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Domingo, 6 de octubre de 2002

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

 Por Manuel Fernández López

El oso

Los economistas clásicos hacían referencia a un estado de la sociedad “primero y rudimentario”, en el que los actos humanos para proveer a sus necesidades no suponían apropiación del suelo ni acumulación de instrumentos o materias primas. El hombre tomaba de la naturaleza los bienes más aptos para satisfacer sus necesidades, generados dentro de aquélla. La caza, pesca o recolección de frutos le proporcionaban alimento; las pieles de animales, indumentaria; y el pasto y hojas, material para hacer un techo en que vivir. Adam Smith lo describió así: “En aquel estado rudimentario de la sociedad, donde no hay división del trabajo, en que apenas se realizan intercambios, y en el que cada hombre se procura de todo por sí mismo, para que se lleven a cabo las actividades de la sociedad no es necesario ningún stock que se acumule o almacene de antemano. Cada hombre se esfuerza por obtener con su propia laboriosidad sus propias necesidades ocasionales según ellas se presentan. Cuando tiene hambre, va al bosque y caza; cuando su indumentaria se gasta, se viste con la piel del primer animal grande que mata; y cuando su choza se empieza a derrumbar, la repara lo mejor que puede con las ramas y los pastos más cercanos”. El hombre no se distingue, en cuanto al alimento, del oso que pesca salmones en el arroyo. Ni necesita desarrollar habilidades especiales que lo distingan de sus semejantes, como un oso no se distingue de otro oso. No requiere leer ni escribir, ni informarse de lo que sucede en otras partes del mundo, ni saber del pasado o el porvenir. No necesita aguzar su ingenio para crear nuevos instrumentos. Tampoco cuenta con alguien que le socorra o cure en caso de accidentes o enfermedades. Se dice que esto acontecía en el Neolítico hace 10 mil años. Sin embargo, también pasa en la Argentina. Una proporción enorme de la población (¿la mitad?) privada de empleo y arrojada fuera del mercado vive de ese modo: obtiene su alimento de lo que otros desechan, se refugia en viviendas que otros abandonan, y sus hijos no reciben ni la educación ni la atención que los preparen para ser ciudadanos de este siglo. Hace más de 40 años la teoría del desarrollo económico hablaba de la “economía dual”, donde un sector moderno coexistía con otro tradicional y estancado. Hoy, en la nueva economía dual argentina, el sector más moderno es el tradicional y estancado, y junto a él otro primitivo y rudimentario.

Chirona

Los fisiócratas introdujeron el tema de la seguridad junto a la economía. Fue en 1767 en El orden natural y esencial de las sociedades políticas de Mercier de la Rivière. Allí escribió: “Propiedad, seguridad, libertad, he ahí el orden social en toda su integridad”. No suele recordarse que Mercier era ultramonárquico, que en su tiempo la propiedad se refería principalmente al suelo y estaba reservada a la aristocracia –llamada por Quesnay y Mercier “clase de los propietarios”– con exclusión de otras clases. Donde había grandes propiedades, aparecía gran violencia a causa de la desigualdad. En la Bastilla, prisión de Estado desde Richelieu, era donde, vía poder judicial –ejercido por el mismo monarca– se resolvía el conflicto entre “propiedad” y “seguridad”. Tomar la Bastilla cambió la historia (la Edad Contemporánea comienza con ese hecho), pero también lo hizo la eliminación de la aristocracia, es decir, la clase terrateniente. El conflicto de intereses suele residir en permitir o no el ascenso social. En España solía decirse que los únicos oficios seguros eran “meterse a cura o militar”; en igual vena, se decía en Brasil que el camino al éxito era ser futbolista o cantante. De manera parecida, hoy las vías que la sociedad argentina ofrece para alcanzar rápido una fortuna parecen ser la política y la delincuencia. Pero a diferencia de los dos primeros casos, donde una profesión le brindaba apoyo a la otra, en el tercero parece haber una contradicción de intereses: los políticos, encuanto son electos para cargos, viven de algún rubro del presupuesto público, mientras que el delincuente vive de los recursos de los particulares –los contribuyentes al presupuesto público– que en alguna forma ven reducida su capacidad económica. El modesto, por tener que enrejar su casa o alimentar a un perro guardián; el opulento, por tener que pagar seguridad privada o comprarse un auto que no sea llamativo para dejar en casa la 4x4. El menor aporte tributario reduce el ingreso público y deja expuesto al político cuando a escondidas araña algún dinerillo extra. El enflaquecimiento de los bolsillos de los particulares es señal de alarma entre los que viven del presupuesto, y no asombra que oculten su declaración de bienes y a la vez se afanen por la seguridad, por construir cárceles. Tampoco sorprende que se pida “que se vayan todos”, versión light de la guillotina.

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