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