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Sábado, 20 de julio de 2002

EL BAúL DE MANUEL

Baul I y II

 Por Manuel Fernández López

Amigos express

Cuando se dice que los problemas económicos argentinos son complejos, se señala sólo eso: que las dificultades no provienen de una única causa, sino de una maraña de ellas que se entrecruzan. Una devaluación cambiaria, por ejemplo, que naturalmente debiera impulsar la exportación, sólo en parte logra ese efecto debido a que el sistema bancario está extranjerizado y orientado a captar ganancias por cualquier medio, antes que promover la producción, y a que la industria nacional no está meramente inactiva, sino en gran parte desmantelada. De igual modo, las prácticas de aquellos que viven de lo ajeno y que, sin llegar al ciento por ciento de la población como estima un alto funcionario del país hermano del otro lado del charco, acaso sea un diez o un uno por ciento de la población, han cambiado, tanto por el corralito como por la caída persistente de la actividad. Por una parte, la recesión, como es natural, redujo el ingreso del Estado, y antes que dar más salarios a las fuerzas de seguridad o procurarles mejores equipos y capacitación, cuanto menos congeló los salarios a un nivel muy bajo, y motivó que muchos agentes de la ley hallen más rentable asociarse con los que delinquen que reprimirlos: hacer la vista gorda a la prostitución callejera, a cambio de una capitación, en cierto modo sitúa como socio o alcahuete a quien la permite, y aun como patrón de quien la ejerce. De igual modo, el agente que nos detiene por circular sin luces reglamentarias y nos deja seguir a cambio de una propina, es cómplice de nuestra conducta transgresora. La recesión, al relajar el control, alienta el delito. Por otra parte, los amigos de lo ajeno son seres racionales, y si el objetivo de su actividad es la plata del prójimo, la buscarán allí donde esté. En aquellos días felices de una banca al servicio del cliente, la plata estaba en el banco, y cada tanto pasaba al bolsillo del cliente que extraía su depósito. El negocio era identificar a quien salía del banco con plata, y atracarlo, con ayuda de un compinche y un móvil. Eran las “salideras”. Hoy los bancos son vacas de piedra, que no dan leche. Los “clientes” se han llevado su plata, algunos la han convertido en dólares, y guardan todo en algún rincón de su casa, en la ciudad o en el campo, que sólo ellos conocen. ¿Cómo hacerla salir? Tocando los afectos más profundos. El secuestro de un ser querido hace brotar el dinero de los lugares más arcanos.

Totalitarismo

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. El totalitarismo, que el siglo que acaba de irse vivió con el comunismo, el fascismo y el nazismo, no está exento de retornar. Nuestro país tomó formas del fascismo italiano, durante los primeros gobiernos de Perón. Éste, por ejemplo, era designado con el término hispano correspondiente a “führer”: conductor. Recordemos rasgos del fascismo: dictadura de un jefe, líder o caudillo, sistema de partido único, control de la prensa y demás medios de información, propaganda de masas, reglamentación desde el gobierno de instituciones políticas, económicas, sociales y culturales, poder de los grupos de choque, policía y policía secreta. En 1923, en el último año de su vida y poco después de la “marcha sobre Roma” de Mussolini, el economista y sociólogo Vilfredo Pareto publicó en Buenos Aires unas notas periodísticas que describían su diagnóstico de la situación política italiana, y su conclusión era que Mussolini abría una esperanza. Se refería Pareto al descreimiento de la población en la clase política, a la inoperancia de los regímenes parlamentarios (“cada vez más incapaces de llenar sus funciones”, “la falta de competencia de los diputados”), a la debilidad del gobierno (“absolutamente incapaz de gobernar”), a la democracia puramente formal (“una pretendida sabiduríadel número”), a la Constitución escrita (sólo “formalmente en vigor”), a la conquista del poder central” y su fe en un hombre providencial fuerte (“un hombre político de primer orden”, “un dictador”), en quien debían depositarse poderes especiales para refundar la república (un “orden nuevo”). Lo preocupante del escenario que pintaba Pareto es que se parece al nuestro de hoy: ineficiencia del Poder Ejecutivo, más preocupado por el corralito que por los millones de indigentes; paralización de la actividad parlamentaria, desde el adelantamiento de los comicios; desconfianza del público hacia los partidos y la clase política; crítica hacia cómo la prensa y otros medios informan; y búsqueda de un candidato fuerte (“que no sea cagón”, según la no muy eufemística expresión del secretario general de la Presidencia), poseedor de fórmulas mágicas para arreglar por sí solo los problemas del país. Lo trágico de las semejanzas sería que ellas abriesen, una vez más, la opción por el totalitarismo.

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